Triste y final

DAVID GISTAU, ABC – 12/02/15

· «Aquí no te hacen tic-tac, como en la cuenta atrás de un proyecto sectario»

Ya he hablado de esta percepción, pero insistiré en ella porque es cada vez más evidente. Desde un ámbito extraparlamentario, Podemos ha acumulado tal protagonismo, casi hasta convertirse, en el juego de mítines y tertulias, en el primer partido de la oposición, que las sesiones en el Congreso parecen mutiladas. Falta un personaje cuya ausencia al menos concede espacio a los parasitados de la izquierda como Cayo Lara para recuperar por un instante una vigencia fugaz que es como un preludio de la extinción. Por eso, a Lara le recibió Rajoy la camiseta con compasión, con fraternidad, como añorando por anticipado el tiempo en que un «show» era eso, y no lo que viene.

El que primero sufre este síndrome es el propio Parlamento, desplazado a un ámbito periférico –al menos para el tráfico de ideas, no para el diseño de leyes: éstas aún no se hacen en los platós– muy distinto de la importancia vertebral que tuvo durante la Transición, cuando era en la Carrera de San Jerónimo donde se forjaban los nombres y la nación. Con el escenario público acomodándose para recibir a Podemos, más allá de las abrasiones que este partido pueda sufrir durante el largo camino hasta las generales, el Parlamento parece una reminiscencia «ancienrégime» que se mantiene entretenido en liturgias propias como si no estuvieran a punto de echarle abajo las puertas. Por eso precisamente me gusta ir.

Porque aquí la agonía está demorada y no te hacen «tictac» como en la cuenta atrás de un proyecto sectario de fabricación de enemigos a abatir. El Parlamento es todavía un microclima del 78, el último, aunque estén lejos sus días de gloria. Cómo estará de alicaído para que uno de sus principales alicientes sea el matonismo de Montoro, que parece poseer una mirada justiciera con rayos X que detecta a los defraudadores y los fulmina con un láser. También detecta a los rivales políticos pertenecientes a todos los gremios sociales, a los que amedrenta con los poderes de su cargo, de forma que el ministro parece haber adaptado la frase de Arnaldo durante la cruzada albigense: «Matadlos a todos. Hacienda reconocerá a los suyos».

Mariano Rajoy tuvo un pequeño agarrón con Pedro Sánchez, de quien no sabíamos todavía que había decidido hacerse una fama de «killer» aplanando la federación madrileña, a la que tendrá que cortar agua y luz para que se rinda. Rajoy dijo a Sánchez que no podrá derogar sus leyes, ni la reforma de educación ni ninguna otra, porque jamás llegará a gobernar.

Después del pacto sobre yihadismo, que tanto daño ha hecho a Sánchez entre su propia gente, la invectiva de Rajoy parecía más un auxilio a Sánchez que una verdadera voluntad de chocar. Podría sospecharse que lo estaba ayudando a caracterizarse como algo más que una extensión protésica del bipartidismo, y que Sánchez participaba gustoso en el teatrillo para hacerse avalar una supuesta independencia hegemónica de la izquierda con el odio de un presidente de derechas.

A lo mejor a solas se hicieron reproches como cuando en el cine fingen peleas: «La próxima vez, que el puñetazo no sea tan auténtico, me hiciste daño».

DAVID GISTAU, ABC – 12/02/15