No hay ninguna voluntad de actualizar de algún modo el Pacto Antiterrorista. Zapatero necesita al PNV, no al PP, ni a nadie que cuestione su desastrosa estrategia antiterrorista. Este es el significado del gesto decidido por Zapatero y representado por su gris delegado en Bilbao: acercarse al PNV cueste lo que cueste para que el «proceso» siga vivo en la trastienda.
CUANDO el lenguaje queda desgastado en su capacidad semántica por un uso corruptor que priva de significado no ya a las palabras, sino al mismo dar la palabra, los humanos nos vemos obligados a entendernos escrutando el sentido de los gestos y actos. Es lo que está ocurriendo estos días de creciente confusión —¡y la que nos espera!— con las declaraciones del presidente Zapatero, merecedoras de pergeñar un idioma propio, quizás el zapaterol. En zapaterol, ya lo sabemos a estas alturas, es posible sostener simultáneamente una cosa y su contraria sin perder la sonrisa. Eso lleva a los interlocutores y destinatarios de la sorpresa al desengaño, y finalmente al más precavido de los escepticismos pirrónicos. ¿Es posible creer la afirmación del presidente en la Pascua Militar sobre que el «proceso» había llegado a su «punto y final»? No, si se cree que una afirmación positiva excluye la afirmación contraria. Desgastado por completo el valor de la palabra en el discurso presidencial, un buen ejemplo de ese bullshit tan de moda, nos vemos obligados más bien a escrutar en sus gestos para tratar de penetrar en el secreto de sus intenciones. Y el penúltimo gesto me parece bastante aclaratorio: me refiero al apoyo del PSE a la última martingala de Ibarretxe, la manifestación convocada bajo el lema «Por la paz y el diálogo».
Está meridianamente claro que Patxi López y su muchachada no han podido decidir ese apoyo por sí mismos. Tal cosa sería impensable. Sin duda alguna, la franquicia vasca del PSOE estaba de acuerdo con apoyar a Ibarretxe en el caso, como ha sido, en que éste se impusiera a Josu Jon Imaz, que andaba fraguando otra manifestación, convocada por Gesto por la Paz para conseguir el apoyo de todos los partidos, PP inclusive, con el lema —dicen— «Por la paz, contra ETA». El autista de Ajuria-enea se ha adelantado al hombre de Sabin-etxea colándole un gol muy doloroso en la que parece otra de esas luchas intestinas cíclicas en el PNV, pero esa circunstancia sólo se ha limitado a poner las cosas más difíciles a Patxi López, no a que cambie de opinión. ¿Y cuál es esta opinión?: que no hay alternativa a la alianza PNV-PSE, sobre todo porque esa alianza es el único modo, relativamente rápido, de que la cúpula socialista vasca consiga subirse pronto al coche oficial, único faro de su tormentosa singladura.
Que la cúpula socialista vasca se suba o no al coche oficial es algo que a Zapatero puede traerle más bien al pairo, pero no así lo que haga el PNV. Los portavoces gubernamentales y los hermeneutas áulicos han corrido a desempolvar la vieja doctrina, totalmente desacreditada por la experiencia, según la cual la colaboración del partido de Sabino Arana es esencial para resolver con éxito el problema de ETA. La historia nos demuestra más bien que ese partido representa un impedimento para acabar con una banda cuya mera existencia amenazante le reporta innumerables ventajas, y no hay duda de que muchos socialistas se lo habrán explicado alguna vez a Zapatero. ¿Por qué prefiere ignorarlo, mientras se vuelve al PNV y a Ibarretxe en busca de apoyo en este momento, que debería ser el de liquidación del «proceso»? No basta aquí la explicación de que Zapatero no escucha a nadie que se aparte un milímetro de sus ensoñaciones, quizás con la excepción de Solbes (porque, como, reconoció un día, la economía tampoco es lo suyo). Hay otra razón de fondo, más siniestra, para que Zapatero hunda un poco más al PSE en la ignonimia, ordenando que apoye una manifestación cuyo lema entra en directa confrontación con lo que él mismo dijo el domingo, y con lo dicho por Rubalcaba y José Blanco: que el «proceso de paz» está muerto, acabado.
