HERMANN TERTSCH-ABC

La legitimidad que no tiene en España no se compensa con amigos imaginarios

VISTA la autoestima que gasta el nuevo inquilino de La Moncloa, la que con escaso pudor alimentan sus genios del twitter y de la teletienda, –gafas, manos y poses–, habrá que pensar que Pedro Sánchez cree realmente que existe un nuevo triunvirato en la Unión Europea que forman Angela Merkel, Emmanuel Macron y él mismo. Y que su llegada al escenario europeo casi compensa y hace olvidar a Angela Merkel la eliminación de Alemania del Mundial de Rusia. Pues no. Si no fuera tan serio, tendría hasta gracia Sánchez cuando pretende, en sus relatos sobre sus «acuerdos en la cima», que él, recién llegado, ya ha convencido a los poderosos Merkel y Macron para que, como amigos, paguen a España por ser el puerto de entrada de las siguientes oleadas de inmigrantes. Nos vamos a enterar. Lo único garantizado son los inmigrantes, que no refugiados por mucho que traficantes y ONG intoxiquen con el coro mediático de la infinita generosidad gratuita.

En semanas, Sánchez ha dejado claro que, pese a haber perdido todas las elecciones, pese a sus 84 diputados y pese a haber llegado al gobierno gracias a todos los peores enemigos de la democracia y de España, se considera con poder y legitimidad para cualquier cosa. Porque legislar no podrá legislar, pero actuar sí. «Ya he demostrado mi capacidad operativa» decía en una de esas entrevistas masaje, única forma de dirigirse a una sociedad que, siempre que ha podido, le ha demostrado a él un masivo y rotundo rechazo. Espera ganarse el favor de Merkel y Macron para improvisar en una supuesta legitimación exterior que compense la falta de legitimidad que tiene para decisiones quizás irreversibles y devastadoras para el futuro de España y la convivencia entre españoles.

Pero Sánchez debería ser consciente de que su poder fuera es escaso. Hasta para consolar a una Merkel inconsolable. La eliminación de la selección alemana de fútbol es un drama nacional. Y personal para la canciller, muy futbolera ella. Que a Alemania le paren los pies en Rusia da siempre para un chiste. Pero hay mucho más que eso tras los terroríficos titulares y el abatimiento tras la catástrofe del miércoles ante Corea del Sur. No fueron pocos los que escribieron y hablaron de «Der Untergang» (El hundimiento), evocando el célebre libro de Joachim Fest sobre los últimos días de Adolfo Hitler en el búnker de Berlín.

Porque el concepto del «Untergang» tiene hoy mucho uso hablando de Merkel, esa nueva amiga imaginaria de Sánchez. En Bruselas se escenifica hoy su hundimiento como poder incontestado. Quienes ganan la partida son los adversarios de Merkel en toda Europa. Ella tiene un apoyo líquido de Macron que ha tenido que pagar con promesas de carísimas contraprestaciones. Ya se verá si Merkel puede cumplir. Porque su gobierno pende de un hilo y ya no saldrá de la precariedad hasta que sucumba. Se hunde su poder europeo y se hunde la capacidad operativa y las expectativas de su gobierno en Berlín. Las decisiones que se tomen en Bruselas van todas en contra de las posiciones pasadas de Merkel y ella habrá de ceder, porque sabe que si se entierra Schengen el golpe a la UE puede ser mortal. Sánchez, el ilusionista, tiene hoy ya a su servicio todo el aparato mediático existente en España –salvo contadas y honrosas excepciones–. Y nos puede vender de todo. Lo más peligroso es que pretende convertir un espurio salto al poder interino en un irreversible proceso de transformación, cuando no liquidación, del régimen constitucional y del modelo de Estado. Para ello aquí se inventa un mandato. Y en Europa, amigos imaginarios.