GUY SORMAN – ABC – 28/11/16
· «El actual resurgimiento de las ideologías basadas en la identidad y de los nacionalismos abruptos se debe en parte a la incapacidad de los globalizadores para estructurar su proyecto con un vocabulario espiritual».
«¡Saluton!», «hola» en esperanto, un idioma universal. ¿No hablan esperanto? En la década de 1960, en las afueras de París, donde preparaba el examen final de Bachillerato, como muchos de mi generación, asistí a clases de esperanto, que se sumaban a las de inglés, a las de alemán para los buenos alumnos y a las de Español para los menos buenos. Extraña jerarquía de la época. Los mejores aprendían esperanto, que era al mismo tiempo un idioma y un proyecto universal. Después de la guerra, la Unión Europea y la globalización hacían soñar.
Este episodio olvidado ha vuelto a resurgir gracias a «Bridge of words» (Puente de palabras) (Nueva York), un libro de Esther Schor, una esperantista estadounidense, y por el desafecto que parece que provoca la globalización. Cuando observamos nuestra larga historia, vemos que la humanidad duda sin cesar entre el sueño de unidad y el regreso a la identidad, desde la Torre de Babel que dispersó a las naciones. Babel, en la década de 1870, atormentaba al joven Luis Lázaro Zamenhof, un estudiante de Bialystok, actualmente en Polonia. Zamenhof hablaba allí ruso con las autoridades, polaco en la calle, alemán en el colegio y yiddish en familia. Observaba hasta qué punto la falta de una lengua común a estos pueblos creaba tensiones, y lo que vivía en Bialystok se podía aplicar al resto del mundo. Zamenhof se propuso entonces no sustituir los idiomas existentes, sino crear un segundo idioma universal y útil para el comercio y para la ciencia.
Como ese idioma no existía, lo creó, y lo llamó Linguointernacie, idioma internacional. Firmó su diccionario, publicado en 1887 en Varsovia, con el pseudónimo de Doktoro Esperanto, Doctor Esperanza. Sus discípulos se extendieron rápidamente por el centro de Europa, Francia –que se convertiría en el centro del nuevo idioma–, España, Brasil, EE.UU., pero también por China y por Japón; ellos llamaron al nuevo idioma «esperanto».
¿Cómo se puede crear un idioma? El método de Zamenhof es sencillo para facilitar su aprendizaje: calculaba que se necesitaban tres meses para dominar el esperanto. Algo que, en mi caso, era optimista, porque aprendí poco y lo he olvidado todo. El léxico de Zamenhof propone novecientas raíces que proceden de las lenguas romances y que se declinan según la gramática eslava. Una vez que se dominan estas herramientas, se invita a los esperantistas a hacer evolucionar el idioma y a introducir en él los neologismos necesarios. El ordenador, que no existía en la época de Zamenhof, se llama hoy Teknokampil. Esther Schor recuerda que la utopía de Zamenhof, su antibabel, no fue una iniciativa aislada. En 1879, en Alemania, un sacerdote católico, Johann Martin Schleyer, inventó el
volapuk con un objetivo comparable. Los franceses de mi generación recordarán una ocurrencia del general De Gaulle contra la «integración» de Europa, en la televisión, el 15 de mayo de 1962: «Dante, Goethe y Chateaubriand pertenecían a Europa en la medida en que eran italianos, alemanes y franceses. No habrían sido útiles para Europa si hubiesen pensado y escrito en algún tipo de esperanto o de volapük ».
De Gaulle pertenecía a una generación para la que el esperanto y el volapuk eran unas «amenazas» exageradas, porque Zamenhof solo proponía un segundo idioma. Y el inglés se ha convertido en ese segundo idioma, lo que desespera a los esperantistas. No porque sean anglófobos, sino porque el esperanto es un idioma neutro que no otorga ningún privilegio a ningún país. Esta neutralidad se entendió bastante bien porque los fundadores de la Sociedad de Naciones en Ginebra, en 1922, se plantearon adoptar el esperanto como lengua de trabajo; la delegación francesa se opuso, por temor a que el esperanto perjudicase al supuesto universalismo del francés. En esa misma época, los dirigentes de la nueva URSS también se plantearon adoptar el esperanto como idioma común del imperio, hasta que Stalin decidió que sería el ruso y acabó con los esperantistas. Pues bueno, el francés ya no es universal y el esperanto no está muerto.
A la pregunta de «¿cuántos hablantes tiene el esperanto?», los esperantistas contestan: Sufice, suficientes para que el idioma siga vivo. Sin duda alguna, hay entre uno y dos millones en el mundo, y su número aumenta gracias a internet, que facilita su aprendizaje. Internet también permite a los esperantistas comunicarse entre ellos, y la red se ha convertido en un país sustituto para estos hablantes apátridas. A falta de territorio, los esperantistas tienen una bandera, una estrella verde con cinco puntas sobre un fondo blanco. Y cada año se reúnen en un congreso donde solo se habla esperanto, el primero de los cuales se celebró en Boulogne-sur-Mer en 1905. Si el esperanto sobrevive también es porque, más allá del idioma, representa una esperanza a la que Zamenhof llamó interna ideo. Esta fe universal se inspira en el rabino Hillel (siglo I a.C), para quien cualquier religión se resumía en una frase: «Trata a los demás cómo te gustaría que te tratasen a ti».
Lectores, esto no es una invitación insistente a que se conviertan en esperantistas, ni una creencia personal en la redención a través de Zamenhof y Hillel. Creo, en cambio, que la fe de Zamenhof en las virtudes del intercambio lingüístico, comercial, científico y cultural es un valor intacto que habría que volver a impulsar. El actual resurgimiento de las ideologías basadas en la identidad y de los nacionalismos abruptos se debe en parte a la incapacidad de los «globalizadores» para estructurar su proyecto con un vocabulario espiritual. Los partidarios de la «sociedad cerrada» y los neotribales tienen una interna ideo basada en un concepto étnico de la identidad. Los «globalizadores», por el contrario, se muestran materialistas y permanecen mudos. Les falta una interna ideo.
GUY SORMAN – ABC – 28/11/16