Gil, sin esperar a que escampe

Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 25/3/12

No podrá decirse que el lehendakari, Patxi López, sea un político abonado a la suerte en sus acciones estratégicas. Más aún, inevitablemente se ha visto entregado a una lucha contra elementos propios y ajenos. Es ahí donde se enmarca su resistencia al frente del Gobierno vasco ante una implacable campaña de desgaste desde el nacionalismo, las heridas que le fue dejando la debilidad de Zapatero, el legítimo intento de incorporarse con voz propia al debate de esa Euskadi en paz dentro de un inestable marco político y, por si no bastara con el parte de guerra, le estalla en la familia la bomba del fraude fiscal contra el que viene ideológicamente batallando.

Quizá sin tiempo para desprenderse de esta fatalidad, Patxi López no ha podido exprimir la intencionalidad económica que justificaba su reciente viaje a India, precisamente por los ecos mediáticos que le obligaban a responder por su relación con las irregularidades tributarias de su cuñado. Es solo el comienzo. Debería hacerse a la idea el lehendakari, y junto a él quienes le rodean, del calvario que le espera, precisamente ahora que ya se engrasan los preparativos de las elecciones autonómicas. Ahora bien, en su condición de máximo responsable del PSE-EE, ¿no debería ya pedir explicaciones convincentes, imponer un criterio ético en el comportamiento socialista y, por tanto, adoptar medidas ejemplarizantes?
Planteado el escenario de esta guerra abierta, parece intuirse sin esfuerzo que el núcleo duro del PSE-EE pretende alojarse en el refugio del enroque bajo la creencia de que el incesante bombardeo devastador del caso Gil se irá aminorando hasta su extinción. A la tesis ayudaría, previsiblemente, una favorable resolución de la fiscalía negando cualquier atisbo de tráfico de influencias en las sumas de dinero recibidas por el cuñado del lehendakari. Ahora bien, ¿ética y políticamente sería suficiente?

Incluso, en esa coyuntura cogería más aire la fundada tentación socialista de transformar la sofocante escena de uno de sus dirigentes atrapado en la red de Hacienda mientras busca quién le dio 400.000 euros para pagarse un chalé, el caso Gil, en una implacable persecución, obligada desde luego por higiene democrática, de los autores intelectuales y materiales de la infame filtración. Ahora bien, ¿quedaría así compensada la irregularidad fiscal?

Inmerso en un necesario debate introspectivo, donde la revisión crítica se impone aceleradamente para recuperar cuanto antes la credibilidad social perdida como así reflejan las urnas, los socialistas están impelidos a actuar antes de que escampe. Y, especialmente, Melchor Gil a quien siempre le acompañará una pesada mochila: la estela de su aturdido tránsito por Hacienda, de la que solo se podrá desprender contando su verdad.

Sustentado, claro, por la inherente presunción de inocencia, y vilipendiado socialmente por la abominable filtración en la plaza pública de sus irregularidades tributarias, este cualificado dirigente socialista debe calibrar hasta dónde puede llevar el desgaste de su partido, precisamente en unos momentos tan críticos para su suerte electoral. Desde una concepción de principio democrático, todo contribuyente está llamado a cumplir escrupulosamente con Hacienda y, por supuesto, a defenderse si es víctima de un error. Ahora bien, ¿en qué lado se situaría Melchor Gil?

Hacienda, y la Diputación de Bizkaia por elevación jerárquica, deben aclarar sin dilaciones cómo es posible que los datos de un contribuyente sean espolvoreados con tanta facilidad, incluso con cierto ánimo alevoso para así evitar una inquietante indefensión en el ánimo del contribuyente y, de paso, negar la interpretación política que brota de inmediato, por obvia, en este caso.

Y queda para Melchor Gil posiblemente el último gran servicio a su partido. Con independencia de que la justicia no le impute, debería dar un paso al frente para evitar que su desgaste personal y político cause daños colaterales de indudable importancia, precisamente para que, una vez libre, pueda defenderse con más legitimidad que la usada por quienes le han denigrado. Ahora bien, ¿lo hará antes de que escampe?

Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 25/3/12