JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO 

La tenacidad y el arrojo son las armas que esgrime el candidato para superar obstáculos, sobreponerse a contratiempos y llevar a buen puerto su propósito

El tiempo no es el problema. En otros países de nuestro entorno, de arraigada práctica democrática, la extremada fragmentación parlamentaria que desde hace algún tiempo se ha instalado en la UE obliga también a dilatados procesos de negociaciones para la formación de gobiernos tras las elecciones. El problema que entre nosotros está creando inquietud y descontento en la población no consiste, pues, en la duración del proceso, sino, más bien, en la confusión y desinformación con que está conduciéndose. La aparente inactividad y el silencio del candidato propuesto por el jefe del Estado han sido suplidos por declaraciones incoherentes o contradictorias de unos segundos que sólo logran desconcertar a la opinión pública. Parecería que, a falta de programas de gobierno, sólo interesara acumular adhesiones y abstenciones, cualquiera que fuere su procedencia, al objeto de salvar la investidura en un «luego Dios dirá» que sólo promete inestabilidad.

El primer paso para salir de la confusión sería, por tanto, evitar caer en el enredo de esa centrifugación de responsabilidades que practica el entorno del candidato con la pretensión de ocupar el centro y la moderación para empujar desde ahí a los demás hacia los extremos. Se trata, en efecto, de una maniobra de distracción que sólo sirve para desgastar al adversario, ganarse a la opinión pública y exonerarse uno mismo de eventuales culpabilidades futuras. Si todo falla y se impone una nueva convocatoria electoral, las culpas estarán repartidas de antemano. Procede, por tanto, ir a lo esencial, que suele ser además lo más simple. En este caso, conocida la tenacidad que tiene sobradamente demostrada el candidato, lo más simple y esencial es lo que él mismo dijo cuando se escrutaron las urnas. Rebobinemos, pues, hasta el inicio. «Me propongo -vino a decir- formar un Gobierno socialista, con la incorporación de independientes de reconocido prestigio y apoyado en acuerdos de progreso». No fue un enunciado de ocasión para salir del paso. Se trató de la proclamación de un propósito firme que el candidato se disponía a llevar a la práctica con la tenacidad que ha caracterizado su carrera. Hoy, el propósito se mantiene incólume y todo lo que está ocurriendo alrededor, incluidas las maniobras de distracción, se dirige a favorecer su consecución.

La determinación del candidato está encontrándose, como no podía ser menos, dada la aritmética electoral, con un obstáculo serio y un contratiempo indeseado. El obstáculo es la exigencia que plantea el socio preferente de participar, como miembro de pleno derecho, en un Gobierno de estricta coalición. El hecho de que la exigencia se haya explicitado de manera descarnada hace más difícil su superación, al traducirse en un dilema entre victoria y derrota. Uno gana y otro pierde. Esa es su máxima debilidad. La contraoferta de un «gobierno de cooperación» no es, por eso, una salida meramente ingeniosa. A diferencia del todo o nada que presenta la exigencia, puede modularse en un más o menos y abrirse así al encuentro. Por lo demás, la negativa del candidato a someterse a la exigencia de máximos está bien fundada tanto en la aritmética como en la razón y admite, en consecuencia, una defensa con gran poder de convicción de cara a la opinión pública. Quien la propone, en cambio, carece de la fuerza para imponerla.

El contratiempo indeseado está también en la aritmética. Un puñado de escaños hace imprescindible, para dar vía libre a la investidura, la abstención del secesionismo. Pero no es un obstáculo insalvable. No pasa de contrariedad perfectamente superable. La desmesura de quienes abusan del lenguaje para descalificarla -«infamia, vergüenza, traición»- delata sectarismo y sinrazón. Ellos mismos se desacreditan y hacen superfluo el recurso a pacto oculto alguno que explique la abstención. Sabido es, además, que, a la tenacidad, el candidato suma el arrojo para convertir en ventajas los contratiempos. Y es el arrojo lo que le ha llevado a elevar a última hora la apuesta: o en julio o nunca.

Así que, la debilidad del aliado y la desmesura del adversario, junto con el poder que da la capacidad de convocar elecciones, ayudarán a que esas dos virtudes lleven al candidato a culminar su propósito. Aunque, si la última apuesta falla y no es en julio, lo que es tenacidad podría acabar convirtiéndose en terquedad, el arrojo en temeridad y la fortaleza en debilidad.