Sin perdón

JORGE BUSTOS, EL MUNDO – 12/05/15

Jorge Bustos
Jorge Bustos

· En periodismo todo lo que no sea atacar enaltece.

El tratamiento de un tema nunca podrá ser tan decisivo como la propia elección de ese tema, porque en un régimen de opinión pública nada es tan valioso como la suspensión del anonimato, y nada tan despreciable como no hacer aprecio. Y dado que el periodismo, según suele recordar Arcadi Espada, inevitablemente canoniza todo lo que toca, debe escoger con mucho cuidado a quién da voz o sobre quién posa su foco santificante si se trata de periodismo televisivo, sintagma que quizá no siempre exprese un oxímoron.

Entrevistar a un etarra es reivindicarle como interlocutor: aprestarse a oír sus razones. Concederle razones, para empezar. Pero ¿y si ese etarra estuviera genuinamente arrepentido? Entonces al periodismo se le presentaría la oportunidad no ya de dar una exclusiva, sino de contribuir a fijar la historia de ETA en su abyecto canon, sin equidistancias, que es la batalla que hoy toca librar. Aun en este supuesto, la moralidad de la entrevista dependerá del grado de sinceridad que el periodismo sea capaz de tasar en su entrevistado. Sucede que el periodismo no se inventó para tasar sentimientos sino hechos.

Que Iñaki Rekarte asesinó a tres personas e hirió a una veintena es un hecho. Que está promocionando un libro, es otro. Que su grado de arrepentimiento le ha alcanzado para superar dos escrutinios tan opuestos (y tan arbitrarios a veces) como los de las autoridades penitenciarias para acogerle a la vía Nanclares y las de ETA para expulsarle por traidor, es otro. Pero que Rekarte luzca como un hombre devastado por la culpa, ganado verosímilmente para el bando de la conciencia por la experiencia del amor y la paternidad, ya son solo percepciones. O sea: el ámbito propio de la televisión. Ahí donde el periodismo naufraga.

El etarra Rekarte, tamizado por la posproducción de Évole (¡y aun invitado a un chat de este periódico!), porta un mensaje para justificar su indigna presencia delante del periodismo: el terrorista que huye del odio y busca la paz íntima. No la encontrará nunca, porque el dolor que causó no fue privado: debe perdonárselo toda la sociedad. Cuando alguien mata, nos enseñó William Munny en Sin perdón, arrebata a la víctima todo lo que tiene y todo lo que podría tener. Y esa clase de afrenta ya nunca termina. Pero si consagra su vida al testimonio, reparte entre sus víctimas los beneficios del libro y colabora con la justicia, entonces quizá un día él termine de perdonarse. Porque los demás no lo haremos jamás.