Antonio Robles, LIBERTAD DIGITAL, 8/9/12
Atreverse a formular esta cuestión es el primer paso para sacudirnos de encima el mayor de los tabúes surgidos en la transición política.
Siempre nos hemos vanagloriado de nuestro modelo de transición. Quizás nos precipitamos. Con la perspectiva que dan tres décadas de democracia, podemos percibir dos evidencias: una, el modelo autonómico no ha solucionado el principal problema por el que se creó, a saber, dar cabida a las reivindicaciones históricas de los nacionalismos periféricos con el objetivo de cohesionar España como Estado; y dos, por el contrario, se han constituido en caldo de cultivo para romper los lazos afectivos entre españoles y subvencionar toda suerte de instrumentos para erosionar y demoler el Estado.
Es un hecho que hoy, a excepción del deporte, España como nación no tiene quien la defienda; o lo que es lo mismo, nadie se preocupa de garantizar iguales derechos y deberes para todos los españoles. Y los que lo hacen, lo hacen a ratos en función de si están cogidos por los nacionalistas o sueltos.
Sabemos de sus virtudes. Y posiblemente sin una descentralización la transición a la democracia hubiera sido conflictiva. Seguramente. Pero si ponemos en la balanza logros y riesgos, la respuesta no puede ser más desoladora para España. Sin embargo…
Nadie me puede garantizar que con un Estado más jacobino no pudieran haberse logrado las mismas bonanzas sociales, económicas y culturales, o incluso mejores. (Sería bueno no confundir jacobinismos con centralismo franquista. En el caso que nos ocupa, el jacobinismo hubiera estado regido por la misma democracia que lo ha estado el Estado de la Autonomías).
¿Alguien cree que en un modelo democrático más centralista se habría excluido la pluralidad cultural y lingüística de las distintas regiones de España? Sin lugar a dudas, hoy en España la única institución que la garantiza es la administración central del Estado. No así algunas autonomías. ¿Alguien cree que el despilfarro hubiera sido tan generalizado si en lugar de 17 gobiernos hubiera habido uno sólo? Han sido las Cajas de Ahorro, mangoneadas por los políticos territoriales, las que han generalizado el derroche. Y han sido las duplicidades las que han multiplicado los gastos para garantizar un mismo servicio. Sin contar con los dineros derrochados en la construcción de Estados en miniatura. ¿Alguien cree que la sanidad, la educación y las comunicaciones hubieran sido peores si hubieran sido gestionadas por un modelo de Estado como el francés o el alemán? (dos modelos distintos, pero los dos con un alto sentido de la cohesión social).
Importa poco que el 11 de septiembre los líderes que encabezarán la manifestación por la independencia de Cataluña lo hagan para tapar su desastrosa gestión del gasto público con una deuda de 41.0000 millones de euros. Dos generaciones de adolescentes ya están atrapados en un sentimiento de aversión a España convencidos de que ésta es una rémora de la que nos tenemos que librar. Es la consecuencia de tanta demagogia nacionalista por parte de sus mayores. Pero sea porque sus padres les hayan mentido, sea porque la épica de librarse de la odiosa España da sentido a sus jóvenes existencias sin futuro, lo cierto es que esas generaciones sienten realmente tal aberración y creen a pies juntillas que su cruzada está justificada éticamente. Con esa lobotización nos hemos de enfrentar.
Hay soluciones. La más inaplazable es reconvertir este Estado de las Autonomía en un Estado Federal simétrico, con cesión de soberanía limitada y finita, al menos limitada a fracciones de tiempos generacionales. Y con una característica explícita: que ninguna competencia traspasada pueda poseer, ni en acto ni en potencia, posibilidad alguna de ser utilizada como instrumento de manipulación sentimental, cultural o política para romper la cohesión social, emocional y territorial de España. Pero antes que nada, nos hemos de librar del tabú que nos impide replantearnos el modelo autonómico. Esa es la revolución.
Ellos ya la están haciendo con el dinero de todos. Dos ejemplos. Uno, la llamada a la manifestación por la independencia de este 11 de septiembre, protagonizada por personajes subvencionados que hacen el trabajo sucio a los gestores políticos; y otra, una entrevista a ese farsante llamado Jordi Pujol que les da alas.
Antonio Robles, LIBERTAD DIGITAL, 8/9/12