Al Qaeda sola tal vez hubiera logrado consumar el atentado de 2001. Sin la mitología-Islam, hubiera sido aniquilada de inmediato.
EN su sutil reflexión sobre el islamismo, Allan M. Dershowitz se planteaba la pregunta tras cuya elusión se pudre la impotencia europea: «¿Qué habría sucedido si la comunidad internacional hubiera respondido a los actos terroristas iniciales con una condena universal y un rechazo absoluto a reconocer a la OLP y su causa?». La respuesta es obvia. Europa capituló ante las amenazas terroristas: secuestros y voladuras de aviones fueron, junto al asesinato en masa de los Juegos Olímpicos de Munich, el detonante que impuso el chantaje. Se trocó a los asesinos en héroes y en villanos a los asesinados. Israel fue anatemizado como nación diabólica. Y los asesinos de la OLP fueron elevados al altar progresista. Alemania, la Alemania socialdemócrata de Brandt, fue la primera en rendirse. Siguió luego toda Europa. Y se acabó la posibilidad de vencer en esa guerra. Porque saben los terroristas —lo sabe cualquiera que no sea un europeo humanitario—, «que si son apresados en un país que capitula, serán liberados rápidamente, aunque pida su extradición un país que no capitula». Y su aniquilación será imposible.
El 11 de septiembre de 2001 marcó un salto en la lógica militar del islamismo. La que venía ya forjándose desde la formación del régimen de los ayatollahs en Irán y cuya coartada retórica fue, desde un primer momento, la «causa palestina»: Estados Unidos e Israel, el Gran Satán y el Pequeño Satán, eran exterminables, según mandato del Misericordioso. Así fue proclamado, sin equívocos, por parte de Jomeini, de sus sucesores iraníes, pero también de la OLP y sus escisiones; y de Hamás luego, como de toda el área difusa del Islam político en el mundo. Los carteles con aviones estrellándose contra retratos de dirigentes americanos e israelíes, son parte añeja de la iconografía palestina.
La aseveración de Obama en este noveno aniversario —«nos atacó, no el Islam, sino AlQaeda»— es síntoma de que ese desconcierto ha llegado a los Estados Unidos. Y de que la pulsión autodestructiva, analizada por Dershowitz, va camino de triunfar. Porque la alternativa es falsa. AlQaeda, por sí sola, es apenas nada. El mejor documentado de los estudios sobre el grupo de Bin Laden, el de J. Burke, traza un mapa que está muy alejado de lo que Occidente entiende como organización terrorista. Nada hay en Al Qaeda de la red piramidal que define el terrorismo moderno. Sencillamente, porque el modelo de éste es el Estado, a cuya estructura disciplinaria se ajusta como un calco el terror revolucionario. Pero el Estado es una abominación vetada por un Islam que no reconoce otra red de identificación que la ummah, la comunidad universal de los creyentes bajo el mandato del Libro. Al Qaeda no necesitó nunca organización, porque su logística la ponían la red de las mezquitas, el clero wahabí y la obediencia coránica.
¿Al Qaeda o Islam? Al Qaeda sola, tal vez hubiera logrado consumar el atentado de 2001; aunque no lo juzgo muy probable. Sin la mitología-Islam, hubiera sido aniquilada de inmediato. Y es más consolador, desde luego, soñar que es un grupúsculo mínimo de millonarios saudíes tu enemigo. En vez de la segunda religión del planeta. Pero el consuelo, en la guerra, es antesala de la derrota.
Gabriel Albiac, ABC, 13/9/2010