«Cuando escuchas a una víctima te preguntas: ‘¿qué hemos hecho?’»

DIARIO VASCO, 31/12/11

Un recluso autor de la muerte de tres personas en 1992, relata el proceso que le llevó a rechazar el terrorismo y pedir perdón cara a cara a la viuda de un asesinado

«Hasta que no hablé con una víctima frente a frente no fui consciente del todo de muchas cosas. De cuánta gente hay así, destrozada… Y yo he participado en eso». Iñaki Rekarte, nacido en Irun hace 40 años, es uno de los presos disidentes de ETA de la denominada ‘vía Nanclares’, aunque en la actualidad cumple condena en la cárcel de Martutene.

EL PROGRAMA
Febrero-marzo. Los presos de ETA que han asumido su responsabilidad e incluso han firmado una petición de perdón solicitan a Instituciones Penitenciarias que ponga en marcha un programa de encuentros con las víctimas. Se acepta la propuesta y se trabaja en colaboración con la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco. No hay beneficios penitenciarios por participar en esta iniciativa.
Mediador. Un experto se encarga de preparar a las víctimas y a los reclusos por separado antes de que se produzca el encuentro cara a cara.
Primera fase. Empezó en mayo. Participaron cuatro presos, dos de ellos en régimen de semilibertad, y cuatro víctimas. Todos son de Nanclares. Rekarte es uno de ellos. El encuentro se produce antes de su traslado a Martutene. Uno de los reclusos se reunió con su víctima directa.
Segunda fase. Se empezó a trabajar antes de agosto y acaba de finalizar -sólo quedan pendientes dos reuniones, que se celebrarán en breve-. Han participado siete presos y siete víctimas, cuatro de ellas vascas y el resto de otras comunidades. Dos reclusos se reunieron con sus víctimas directas.

EN CORTO
ENTRADA EN ETA
«Yo era una bala perdida que no tenía ni idea de ideologías, pero pareces importante en tu pueblo»
COLECTIVO OFICIAL DE PRESOS
«Muchos aguantan como si tuvieran un sueldo vitalicio cuando salgan, y no es así»

El 19 de febrero de 1992 colocó e hizo estallar con un mando a distancia un coche bomba cargado con 25 kilos de explosivo y 35 de metralla en pleno centro de Santander. El objetivo era una patrulla uniformada del Cuerpo Nacional de Policía que circulaba por el cruce entre la calle de La Albericia y la avenida de Santander. El atentado acabó con la vida de los ciudadanos Eutimio Gómez Gómez, su esposa, Julia Ríos Roiz, y Antonio Ricondo. Otras veintiún personas resultaron heridas de diversa consideración. Rekarte fue detenido apenas un mes después, y en 1998 la Audiencia Nacional le condenó a 203 años de prisión, que a posteriori le fueron reducidos a treinta. Se le ha aplicado la doctrina Parot.

Es uno de los pocos reclusos que, hasta la fecha, se ha arrepentido públicamente de su pasado violento y lo que resulta aún más significativo, forma parte del reducido grupo de presos ajenos a la disciplina de ETA que ha participado en el programa de «encuentros restaurativos» con víctimas de la banda. Instituciones Penitenciarias, en colaboración con la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco, puso en marcha a principios de año esta iniciativa, cuyo objetivo último es la búsqueda del perdón. Rekarte es el primer preso arrepentido que relata a cara descubierta y sin tapujos su evolución en el entramado de ETA y el camino, no exento de «miedos», que le llevó a hacer una revisión crítica de su pasado y disculparse frente a frente ante una víctima.

Con veinte años de condena cumplidos y en régimen de semilibertad -debe dormir en prisión y permanecer interno los sábados- aceptó reunirse ayer con este periódico en San Sebastián. Apenas dos horas después de abandonar, a las siete de la mañana, la cárcel de Martutene.

-¿Qué le llevó a militar en ETA?

-Las amistades, el ambiente… Conocí a unas personas en Irun y acabé metiéndome en el comando Mugarri, de San Sebastián. Era un chaval, tenía solo 18 ó 19 años. Recuerdo que al poco tiempo lo desarticularon y tuve que huir a Francia. Allí estuve en diferentes casas, en Bretaña, París… Hasta que volví a Santander.

