Urkullu quiere más `Bola´

EL CORREO 19/02/15
TONIA ETXARRI

El lehendakari lo ha vuelto a hacer. Celebra la irrelevancia en la que se está moviendo el actual Gobierno vasco porque es un síntoma de normalidad, comparado con los años en los que la política vasca era un continuo sobresalto, pero lamenta que no se le tenga en cuenta en la política española. Ni mantiene una ‘línea caliente’ con el presidente Rajoy ni le ha ido a ver todavía el líder socialista Pedro Sánchez. Y en cuanto tiene la mínima oportunidad, como ayer ante los micrófonos de una radio, ahí lo deja. Que el presidente del gobierno de La Moncloa no le tenga reservada una línea abierta, le parece hasta «descortés».

Estamos en otros tiempos y, hasta ahora, los gobiernos nacionalistas vascos estaban muy mal acostumbrados a un protagonismo desproporcionado con el peso específico que la economía y la política de Euskadi jugaba en el panorama político español. Durante décadas, en «los años de plomo» y de exacerbación reivindicativa nacionalista, el País Vasco parecía estar ubicado en el kilómetro cero del meridiano de Greenwich. Todo parecía que pivotaba sobre la política vasca. Todos pendientes de Euskadi, con las negociaciones sobre un estatuto de autonomía que fue la envidia hasta de los propios catalanes y que, sin embargo, siempre provocaba las actitudes más victimistas desde los gobiernos de Ajuria Enea.

Ahora estamos en un periodo de descompresión. Una época en la que un presidente autonómico es el representante ordinario del Estado en la comunidad, según el ordenamiento jurídico con el que estamos funcionando. Una situación que a un presidente como Núñez Feijóo en Galicia no le supone ningún problema porque no es nacionalista. Pero al lehendakari, que desde que llegó a Ajuria Enea en 2012, se mueve en el alambre del consenso y las esencias nacionalistas, le incomoda. Pero sabe que lo que le toca a él ahora es administrar la normalidad. Más allá de pancartas, manifestaciones testimoniales de los presos y la agitación anual en las campas alavesas, le toca gestionar la irrelevancia.

Con la crisis tan galopante que todavía padecemos en todo el país, no parece que ir a Madrid a reclamar las competencias que quedan de un Estatuto del que reniegan en su partido pueda suponer una razón de peso que justifique una relación permanente con el presidente de Gobierno. En tiempos adversos muchos problemas tendrá que resolverlos en clave doméstica. De los otros pilares de su acción política (pacificación y reforma del estatuto) pocas salidas encontrará en «Madrid» porque de penden de él, fundamentalmente.

Si la pacificación va tan lenta es por la incapacidad de los herederos de Batasuna de deslegitimar la historia del terrorismo de ETA. Si la reforma del Estatuto en el Parlamento vasco avanza sin prisa, comparado con el desafío en Cataluña y con las próximas citas electorales, parece lógico que no figure entre las preocupaciones de Mariano Rajoy. Tampoco en las de la sociedad vasca, que sigue tan permeable a los problemas relacionados con la economía y el paro. El lehendakari tendrá que esperar a que cambien las tornas electorales y , quizá con otras mayorías, vuelva a recuperar un papel más influyente en el panel político español.