Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/3/12
La respuesta a la pregunta que encabeza esta columna resulta tan evidente que la duda podría parecer a primera vista una simpleza: se decide, como siempre, quién obtendrá la mayoría necesaria en el Parlamento para poder formar Gobierno y sacar adelante el programa con el que se ha presentado ante el cuerpo electoral.
Sea: tal es, sin duda, la cuestión fundamental. Pero en las elecciones andaluzas hay también implicadas algunas cosas más, de entre las que una resulta a mi juicio extraordinariamente relevante: la de si la democracia puede soportar sin grandes costes que un territorio sea controlado ininterrumpidamente por un mismo partido durante casi treinta años.
Recuerdo que cuando se celebraron en Galicia las elecciones que abrieron la puerta al bipartito entre el PSdeG y el BNG, un nutrido grupo de eso que hemos dado en llamar, sin mucha precisión, intelectuales y artistas, insistieron por tierra, mar y aire en que, tras tantos años de Gobierno del PP, era democráticamente indispensable la alternancia. Nada similar se ha visto ahora, curiosamente, en los comicios andaluces, quizá porque allí son otros los que mandan, pero no es ese el asunto al que deseo referirme. Y es que yo compartí en el 2005 en Galicia tal diagnóstico, pues, aunque creo que el caso de nuestra comunidad es diferente al andaluz (aquí el poder ha estado siempre más repartido que en Andalucía, dado el control ejercido desde 1979 por la izquierda sobre gran parte de nuestras ciudades grandes y medianas), estoy desde hace mucho plenamente convencido de que, en efecto, la alternancia es un componente esencial de una democracia sana.
De hecho, la propia Andalucía constituye, por desgracia, un ejemplo inigualable de adónde puede conducir el ejercicio continuado del poder y el control durante un largo período de tiempo de todos los resortes institucionales existentes en un concreto territorio. Tengo por mi parte pocas dudas de que el escandalazo de los ERE fraudulentos en beneficio de amigos, familiares y compañeros de partido, muestra descarnada de la política clientelar que han practicado con una conciencia total de impunidad quienes han administrado presupuestos multimillonarios a lo largo de tres décadas, no es más que la punta del iceberg de una situación de descontrol y abuso de poder cuya verdadera dimensión solo conoceremos si el PSOE pierde finalmente el Gobierno autónomo andaluz.
Por eso, en las elecciones de hoy lo que se decide no es solo quién vence y quién sale derrotado de las urnas; o el futuro personal de los miles de personas que viven directa o indirectamente de la política en la comunidad autónoma andaluza y que carecen de un empleo o profesión; o si el PP sufre un castigo por sus ajustes y el PSOE logra beneficiarse electoralmente de las duras reformas de Rajoy. No: lo que está en juego, además de todo ello, es si de una vez se abre una vía de drenaje en el gran foco de infección que ha provocado en un territorio pobre y, por ello mismo, fuertemente subsidiado, la hegemonía de un partido que lleva gobernando no mucho menos tiempo que lo había hecho en Italia la Democracia Cristiana cuando comenzó a ser evidente que el país estaba viviendo sobre una auténtica cloaca. Esa, me temo, es la cuestión.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/3/12