El Correo-ALBERTO AYALA

Ni los ‘indepes’ barajan reconsiderar su ‘no’ a los Presupuestos ni ello inquieta a Sánchez. Sólo importa salvar los muebles

Si alguien confiaba en que el terremoto político del domingo en Andalucía –que tuvo como titulares más destacados la irrupción de la derecha extrema con una fuerza inesperada y la debacle del PSOE tras cuatro décadas de ejercicio continuado del poder, pese a ser la fuerza más votada– iba a mover a los partidos a abrir una profunda reflexión como paso previo a la adopción de medidas me temo que ya puede ir despidiéndose.

Setenta y dos horas después del tsunami, casi todos se han puesto a la tarea. Pero no de reflexionar acerca del enorme desafecto ciudadano, que es una de las razones de la inesperada irrupción de Vox. Sino de encontrar la mejor posición para afrontar los duros tiempos que nos aguardan por delante.

El presidente Sánchez, en su enésima pirueta, avanzaba la noche del martes en televisión que sí, que no, que finalmente sí presentará un proyecto de Presupuestos para 2019 en enero. No porque confíe en que el independentismo catalán vaya a cambiar de opinión y aprobárselo, no. Lo que toca ahora es construir el relato victimista de un presidente que no puede hacer cosas por culpa de los secesionistas, lo que no le va a dejar otra salida que convocar elecciones anticipadas (¿el superdomingo de mayo?) en las que agitará sin recato la bandera del miedo a que vienen los ultras.

El soberanismo catalán no está para Presupuestos. No si Madrid no se suicida políticamente forzando por debajo la excarcelación de los líderes del ‘procés’, exigiendo al fiscal general del Estado que no les acuse de rebelión y abriendo la puerta a un referéndum sobre la secesión incumpliendo la Constitución.

Los ‘indepes’ bastante tienen con su cada día más grave fractura interna. No solo entre ERC y la postconvergencia –habrán reparado en que quienes se han puesto en huelga de hambre pertenecen a esta segunda familia y no hay ni un solo republicano entre ellos–. Sino, especialmente, entre los antiguos líderes de Convergència.

Mientras desde el partido y el Congreso, David Bonvehí, Marta Pascal y Carles Campuzano tratan de serenar un tanto los ánimos, Puigdemont, Torra y los suyos quieren liquidar el partido y quedarse con el control de todo a través de la Crida. Ambos grupos, por no ponerse de acuerdo no han sido capaces de pactar aún un candidato a a la Alcaldía de Barcelona. Los primeros apuestan por Neus Munté, procedente de UGT y próxima a Artur Mas; los segundos se inclinan por el exsocialista Ferrán Mascarrell, que ya ha avanzado a algunos que si es preciso concurrirá como independiente.

El tercer foco de atención sigue puesto en Ciudadanos, que hubiera sido el gran triunfador de la noche electoral andaluza de no haber irrumpido Vox con la fuerza con que lo hizo. Su patrocinado a la Alcaldía barcelonesa, el ex primer ministro socialista francés Manuel Valls, fiel a los principios que todavía rigen la política en el vecino país, no dudó en mostrar ayer su abierto rechazo a que C’s pacte con la ultraderecha. Simultáneamente, la ejecutiva de la formación naranja acordaba negociar con el PP, sin descartar nada respecto a los de Abascal. Ni menos ni más.

Casi siempre fue así. Pero hoy más que nunca el ¡sálvese quien pueda! se ha adueñado de nuestra vida pública. Aguarden si no al inminente desenlace de la negociación presupuestaria vasca.