Posverdad y posdemocracia

EDUARDO GOLIGORSKY – LIBERTAD DIGITAL – 17/12/16

Eduardo Goligorsky
Eduardo Goligorsky

· Por qué no llamarlas por su nombre? Mentira y totalitarismo. Dos lacras que no se combaten con buenas palabras sino con sus dos antagonistas.

s posverdades son un recurso mediante el cual los demagogos engatusan a quienes anteponen las emociones a los razonamientos. Son mentiras con las que los salvapatrias intoxican a las masas ávidas de panaceas, para hacerles creer que los problemas más complicados de la sociedad se resolverán milagrosamente, de espaldas a la realidad, si se les confía a ellos –los brujos de la tribu– el poder absoluto. Las posverdades implican el triunfo de las vísceras sobre el cerebro.

Patraña demolida

Se utiliza menos, en cambio, un término que el sociólogo británico Colin Crouch empleó en versión anticapitalista, pero que, juzgado objetivamente, retrata con nitidez el sistema político que se busca implantar para que las posverdades, la mentira, el engaño, el fraude, el timo, prosperen. Ese término es posdemocracia. O sea, contrariamente a lo que postula Colin Crouch, la posdemocracia es la manipulación de los mecanismos consagrados de la democracia para ponerla al servicio de esos demagogos, salvapatrias y brujos de la tribu. Para transformarla en una vía hacia el totalitarismo.

Las posverdades componen la plataforma sobre la que descansa el proceso secesionista. La más chocante y desaprensiva de ellas es la que involucra en dicho proceso a «todos los catalanes», «el pueblo catalán» o «la mayoría de los catalanes», cuando las elecciones y encuestas demuelen, sin excepción, esta patraña. Tironeado entre el corazón y el cerebro, Antoni Puigverd confiesa («La vitamina del diálogo», LV, 12/12):

En el último barómetro del CEO, después de cuatro años de protagonismo independentista, todavía conforman el bloque mayoritario los que se sienten tan catalanes como españoles (38,7%) (…) Pero la suma de los que, en uno u otro grado, tienen el doble sentimiento de pertenencia es altísima: 68,6%.

Y el experto en demoscopia Carles Castro lo remata ese mismo día en el mismo diario:

Mientras en el 2013 casi un 50% de los ciudadanos apostaban por la independencia como único horizonte (en detrimento de una solución federal o del Estado autonómico), ahora esa cifra ha caído por debajo del 39%. Y, en paralelo, los partidarios de mantener algún tipo de relación con España (federal o autonómica) vuelven a ser mayoría.

Contra los blandengues

Aquí es donde los cruzados de la posdemocracia hacen oír su voz. Salvador Cardús se erige en oráculo y profetiza («Diálogo, propaganda y farsa», LV, 7/12):

Así, pues, que nadie se engañe ni se deje engañar. Primero: Catalunya será independiente.

No menos taxativo es Jordi Sánchez, presidente de la Assemblea Nacional Catalana, que arremete contra los blandengues. Sus tiros por elevación tienen como diana nada menos que a Pilar Rahola y a Francesc-Marc Álvaro, quienes, conservando un pudor del que carece el politburó sectario, se resisten a amancebarse en público con los hooligans procaces de la CUP… aunque en la práctica acepten utilizarlos bajo cuerda como fuerza de choque del conglomerado cainita. Rezonga Sánchez («Diálogo hasta el referéndum», LV, 8/12):

La paradoja es que, mientras tanto, en nuestra casa, algunos articulistas no paran de decir que al independentismo le sobra estética, le falta liderazgo, que improvisa y que no tiene una estrategia. En resumen, nos quieren decir que todavía no estamos a punto.

Sánchez intenta refutar esas críticas citando «las decenas y decenas de miles de personas» que se movilizaron el 12 de noviembre en apoyo de los capitostes desobedientes, cuando anteriormente su posverdad los cifraba en un millón y medio. Y añade, como «señal inequívoca», las conferencias de Carles Puigdemont y Artur Mas «con presencia de más de una decena de embajadores en cada una». Le responde, sin mencionarlo porque no merece la pena, José Antonio Zarzalejos («El Ágora», LV, 12/12):

El ministro de Exteriores francés [Jean-Marc Ayrault] aprovechó el pasado miércoles un acto con su homólogo Alfonso Dastis para reclamar «respeto» a la soberanía de Francia a propósito de las repetidas menciones de los independentistas hacia los territorios de habla catalana en el vecino país. (…) No hay que confundir las cosas. El hecho de que a los embajadores acreditados en Madrid les interese conocer de primera mano las tesis secesionistas no quiere decir –quizá, todo lo contrario– que las apoyen o los complazcan. Entrar en una dinámica de posverdades sería un síntoma de impotencia en el independentismo.

