Sobre una invitación

ABC 17/05/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· No amenaza el que quiere, sino el que puede, y siento augurarle al politólogo que, sin llegar a su autoestima, me tengo por un ciudadano que cumple con los deberes cívicos

Una de las razones por la que escribo hoy este artículo es por la de estimular a Ignacio Sánchez-Cuenca -si así lo desea- a que ceda a la tentación que le atenaza y proceda a “contraatacar con artillería pesada a cuenta de la posición ideológica de Zarzalejos y de sus circunstancias personales”. Sobre lo que pienso, la radiografía está hecha después de casi 40 años de periodismo, muchos de ellos en los peores tiempos del País Vasco -los ochenta y los noventa-, así que no descubrirá el Mediterráneo. Sobre mis “circunstancias personales”, no sé qué podría escribir de interés nuestro autor, pero le invito a que lo haga si encuentra algo que me rescate de la aburrida normalidad de una vida de trabajo y honradez. No amenaza el que quiere, sino el que puede, y siento augurarle al politólogo que, sin llegar a su autoestima, me tengo por un ciudadano que cumple con los deberes cívicos: pago los impuestos que me corresponden, respeto los semáforos y, de momento, carezco de antecedentes penales.

Confieso, sí, que soy amigo y admirador de Jon Juaristi, tanto de sus obras de ensayo como de sus artículos, aunque no necesariamente esté de acuerdo con todos ellos. En todo caso, no se me ocurriría comparar los argumentos de mi paisano con los que utilizan los “apologetas del asesinato terrorista” como hace nuestro profesor, difuminando un tanto la línea entre la crítica y el ataque. Supongo que para él será grave que mantenga una cordial relación con Antonio Muñoz Molina y que sea un lector tanto de sus ensayos como de sus novelas y artículos, aunque tampoco convenga con sus tesis ciento por ciento. Pero aunque el jienense no fuera de mi agrado, no me atrevería, como él hace en su libro, a afirmar que sus tesis en ‘Todo lo que era sólido’ son “extravagantes” y “abracadabrantes”, o que el texto es una “ciénaga”, o que el académico se confunde “en cada página”.

Me pasa tres cuartos de lo mismo con Fernando Savater. Pero mi consideración hacia él -tan compartida por cientos de miles de vascos y de otros españoles- podría estar condicionada por mi propia experiencia vital. Tengo la impresión de compartir con él el carácter “rancio” de su españolismo, siempre y cuando por tal se entienda lo que signifique rancio en el particular diccionario de nuestro autor. No conozco a otros nominados en su severo examen de coherencia intelectual, pero tampoco me lanzaría yo -nuestro profesor tiene una autoridad de la que carezco- a negar “rigor” a personalidades como César Molinas o Luis Garicano. Puedo estar en desacuerdo con ellos, pero los juicios inquisitoriales -incluso los filológicos que manifiesta el politólogo- no están al alcance de mi atrevimiento. Tampoco lo está -¿crítica o descalificación?- establecer como “conclusiones” una tan terminante y generalizadora como “el ocaso de los figurones”, entre los que estarían los citados más arriba y otros más.

Pero lo esencial no es nada de lo anterior. Lo verdaderamente importante es que se afirme sin rubor que “disentir de las tesis políticas defendidas por ciertos intelectuales no es un ‘ajuste de cuentas’ sino la expresión de un desacuerdo razonado”. Porque si así fuera, jamás se habría titulado su libro ‘La desfachatez intelectual’, ni se hubiese escrito tal descalificación -desfachatez: “desvergüenza, descaro”- ni se hubiese reconocido tan incautamente que su libro trata de hacer entender “un fenómeno muy extendido pero que raramente reconocen sus protagonistas: la descarada derechización de tantos y tantos intelectuales que en su juventud defendieron consignas revolucionarias y anticapitalistas y que hoy han recalado en un conservadurismo escéptico y refunfuñador”.

En el título no se contiene la crítica sino el ataque; y en la supuesta o cierta ‘derechización’ de determinados intelectuales, la razón última y cierta del ajuste de cuentas que nuestro autor perpetra con un libro que yo comenté críticamente sin acritud alguna, porque de haberla albergado hubiese procedido como los por él atacados -sí, atacados, no solo criticados-: menospreciando la obra a través de un sepulcral silencio que solo ha roto -que yo sepa- uno de ellos. Por mi parte, hasta aquí llega el debate al que Sánchez-Cuenca me ha invitado con un texto en el que se duele de la terrible desconsideración por mi parte de atribuirle el carácter de “zapaterista irredento” e “intelectual orgánico del zapaterismo”, condiciones ambas que quedan cumplidamente demostradas en el libro.


· Siento la falta de reciprocidad: reconozco paladinamente que no me consta de Sánchez-Cuenca ninguna circunstancia personal denunciable

Desde luego, a los intelectuales hay que diseccionarlos y disentir de ellos tanto por su derechismo sobrevenido como por el movimiento ideológico contrario. O sea, por su coherencia. Sánchez-Cuenca solo localiza la descalificatoria “desfachatez” en los primeros y, sin embargo, no hay rastro de comentario -ni bueno ni malo- sobre los segundos, que haberlos los hay. De cualquier forma, creo prudente atenerse a lo que dijo Hannah Arendt: “La esencia de cualquier intelectual consiste en fabricar ideas sobre cualquier asunto”. Quizá Sánchez-Cuenca no haya tenido en cuenta esta reflexión de la filósofa judía.

Y aquí doy por concluido el debate al que me invita Sánchez-Cuenca, más que nada porque no quisiera que ni a él ni a mí nos atribuyan un tongo: el de polemizar públicamente para aumentar así las ventas de ‘La desfachatez intelectual’. El próximo convite que sea a un café, antes o después del relato, o sin él, de esas mis especuladas “circunstancias personales” que tan intrigado me tienen. Siento la falta de reciprocidad: reconozco paladinamente que no me consta de Sánchez-Cuenca ninguna circunstancia personal denunciable. Lo fuera o no, jamás acudiría a ella en un debate digno de tal nombre: resultaría un “(…) rasgo negativo de la esfera pública: resolver una divergencia tratando de deslegitimar a quien defiende la postura contraria”. Exactamente, así es.