Un platonismo

EL MUNDO 05/03/15
ARCADI ESPADA

ESTABA en la tele de Ana Rosa el chico prodigio Garzón, de Izquierda Unida, oxímoron, cuando le preguntaron por China y el modelo chino. Se ofendió. Y no sé qué cosas dijo sobre los plutócratas chinos, pero quedó claro que no los apreciaba. Vi cómo alguien le preguntaba entonces por lo que le gustaba, por el país donde viviría acorde con sus ideas. «Ninguno», dijo. Me enterneció. Yo vi ahí la cara del neocomunista ingenuo, pero honrado. Poco que ver con estos actuales sinvergüenzas para los que su modelo político y ético era Venezuela hasta que empezaron a votarles los analfabetos locales y el cornudismo chic, y en consecuencia y por el qué dirán, decidieron mutarse en patriotas españoles que insultan en el extranjero al presidente del Gobierno español y que defienden el derecho de autodeterminación en Cataluña, so patriotas. Ninguno, decía Garzón, y queriendo arreglarlo lo estropeó: «Bueno, un poco de aquí, un poco de allá, la sanidad de Cuba, por ejemplo…» La sanidad de Cuba. Pero su desconcierto estaba fundado. Históricamente, las ideas comunistas han tenido una característica: su fascinación teórica se ha trocado en inmensa vergüenza al minuto de aplicarlas. En una inmensa vergüenza o en una inmensa criminalidad. Cuando éramos comunistas y nos preguntaban, siempre había un país u otro para señalar: Cuba, Hungría, Camboya, Yugoslavia… Nunca habíamos estado ni sabíamos nada cierto de ellos («¡proletarios de todos los países, perdonadnos!»), pero el mito en tierra funcionaba.

Ni Garzón ni nadie que no sea un sinvergüenza a sueldo tiene un solo país a escoger al margen de los países capitalistas. Cuando se le pide un modelo alternativo, Garzón puede quedarse mudo o decir torpezas, pero no puede mentir. Solo le falta, a él y a los compañeros, dar un paso más: reconocer que el capitalismo no es un opción sino una respiración, y que es dentro de él, como apriorismo infalible, donde se pueden reivindicar uno u otro tipo de soluciones. La última gran requisitoria contra el capitalismo es, en este sentido, ejemplar: al fin y al cabo Piketty no ve otro modo de corregir la desigualdad que dentro de la unidad moral del mercado.

Yo entiendo bien, en términos biológicos, que en uno u otro momento la vida haya de pasar por el comunismo o por una forma cualquiera de alienación. Pero la imposibilidad de alegar en su propaganda modelos terrenales del dañino platonismo es solo una prueba más y feliz del progreso implacable de la historia.