Xenofobia

IGNACIO CAMACHO, ABC – 29/05/15

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· La pitada a los símbolos españoles sólo podría considerarse un gesto de hostilidad grupal. Una agresión xenófoba.

Florentino Pérez podrá ser un presidente errático con los entrenadores y caprichoso con los fichajes pero acertó de pleno al alejar del Bernabéu una final de Copa que el nacionalismo más troglodita quiere convertir en un grosero aquelarre contra el Rey y el himno de España. Es decir, contra los símbolos de la nación que tiene en Madrid la capital de su Estado.

Como el partido se celebra en Barcelona los exaltados se van a considerar con barra libre para su ofensa incívica, y lo peor es que es muy probable que la tengan. Porque hay algo mucho más triste que el talante faltón de miles de hinchas encantados de perpetrar una gamberrada política, y es la resignación, cuando no la complacencia, de los clubes a los que apoyan y de las autoridades de sus respectivos territorios. Con la honesta y algo tímida excepción de Iñigo Urkullu, ni de los dirigentes del Athletic o del Barça, entidades de gran raigambre social, ni de los representantes autonómicos del País Vasco o Cataluña ha salido un reproche tajante a la prevista pitada; más bien le han dado su pasiva comprensión o le han restado importancia. No es muy difícil imaginar su reacción si sus emblemas regionales sufriesen un ultraje masivo, orquestado y consentido, en la capital de España.

El ilustre colega Santiago Gonzalez localizó semanas atrás ciertos quioscos bilbaínos donde se vendía como una gracieta jatorra el kit del aficionado expedicionario: camiseta, pegatinas y un silbato. (Al menos no los regalaban como hizo un hijo de Pujol, años atrás, en otra final en Mestalla). Todo de muy buen rollito, muy divertido, muy risueño y muy jovial, como si insultar a los españoles fuese un pasatiempo igual que cantar «Asturias patria querida» en el tercer grado de la borrachera. La desdramatización del vandalismo es el primer paso hacia la criminalización de las víctimas del ultraje. Esos españolazos ceñudos y encabronados que no saben tolerar una broma.

En los estadios españoles no se pueden proferir insultos que menoscaben la convivencia o el espíritu del fair play deportivo. Clubes ha habido sancionados porque en sus campos se han pronunciado gritos racistas, se ha denostado a la ciudad del adversario o se ha vejado a Messi o a Cristiano. El fútbol intenta con buen criterio luchar contra la hostilidad tribal que suele empezar en violencia verbal y a menudo acaba en agresión física. Por eso no se entendería que un agravio multitudinario a los símbolos españoles quedase impune mañana, menoscabado como una provocación insignificante, consentido por apocamiento político o falso sentido de la tolerancia. No es parte de la festiva liturgia futbolera. En cualquier caso, pero más aún en el contexto del debate secesionista, se trataría de un gesto de animadversión grupal, de antagonismo colectivo, de beligerancia excluyente. Con todos los rasgos de un claro acto de xenofobia.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 29/05/15