Todos lo sabían

EL CORREO 06/09/14
JAVIER ZARZALEJOS

· Pujol replica la autocomplacencia, el narcisismo y el complejo de superioridad moral y civilizacional que el nacionalismo ha extendido en Cataluña

El ‘caso Pujol’, además de la fortuna oculta de la familia, ha permitido descubrir dos cosas. La primera, lo bien informados que están los españoles salvo unos cuantos que no participábamos del secreto. La segunda, la cantidad de partidarios de las mayorías absolutas que han aparecido en un país en que denostarlas parecía una cláusula de estilo democrático. Ahora resulta que todo el mundo sabía lo de Pujol, que era de dominio público y que el hecho de que pudiera mantener sus lucrativos manejos durante tanto tiempo a resguardo del escrutinio fiscal o informativo sólo se explica por una compromiso de ‘omertá’ –así se ha llegado a describir– de los diversos gobiernos que tuvieron que contar con el nacionalismo catalán. Y para terminar, el contrafactual: todo esto es consecuencia de los pactos con los nacionalistas, a los que ni socialistas ni populares habrían tenido que recurrir si hubieran conseguido mayorías absolutas.

El oportunismo opinativo de este tipo de análisis que menudean en la estela del escándalo Pujol resulta manipulador y torpe. Torpe porque esa pretendida contextualización del caso Pujol disuelve las graves responsabilidades en las que con toda probabilidad han incurrido el ex presidente de la Generalidad y su familia. Según esto, Pujol no habría estafado la confianza pública y política que recibió sino que simplemente, mientras otros consentían, habría perdido la protección que le prestaban los paraísos fiscales que han dejado de serlo. No menos torpe es, por esta vía, convertir un caso de corrupción personal y familiar en una tacha sistémica del régimen democrático de la Constitución, haciendo de sus principales actores políticos, cómplices, al menos por omisión, en un entendimiento de corte mafioso. Se trata además de un oportunismo profundamente manipulador de los hechos. No, no es verdad que ‘todo el mundo’ supiera que Pujol tenía como segunda actividad la evasión de capitales e impuestos en el tiempo que le dejaba la historia. No es eso lo que suele presumirse en un dirigente político de su relevancia, predicador recurrente de valores éticos, que ofrecía la ensoñación nacionalista de Cataluña como un renacimiento regenerador de la nación catalana. Pujol pudo sentirse protegido por su papel en la política española, pero ese aprovechamiento de su posición institucional y política, en ocasiones determinante, agrava, no atenúa su responsabilidad personal e intransferible.

Voces que hasta antes de ayer recordaban con nostalgia el ‘catalanismo’ pragmático de Pujol contraponiéndolo al aventurerismo dogmático de Mas y sus independentistas, olvidan de la noche a la mañana las virtudes que se le atribuían al exhonorable. Tantos que glosaron la superioridad democrática de los pactos y advertían de los males de las mayorías absolutas, se ponen ahora a la cabeza de la manifestación de los escandalizados por los pactos que integran en ese repentino frente de firmeza contra el nacionalismo catalán que rapidamente se ha constituido, eso sí, con carácter retroactivo. Siempre se dijo que esto del encaje de los nacionalistas necesitaba un esfuerzo de integración en las fórmulas de gobernabilidad del país. Pues bien, en esto Pujol era la historia de éxito. Eran otros tiempos.

Hay muchas razones para sentirse engañados por Pujol. No las hay para alentar el contagio de este escándalo al sistema institucional en su conjunto. Se puede y se debe reevaluar el papel de los nacionalismos vasco y catalán en el escenario político e institucional español. Errores en la relación con estas fuerzas claro que los ha habido, como bien recuerdan los expertos en predecir lo que ha pasado. Pero en bien de la verdad y de la historia, y en lo que se refiere al asunto Pujol, esa reconsideración debería hacerse en pieza separada, si se me permite la licencia procesal.

Los que quieran ‘contextualizar’ de verdad lo que ha ocurrido con Pujol y su familia, no tienen que salir de Cataluña. En primer lugar, porque han sido los catalanes los que reiteradamente le votaron. Y en segundo término, porque Pujol se explica en el microclima del nacionalismo hegemónico en lo político, lo social y lo económico que se apoderó de Cataluña, sin apenas resistencia de una sociedad civil gustosamente rendida. La corrupción es siempre una manifestación de arrogancia y la enorme corrupción cuya sombra envuelve a esta familia expresa una arrogancia inmensa. Pujol replica la autocomplacencia, el narcisismo y el indescriptible complejo de superioridad moral y civilizacional que el nacionalismo ha extendido en Cataluña. La expulsión de la disidencia y el oficialismo informativo han cegado las fuentes de vitalidad democrática y de debate público, agostado por toda suerte de tabúes históricos, políticos y culturales que el nacionalismo ha impuesto para que prevaleciera su paradigma. Y todo ello alimentado de buena conciencia, de una inflamada jactancia de los que se admiraban de su propia ‘finezza’ frente a los malos modos mesetarios y su griterío propio de reyerta de mesón grasiento y cabeza de toro disecada.

Para contextualizar lo de Pujol, repasen el episodio de Maragall acusando a CiU de tener un problema llamado «el 3%» y cuenten cuántos segundos tarda en retirar sus palabras ante la simple insinuación de Artur Mas de que no habría acuerdo (sobre el Estatuto) con el PSC si Maragall insistía en su denuncia. Maragall era presidente de la Generalidad y Carod Rovira (ERC) vicepresidente.