Luis Ventoso, ABC 24/11/12
¿Por qué hablan diferente los empresarios catalanes en Madrid y Cataluña?
UN ejercicio entretenido consiste en apalancarse en la sala de embarque del puente aéreo de Barajas y jugar a adivinar qué ejecutivos son de Madrid y cuáles de Barcelona. Se suele acertar.
El ejecutivo madrileño tiende a clasicote. Le agradan los gemelos y en las corbatas se arrima a los colores vivos (aunque últimamente el azul Sarkozy también ha hecho fortuna). El pelo lo lleva ni largo ni corto, bien cortado. El tiempo no corre en los pies del ejecutivo madrileño. Hemos pasado del comediscos al iPad, del botijo al Red Bull, pero él sigue fiel a sus castellanos, adornados a veces con borlitas. El traje es aburridamente correcto; sin más.
El ejecutivo barcelonés arriesga más, con pretendidos guiños de modernidad. Un primer lugar para buscar pistas sobre su origen es su cráneo: si presenta melenilla trasera o rape radical, vayan sospechando que estamos ante un viajero catalán. Si la camisa es gris oscura, casi pueden firmar. Y si el traje es de líneas rectas, de lino y muy holgado; o ceñido hasta los límites de la hernia inguinal (el look Pep Guardiola), pueden poner la mano en el fuego a que estamos ante un barcelonés. Su estampa arquetípica se completa con unos zapatos epatantes y unas gafas high-tech, un toque de vanguardia, que suele derivar en puro kitsch con el paso del tiempo.
Con la gamberrada de Artur Mas, se ha iniciado una curiosa y discretísima gira de empresarios catalanes por círculos de poder madrileños. El objetivo es dar fe, siempre en susurros, de su españolidad y su supuesto malestar por la quimera independentista. Uno de esos empresarios llega a un periódico a contar sus penas: melenita, traje holgado, gafas y zapatos de diseño, afabilísima sonrisa. Al hombre lo han pillado —¡ay, esos malditos móviles que hacen fotos!— dándolo todo en la manifestación de la Diada. El tema ha corrido por las redes sociales, y el empresario se ha encontrado con invitaciones tuitteras a boicotear la compra de sus productos en el resto de España. Le pueden tocar el bolsillo y urge aclararse: «¿La manifestación? Yo pasaba por allí, me siento español y catalán. Esto de Mas es una locura…». El empresario destila sensatez, tanta, que se le hace una pregunta: «¿Y por qué no das un paso al frente y sales a contar todo esto?». El empresario carraspea, con esa tos nerviosa que inventó Pujol y que sirve para pensar unos segundos en un trance difícil, menea lentamente la cabeza, y al fin habla: «No nos corresponde a los empresarios decir eso en público. Eso tiene que hacerse desde otros ámbitos».
Se marcha, con la misma afabilidad con la que entró, pide comprensión, y deja tras sí una duda. Si no se atreve a decir en público que se siente español y catalán, tal vez sea porque en el fondo sí fue a la manifestación de la Diada y sí comulga con el independentismo. Pero si no ha mentido y no puede proclamar en Cataluña algo tan normal y elemental, el asunto es muchísimo más grave: no hay libertad de pensamiento en ese territorio. Y ahí, mucho me temo, empieza y acaba el que ya es el genuino y auténtico «problema catalán».
Luis Ventoso, ABC 24/11/12