Manifestarse por «la paz y el diálogo» tras el atentado de Barajas sólo tiene un sentido, y es doble: contradecir abiertamente la idea de que el «proceso» ha fracasado y no tiene retorno, y enviar a ETA el siguiente mensaje: no importa lo atentados que perpetréis y la gente que asesinéis, porque siempre tendréis abiertas las puertas de un nuevo proceso de negociación política —aunque para decirlo claramente haya que esperar a que se pose el polvo de Barajas. Zapatero entiende perfectamente ese lema de Ibarretxe, sin duda alguna, porque este es el terreno en que se mueve con más soltura: el de los gestos de doble lectura y el lenguaje no ya ambiguo, sino deliberadamente confuso y confundidor. Por tanto, la asistencia de la plana mayor del PSE-PSOE a la procesión de Ibarretxe, y de los fieles cuadros que quieran apuntarse, muestra un significado evidente: que Zapatero dice una cosa y su contraria, pero piensa otra y es con esa con la que se compromete, a saber: volverá a intentar negociar con ETA en cuanto sea posible, y desde luego esta misma legislatura. De hecho, asistir a esa manifestación ya es un modo de negociar un precio político: el coste que tendrá —que está teniendo— negociar la paz a cualquier precio. De momento, dos asesinatos, además de los otros daños.
Y es en ese proyecto, obstinación o contumacia donde Zapatero necesita al PNV, muy por encima de lo que necesita al PP. Los medios propagadores del zapaterismo llevan tratando de rebajar la importancia política del atentado desde la misma mañana del suceso —y subrayando, muy sentimentalmente, su lado humanitario. Los más audaces se han apresurado a endosar al PP la responsabilidad no ya del fracaso de la tregua de 1998, sino su misma gestación, buscando hacernos olvidar que esa tregua fue, en realidad, pactada entre el PNV y ETA mediante el infame acuerdo de Lizarra. Y que fue el PNV también quien se vio obligado a romper con la banda al negarse a ir tan lejos y tan rápido como la banda exigía (Eguibar anunció, no obstante, que Euskadi sería independiente para 2003, a más tardar: otro profeta tan gratuito como siniestro). De lo que se trata es de confundir a la opinión pública atribuyendo al PP la responsabilidad mayor en el fracaso político de las dos treguas, en la anterior por haberla manejado mal y en ésta por no apoyar al Gobierno, mientras se renueva la alianza con el PNV. Aunque eso requiera, como es el caso, renunciar a exigir nada a ETA a cambio del cese de la violencia: paz… a cambio de diálogo. Ni siquiera paz por presos.
Semejante opción sólo tiene sentido si Zapatero sabe que le va a resultar imposible renovar el consenso antiterrorista con el PP, sencillamente porque sigue en otra cosa. No tanto, pues, porque el PP se lo ponga difícil, sino porque no hay ninguna voluntad, más allá de la representación teatral y ritual en la escalinata de Moncloa, de actualizar de algún modo el Pacto Antiterrorista. Y para apurar las posibilidades de éxito que los correveidiles de la negociación están alentando, Zapatero necesita al PNV, no al PP, ni a nadie que ponga en cuestión su desastrosa estrategia antiterrorista. Este es, en fin, el significado del gesto decidido por Zapatero y representado por su gris delegado en Bilbao: acercarse al PNV cueste lo que cueste para que el «proceso» siga vivo en la trastienda. Al precio de compartir las coordenadas y perspectivas del nacionalismo más montaraz: el de Ibarretxe, ni siquiera el de un Josu Jon Imaz tan alabado estos días por su lenguaje moderado (que a eso hemos llegado: a aclamar a un político con tal de que no rebuzne).
Naturalmente, puedo equivocarme: bastaría para probarlo que el PSE-PSOE vuelvan sobre sus pasos, y anuncien que no asistirán ni apoyarán de ningún modo la marcha de Ibarretxe. Pero mucho me temo que esto no va a ocurrir, y también que, en estas condiciones, esa unidad democrática que la mayoría urgimos pertenecerá enteramente al limbo de las intenciones piadosas e imposibles.
Carlos Martínez Gorriarán, ABC, 9/1/2007