Fue entonces cuando recibió la orden de atentar contra la patrulla de la Policía Nacional. «Estuve apenas un año en ETA, pero hice todo el recorrido de manera condensada», señala. Rekarte tiene muy presente la fecha en la que fue detenido en Bilbao: 18 de marzo de 1992. Aquel día, su madre, profundamente religiosa, «se quedó tranquila». «Un amigo de la familia es guardia civil. Me he criado con él y con su hijo. Recuerdo que una de las primeras cosas que me dijo mi madre en la cárcel fue: ‘si le hubieses hecho algo a Florencio no te perdonaría en la vida’», revela.

Su familia «no es nacionalista. Es de aquí y punto», subraya. Pero la decisión de Rekarte de sumarse a las filas de la banda terrorista acabó por «arrastrarles». «Mi padre me decía: ‘ten cuidado con dónde te vas a meter», evoca. Él no fue consciente de que se adentraba «en una secta». «Eso es algo que ves con el tiempo, y no es nada fácil. Yo era una bala perdida que, como mucha agente, no tenía ni idea de ideologías. Además, luego parece que eres importante en tu pueblo», admite.

-¿Cuándo se arrepintió de lo que había hecho?

-Cuando entras en ETA no te das cuenta de nada. Pero cuando haces algo, cuando la cagas, ahí sí que te das cuenta de todo, de que no sabes nada de la vida. Cuando entré en la cárcel pensé: ‘¿Qué es lo que has hecho? Al principio lo niegas, lo haces muy impersonal. Es como el soldado que va a la guerra y dice que él no ha matado, que ha sido el Ejército. Pero con los años te pesa la conciencia. No es algo que te pase de un día para otro, son etapas y se tarda mucho. Eres tú el que tiene que pedir ayuda en la cárcel, el que tiene que decir ‘quiero salir de esta mierda’.

Rekarte ha pisado más de una decena de cárceles en veinte años. Media vida. Desde Carabanchel, hasta Alcalá Meco, pasando por Puerto (Cádiz), Valdemoro, Aranjuez, Topas (Salamanca) o Villabona. Hasta que finalmente fue trasladado a Nanclares, tras desvincularse de ETA. En Asturias rompió con la disciplina de la banda, junto al también preso Valentín Lasarte, al aceptar un puesto de trabajo en el economato del centro. «Recuerdo que a través de una persona me hicieron llegar una carta en la que me pedían explicaciones, cosa a la que me negué. Luego hicieron el paripé de que me habían expulsado de ETA, pero fui yo el que decidí dejar de ser un número en una lista e irme», explica. La ruptura de la última tregua con la bomba en la T-4 en 2006 no hizo más que reafirmar su decisión.

El camino ha sido «duro». La presión a la que estuvo sometida su familia en el exterior y las críticas de sus compañeros presos fueron una constante. Al entrar en la cárcel, su madre empezó a acudir a las concentraciones con el cartel con la fotografía de su hijo en la mano. «Cogieron ese arrope, y cuando les dices que ya no quieres saber nada… Hubo gente que les dijo cosas, no te insultan pero casi, y otros que les dejaron de saludar… Fue un periodo difícil. Eres un traidor, un arrepentido, y hay gente muy cerrada. Lo que no puedes es pararte a explicar a todos la verdad», expresa. La familia se mudó a un pueblo de Navarra y «empezó de cero».

-¿Por qué decidió participar en el programa de encuentros cara a cara con víctimas de ETA?

-Quieres encauzar tu vida. Es por uno mismo. Piensas en lo que has hecho…

Rekarte formó parte del primer grupo de presos arrepentidos de ETA que participaron en el programa -en total se han llevado a cabo dos fases, con veintidós participantes once reclusos y once damnificados)-. Se sentó frente a frente con una víctima durante casi tres horas. El encuentro, que contó con la preparación previa de una mediadora, se produjo con una mujer a la que la banda arrebató a su marido. No fue en este caso ningún familiar directo de las tres personas cuya vida segó el coche bomba que Rekarte colocó en Santander. «Mi intención era la de poderme reunir con el padre de una de estas víctimas, pero fue imposible. No quiso y eso es de respetar. Yo hice aquello, pero nunca he sabido quiénes eran. Lo que siempre he pensado es que algún día tendría que dar la cara», matiza.

