Santiago González-El Mundo

Hay momentos en que las buenas gentes de los partidos se interpelan sobre cuestiones que no tienen vuelta de hoja: ¿pero qué necesidad teníamos? Pongamos que hablo de las primarias, esas costumbres modernistas que importamos de Estados Unidos y que si allí ya dejan en carne viva a los candidatos que compiten, aquí excuso decirles.

Lo del PP en estas primarias recuerda a aquel lance de las aventuras de Asterix en La Cizaña, cuando sus habituales antagonistas del barco pirata topan con una galera romana en lugar de con el barco de los galos, pero les va peor, porque basta la presencia de Caius Detritus para que los piratas se empeñen en una batalla de todos contra todos que acaba con el barco hundido, mientras el capitán, melancólico en la cofa, dice: «Es formidable, muchachos, ya no necesitamos a los galos para hacer el ridículo».

Y en el PP ya se están atizando con los vídeos en la cresta –no hay tarea tan apasionante para un afiliado como la contienda fratricida–, mientras el Gobierno de Pedro despliega todas sus incompetencias. Y todas las inquinas. En la batalla argumental de las primarias, ha habido columnista brillante que ha patinado por la analogía: «Ahí está Soraya Sáenz de Santamaría, erigida en la Calvo del PP». No basta compararla desventajosamente con Pablo Casado: hay que equipararla a Carmen Calvo. Hay un desorden comparativo que podría disimularse invirtiendo los términos: Calvo es la Santamaría del PSOE, aunque tampoco. Yo que siempre he sido fan desde que Chaves se la encasquetó a Zapatero, tengo páginas y páginas llenas de muestras de su genio tomista e irrepetible.

Las primarias están abriendo una grieta en el partido de la derecha y me temo que no superará el trance de que las gane Soraya. Seguramente no al revés. Si gana Casado es muy probable que Santamaría se ofrezca para lo que sea y malo sería que el otro bando no le ofreciera la portavocía en el Congreso para contender con el talento alternativo de Adriana Lastra. Si gana Casado volverá a activarse el máster. El de Pablo, no el de Pedro.

Ha sido muy sorprendente la reivindicación de la condición femenina que han enarbolado las sorayistas: «Ahora una mujer. Soraya», dicen en otro vídeo con esa voluntad de proclamar hitos históricos que Marlaska veía en la llegada de Pedro a La Moncloa, aunque se conformó con un tuit. En esto ha estado más fino Casado: «Soraya vale mucho, pero no por ser mujer». Esa bandera la izó primero la malograda Carme Chacón: «España está preparada para una presidenta del Gobierno», dijo postulándose. Hacía decenas de años que muchos países, algunos más subdesarrollados que el nuestro habían adquirido esa preparación: Israel, Sri Lanka, India, Pakistán, Argentina (tres veces), Chile, Nicaragua, Filipinas, Brasil, Costa Rica y Liberia.

El sexo y la edad no son determinantes. La crisis del PP, y es para estar en crisis que un fulano como Pedro les haya madrugado la cartera, había que resolverla con una reflexión profunda: Quiénes venimos, de dónde vamos, adónde somos. Una refundación del partido y no un debate fulanista sobre el mando. No hay tradición. Lo mismo debió haber hecho el PSOE después de Zapatero. No lo hicieron y el resultado es Pedro. No solo para la familia socialista; para todos nosotros.