¿Defender la nación en la calle? ¿De quién? Nadie precisa salir a la calle para defender los sentimientos nacionales vascos, que nadie amenaza ni reprime. El Gobierno debe, en cambio, salir a la calle para defender a los hombres y mujeres que son agredidos por otros a golpe de nación, o a golpe de cualquier otra abstracción totalizante.
La cruda realidad ha puesto de manifiesto, con una irónica coincidencia, el absurdo implícito en la crítica de Aralar al lehendakari, al que ha acusado de no ser capaz de defender en la calle a la nación vasca como defendió Montilla en Barcelona a la catalana. Porque justo al mismo tiempo que se reclamaba al lehendakari salir a la calle para defender una entelequia, unos ciudadanos de carne y hueso eran agredidos en esa misma calle por el espantoso delito de exhibir su alegría ante otros que, a su particular manera violenta, ellos sí, defendían su nación vasca. Pero para los agredidos no hay mención en el discurso de Ezenarro, seguramente porque sólo son eso, simples personas. Y ella habla de seres trascendentes, nada menos que de naciones.
¿Defender la nación en la calle? ¿De quién? ¿Contra qué? ¿Sobre quién? ¿Cómo? ¿Para qué? Quienes necesitan ser defendidos en la calle no son las naciones, sino las personas que utilizan ese ámbito público para dar rienda libre a sus sentimientos legítimos. Y que son agredidos por otros a golpe de nación, o a golpe de cualquier otra de esas abstracciones totalizantes de turno que no toleran que existan individuos diversos. Quien precisa de ser defendida en la calle es la pluralidad social y su manifestación lícita, y precisa serlo, sobre todo y ante todo, contra la tentación de homogeneizarla que alienta en todos aquellos que sólo piensan, sienten y razonan en términos de nación.
A estas alturas de los tiempos debería estar claro para todos que la patria y la nación de los ciudadanos no están en la metafísica de la historia ni en unas sublimes culturas, sino en la libertad. En la humilde y sencilla libertad de ser y de manifestarse. «Donde está la libertad, allí está mi patria», decían los ilustrados hace dos siglos, estableciendo un programa de desarrollo humano y social que todavía hoy cuesta a muchos entender y aceptar.
Nadie, y menos aún el Gobierno, precisa de salir a la calle para defender unas ideas que nadie amenaza ni reprime. La manifestación de los sentimientos nacionales vascos no precisa de ser defendida cuando, precisamente, está garantizada por las leyes vigentes. El Gobierno debe en cambio, eso sí, salir a la calle para defender a los hombres y mujeres de carne y hueso que ejercen su libertad, que intentan vivir a su manera en la patria de los seres humanos. Pedir lo contrario, pedir que salgamos a la calle a defender la nación, la que sea, la vasca, la española o la circunfleja, es siempre lo contrario. Es lo que no debe hacerse porque la calle es precisamente el mejor ejemplo de lo que no es una nación. La calle es variopinta, plural, diversa, conflictiva, rica y alegre. Es el ámbito propio y constituyente de la ciudad donde queremos vivir en paz. Las naciones guárdenlas en su almario los que quieran cultivarlas, pero la calle déjenla para la libertad.
José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 17/7/2010