-¿Qué sintió al sentarse cara a cara con ella?

-Hasta que no hablé con esa persona no fui consciente del todo de muchas cosas. Recuerdo que estaba nerviosísimo y me llamó la atención que ella trajera un cuento escrito por su nieta. Yo no maté a su marido, pero tienes la cosa de haber tomado parte en eso. Al final, tú has hecho algo así. Lo que más me sorprendió es la falta de odio. Yo me imagino en su situación y no sé, con lo que has perdido… Pero también su fuerza para seguir adelante y cómo lo recuerdan todo, cada detalle. Tienen aquél día grabado. Cuando estás metido ahí, ves a las víctimas como algo impersonal, pero la conoces y te traslada su sufrimiento de persona a persona, esa es la realidad. No hay dolor más grande que ese. Cuando escuchas a una víctima te dices: ‘¿Qué hemos hecho?’. La gente irá saliendo de las cárceles, pero ese sufrimiento será para siempre.

-¿Qué tipo de preguntas le hizo?

-Lo que menos te imaginas. Cosas como: ‘¿Lo celebraste?, ¿cómo te levantaste aquel día por la mañana?’… No es ese personaje que pueden llegar a crearse. A ti te dicen que hagas algo y tú vas y lo haces. Es impersonal.

-¿Lo celebró?

-No. Ni siquiera sabes lo que has hecho y en lo único que piensas es en que no te cojan. Sí que es cierto que cuando estás metido ahí, lo sientes como un logro, como que estás luchando por tu pueblo, cuando luego…

-¿Llegó a pedirle perdón, aunque no fuese una de sus víctimas directas?

-Sí. Cuando tus hijos hacen algo mal les dices que pidan perdón. Y luego, en una cosa como esta, cuando se ha matado a personas, ¿por qué no? Es como si renegaras de toda razón. Lo normal es asumir lo que se hizo mal.

-Hay muchos que consideran que la ‘vía Nanclares’ es fundamental para la convivencia, pero la mayoría de los presos no está por la labor de dar ese paso.

-Yo creo que las personas que han estado muchos años en esto no duermen tranquilos nunca, pero para ellos sería renunciar a su vida. La gente tiene pánico. Piensas que en el otro lado te van a rechazar, pero luego te das cuenta de que no es verdad. En la cárcel es como si fuera una foto de los ochenta con pegatinas de ahora. Cuando salgas, ellos no te van a ayudar, muchos aguantan como si tuvieran un sueldo vitalicio o como si su vida fuese a tener continuidad en el ámbito político. Muchos no han trabajado en su vida. Cuando ETA desaparezca definitivamente, las cosas irán más rápido.

Una mujer gaditana

Rekarte, que cree en el final de la banda -«no tiene otra, pero desde hace mucho tiempo», subraya- estuvo trabajando de jardinero en San Sebastián cuando empezó a disfrutar del régimen de semilibertad. Ahora está en paro. «Iba con un compañero en furgoneta por la zona de las villas. Todo había cambiado, para mí fue como descubrir mi pueblo de nuevo», describe. Optó por ocultar en el trabajo su condición de recluso de ETA. «No sabes cómo va a reaccionar la gente. Cuando me preguntaban yo echaba mano de mis referencias de antes. Esquivé como pude las preguntas», admite.

Una de sus preguntas guarda relación directa con su mujer, natural de Cádiz. «¿Y cómo la has conocido?», le decían. Su respuesta era siempre la misma: «Viajando». En realidad, Rekarte conoció a la que ahora es su mujer en la cárcel de Puerto, en Cádiz. Ella era trabajadora social en el centro penitenciario. «Un funcionario le dijo a su padre: ‘tu hija se relaciona con un etarra’», evoca. Ambos decidieron casarse, pero no en Cádiz, donde se negaron a que se oficiara la ceremonia. La boda se celebró en el penal de Salamanca, después de que le trasladaran al mismo. En la actualidad tienen un hijo de cuatro años y un segundo en camino. Rekarte reconoce que el pequeño «lo pasa mal cuando ve que su padre se va todas las noches de casa». «Una vez estuve a punto de contarle que aita hizo hace mucho tiempo algo que no estuvo bien y que por eso está en la cárcel. Al final me eché para atrás. Algún día lo haré», apostilla.

DIARIO VASCO, 31/12/11