Un final a capricho

KEPA AULESTIA, EL CORREO 22/02/14

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· ETA trata de salvar los muebles de su pasado subastando por entregas las pocas armas que posee.

El arco que refleja las distintas posturas que afloran en el final de ETA ha llegado esta semana a su máxima extensión. Desde la denuncia de los dirigentes de la banda por genocidio y delito de lesa humanidad ante en Tribunal de la Haya, admitida a trámite en la Audiencia Nacional, hasta los parabienes que ayer mereció el video en que mostraba unas pocas armas y algunos paquetes explosivos a dos integrantes de la Comisión Internacional de Verificación anunciando el inicio de un desarme progresivo.

Lo escenificado ayer forma parte de un pensamiento único. Todo lo que no sea una mala noticia es una buena noticia, de modo que resulta mal visto señalar las sombras del paso dado, aunque se parezca tanto a una tomadura de pelo como el «sellado» del primer lote del arsenal de ETA, con un contenido peligroso por su fecha de caducidad. Los procesos de paz son así, se nos dice, pero casi nunca se menciona alguno en concreto. Un proceso debe ir cubriendo etapas que garanticen su afianzamiento, se insiste. De modo que la entrega del arsenal formaría parte de él, y ella misma constituiría una especie de subproceso con sus particulares fases encomendadas, nunca mejor dicho, al maestro armero. Se supone que el desarme de ETA está respondiendo al canon establecido para estos casos, del que por cierto nadie había dado cuenta hasta ahora. Además no hay otra posibilidad que atender a un proceso que se desarrollará paso a paso, porque hasta el más pequeño de los que puedan darse será positivo. Tampoco es el momento de reclamar la disolución de ETA porque no sería realista pretenderlo, sencillamente porque ETA no está dispuesta a ello. Si llega llegará, pero lo importante es el proceso, que se sigan dando pasos hacia delante. La impaciencia a este respecto solo puede ser fruto de la inconsciencia, del desconocimiento o de la mala fe. Sobre todo de la mala fe.

Aunque sea de manera intuitiva los adalides del pensamiento único saben que cuanto más tiempo dure el proceso mayor será la indiferencia de la sociedad, lo que jugará a favor de los entusiastas y acabará aislando a los críticos. Bajo el discurso de un proceso de paz participativo y social se esconde en realidad un proyecto privatizador y excluyente de la discrepancia. La hoja de ruta está trazada y no conviene que nadie venga a meter prisa o, simplemente, a formular preguntas impertinentes. El éxito del proceso depende de su opacidad, porque cuando se muestra transparente se viene abajo, como en la ofrenda de un alijo que merece la consideración de gesto «creíble y significativo» por parte de la Comisión de Verificación. De entrada nadie ha explicado quién ha concedido a sus honorables miembros tal categoría, si se presentaron voluntarios o se les pidió el favor, si se ofrecieron a ETA o ésta había solicitado algo así, y quien ha requerido sus oficios en sus dos años y medio de existencia.

Durante más de dos décadas se habló de la ‘pista de aterrizaje’ que ETA necesitaba para retirarse de escena. Hoy lo que queda de la banda terrorista trata de salvar los muebles de su pasado subastando por entregas las armas que posee. La liturgia no es inocua, porque intenta sublimar su relevancia histórica, y en esa misma medida justificarla, equiparándose a otras realidades. La ‘entrega verificada de armas’ le sirve para emular el caso irlandés, como confrontación entre dos violencias, lo que requeriría ahora algún gesto por la ‘otra parte’. Con la misma imagen simula algo parecido a la desmovilización de cientos y hasta miles de guerrilleros, que ha acontecido cada cierto tiempo en Colombia.

Incluso trata de hacerse eco del final de la lucha armada contra el apartheid en Sudáfrica, como si aquí se hubiese padecido una segregación análoga. Afortunadamente el ‘líder’ de los verificadores, Ram Manikkalingam, no parece muy partidario de acabar con los restos de ETA siguiendo los métodos expeditivos con los que el gobierno de Ceilán ‘extinguió’ a los Tigres tamiles hace cinco años, sin que mediara ningún proceso de paz. En el fondo se trata de recrear la ilusión, para consumo de los más entusiastas, de que Euskal Herria está experimentando una nueva Transición. Hasta el punto de que el último asesinado por ETA, el gendarme Jean-Serge Nérin, lo habría sido porque todavía no se había iniciado el ‘proceso de paz’. Mala suerte.

El antes y el después lo fija el proceso. La democracia no era tal, y ahora estaría a prueba de la respuesta que den el Estado y sus instituciones a este último paso de ETA. No pretenderá nadie que cincuenta años de lucha se desvanezcan de pronto. Los cuatro administradores del legado etarra –dos de los cuales aparecen en el vídeo entregando chatarra a dos verificadores– tienen el cometido de seguir inflando las siglas poco menos que como si fuesen sus fundadores. La sociedad vasca no está impaciente, ni siquiera se muestra expectante. Seguro que las imágenes de ayer fueron muy dolorosas e indignantes para quienes han sufrido en propia carne el acoso etarra. Si acaso el resto puede estar pensando que el tema consume demasiada energía política y demasiada atención institucional cuando ya deberían ser otras las prioridades. Los ciudadanos vascos ya habíamos verificado que lo de ETA se había acabado.

El oxígeno que sus últimos activistas reclaman en su pretensión de eternizarse mediante prórrogas que simulan la dificultad de poner fin a la nada es un capricho moralmente demasiado costoso para la sociedad vasca como para que las instituciones se dejen llevar en su seguimiento. Aunque lo más indecoroso no es que la definitiva certificación del final de ETA centre tanta atención doméstica e internacional cuando amplios sectores sociales atraviesan dificultades que requerirían el máximo interés. Lo injusto del caso es el desfile de tanto facilitador, mediador y verificador para acompasar un final tan caprichoso cuando el mundo se desangra en conflictos que requerirían la intercesión de miles y miles de observadores e intermediarios. La demagogia no está en recordar esto último si no en proseguir el juego de un conflicto tan confortable como el vasco.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 22/02/14