EL MUNDO, 13/3/12
Familiares de dos vascos asesinados por la organización asumen en el aniversario de sus muertes que la izquierda abertzale jamás condenará el terrorismo etarra
Tal día como hoy, un 13 de marzo, Ángel Jesús Mota llevaba a su hijo de seis meses en brazos cuando Francisco Javier Balerdi le descerrajó un tiro a bocajarro en la cabeza y otro en el cuello. En la calle Matía, en San Sebastián, Ángel Jesús y el pequeño Iñigo cayeron al suelo. El primero quedó en coma y tardó un día en morir; el segundo, que tuvo que ser recogido del frío asfalto por una señora que pasaba por allí, no pudo entender entonces que ETA hubiera recurrido a su padre para convertir a todos los funcionarios de prisiones en «objetivo militar».
Jorge Mota, hermano del asesi- nado, se lo cuenta a través de la prensa 22 años después, pues la madre del pequeño, cuya hermana es del entorno de Herri Batasuna, no permite que la familia de Ángel Jesús vea al chaval. Jorge cuenta que le gustaría que el joven supiera que quien disparó contra Ángel Jesús trabajaba «en el seno del grupo municipal de HB en el Ayuntamiento de San Sebastián»; que advirtiese que hoy, 22 años después, aquellos que «brindaron con champán» por la muerte de su padre y que hicieron oídos sordos al estruendo de las bombas durante años gobiernan muchos de los municipios vascos.
La palabra «condena» resbala por la boca de Jorge continuamente. Y es que es incapaz de entender cómo dentro de las siglas de la coalición Bildu pueda haber líderes políticos que, aun al mando de instituciones como la Diputación foral de Gipuzkoa, se nieguen a posicionarse en contra del horror que el terrorismo ha grabado a fuego en el País Vasco. Y zanja: «ETA ha ganado la batalla».
¿Por qué? Dice que los que antaño callaban cómplices cuando ETA rompía a matar ahora «se convierten en los portavoces de la reconciliación». Ya ha asumido que los que evitan condenar el terrorismo no lo harán jamás. Argumenta que ello instaurará una «lectura adulterada de la historia de este país». Insiste en que los «acercamientos, permisos y terceros grados» son concedidos con una «alegría sorprendente», bajo «un falso arrepentimiento» y en un momento en que ETA aún está armada.
– ¿Merece la pena que gente que no condena los asesinatos de la organización esté en las instituciones a cambio de la paz en el País Vasco?
– Quiero creer que todo esto se ha hecho por la paz. Pero una democracia, para que realmente triunfe, no debe permitir este tipo de cosas. La paz a cualquier precio no vale.
Las palabras de Jorge resuenan de forma inconsciente en la boca de Cristian Matías. A su abuelo, guipuzcoano, también lo mataron. Pero él, a diferencia de Jorge, no sabe quién apretó aquel gatillo.
No había nacido cuando ETA descargó «un cargador entero» en el cuerpo de Manuel Albizu, taxista, entre Getaria y Zumaia (Gipuzkoa), allá por 1976. «Algo habrá hecho», cuenta que le decían a su familia.
El crimen de Manuel fue vivir cerca de un cuartel de la Guardia Civil. Los agentes solían recurrir a él cuando necesitaban un taxi y eso, en la Zumaia del 76, era suficiente para que la banda señalase con el dedo.
Así fue. Lo explica su nieto de forma atropellada: «Un terrorista se subió en su taxi en Zumaia y le pidió que le llevase a Getaria. Le dijeron que cogiese un desvío a la derecha. Se adentraron en el monte. Encontraron el coche con el motor en marcha…». Y a Manuel con dos impactos de bala en la cabeza.
Está acostumbrado a vivir en un entorno hostil en el que, hace poco más de un año, el que aún hoy es alcalde de la localidad, Iñaki Agirrezabalaga (EA), obvió mencionar a ETA en la inauguración de una placa–homenaje dedicada a las víc- timas del terrorismo. A lo que no se habitúa es a que el Gobierno dé «la razón a ETA» otorgando beneficios penitenciarios a presos de una banda activa. «ETA sólo ha dicho que nos va a perdonar la vida», matiza.
Cristian expone que los reos «están orgullosos de lo que ha sucedido aquí» y que, si éstos piden perdón, «es por que hay una recompensa detrás». Y añade: «Si deben colaborar con la Justicia para acogerse a beneficios penitenciarios, ¿por qué ni un solo preso de ETA sabe quién mató a mi abuelo?».
Hoy, 13 de marzo, Cristian y Jorge posan en San Sebastián 36 y 22 años después de dos asesinatos. Recalcan que «ha merecido la pena» luchar por la memoria de sus familiares, pero también asumen que ETA, a día de hoy, «ha ganado la batalla».
EL MUNDO, 13/3/12