Amos del cotarro

La posdemocracia pasará por una de sus cumbres el 23 de diciembre, cuando se celebre la primera reunión convocada por el presidente de la Generalitat para preparar el referéndum desobedeciendo, una vez más, la última sentencia unánime del Tribunal Constitucional (14/12). Posverdad y posdemocracia ensambladas, porque, como escribe la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, refiriéndose a la política de diálogo emprendida por el Gobierno de España («Ducha fría, ducha caliente», 11/12):

Se aprecian síntomas de extenuación en el independentismo, reconocidos en privado por algunos de sus dirigentes después de cinco años prometiendo que la meta está a la vuelta de la esquina.

A quienes seguimos el desarrollo del proceso secesionista a través de los medios de comunicación, sin contactos oficiosos entre los bastidores del poder, nos resulta significativo que sean cada vez más numerosos los observadores que, ellos sí provistos de esos contactos, como Lola García, reproducen las confidencias vertidas por los jefes de ruta del secesionismo que reconocen, siempre en privado, que su campaña está condenada irremisiblemente al fracaso. Cuando el río suena… Lo único que los mantiene activos es el miedo a la contundencia con que reaccionará el rebaño cuando descubra que la posverdad y la posdemocracia eran ni más ni menos que una humillante especulación en beneficio de los amos del cotarro.

Mentira y totalitarismo

El combinado de posverdad y posdemocracia no es exclusivamente un producto del rancio nacionalismo totalitario europeo. Ahora se le suman ramificaciones del espurio caudillismo tercermundista. Miquel Porta Perales lo denuncia con nombres y apellidos en su aleccionador Totalismo (ED Libros, 2016). Nos remite, como botón de muestra, al libro Procesos constituyentes. Caminos para la ruptura democrática (2014), firmado por el capitoste del Ayuntamiento de Barcelona, Gerardo Pisarello. Adelante con la posdemocracia. La desmenuza Porta Perales:

Pisarello vuelve a impartir doctrina: el reto consiste «en oponer a esta restauración oligárquica un nuevo constitucionalismo radicalmente democrático y transformador». La ruptura constituyente tiene antecedentes en el «constitucionalismo radical democrático», el «constitucionalismo social que se abrió camino condicionado por el impacto de la Revolución rusa» y la «energía constituyente» en «América Latina, el norte de África o Islandia». ¿Adivinan por dónde va la cosa? Pues sí. Veamos: «En Cuba, la revolución (…) desató numerosas transformaciones (…) estos cambios en la Constitución material se hicieron por la vía legislativa y administrativa», y en «Yugoslavia se desarrollaron formas constitucionales novedosas». Nos vamos aproximando al objetivo: «El constitucionalismo de tercera generación». ¿Dónde? Bolivia, Ecuador y Venezuela. La Constitución bolivariana de 1999: «democracia participativa o ‘protagónica’».

Pisarello y su adlátere en el Ayuntamiento, Jaume Asens, se echan al monte en otro libro: La bestia sin bozal. En defensa del derecho a la protesta (2014). Porta Perales selecciona fragmentos:

Domesticar a la bestia del poder concentrado, público y privado, estatal y supraestatal, que hoy amenaza derechos básicos de todos, constituye un reto clave para cualquier propuesta emancipatoria a la altura de los tiempos (…) ejercer el derecho a la protesta, la desobediencia e incluso la resistencia para defenderse del poder no tiene por qué plantearse como una apelación a la ilegalidad (…) en muchos casos, de hecho, la desobediencia es la única vía para preservar una legalidad garantista amenazada o sistemáticamente violada y para alumbrar relaciones jurídicas nuevas, más igualitarias y cooperativas.

Posverdad y posdemocracia sin ley fomentadas desde la cúpula del poder, en sus vertientes secesionista y populista, enfrentadas o unidas, para proscribir a la oposición ilustrada. ¿Por qué no llamarlas por su nombre? Mentira y totalitarismo. Dos lacras que no se combaten con buenas palabras sino con la aplicación rigurosa de sus dos antagonistas: la verdad y la democracia, sin prefijos mistificadores, y con la legalidad por delante.

EDUARDO GOLIGORSKY – LIBERTAD DIGITAL – 17/12/16