¿Quién quiere ser guerrillero?

…Y es que ser guerrillero es un auténtico coñazo, y perdónenme la vulgaridad, corriente por estas tierras españolas por donde los terroristas de Eta aún tratan de colarle un gol al Gobierno de Zapatero [sabedores de que corren la misma suerte que sus homólogos colombianos] con los cantos de sirena de una tregua permanente a cambio de un presunto «diálogo» que les dé oxígeno.

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Tengo una propuesta para las Farc si pretenden subsistir en estos tiempos: que dejen las armas y vendan los derechos de su «marca» a una de esas productoras de televisión que se dedican a rodar «realities» de supervivencia. Puede ser su última oportunidad. Entre la presión militar, lo mal que se vive en la selva y las nulas perspectivas de desarrollo profesional, que en el mejor de los casos acaban con uno carbonizado en un ataúd de pino después de una vida de penalidades, madrugones y caminatas entre fango, ya ningún colombiano se ofrece voluntario para engrosar las filas de la guerrilla. Y así no hay manera, oiga. Normal que de los 20.000 pistoleros con los que contaban a finales del pasado siglo hayan pasado a 8.000, y eso a pesar de los reclutamientos forzosos de niños robados en la plaza de cualquier pueblito a los que, como vulgares matones de barrio, les quitaron el balón para darles un fusil y les llenaron la cabeza con los sueños marxistas de cuatro descerebrados en edad de jubilarse. Y es que ser guerrillero es un auténtico coñazo, y perdónenme la vulgaridad, corriente por estas tierras españolas por donde los terroristas de Eta aún tratan de colarle un gol al Gobierno de Zapatero [sabedores de que corren la misma suerte que sus homólogos colombianos] con los cantos de sirena de una tregua permanente a cambio de un presunto «diálogo» que les dé oxígeno.

Puede que hace unas décadas ser guerrillero tuviera un halo misterioso y cierto caché intelectual. Eran los tiempos en que fotógrafos reconocidos se jugaban la vida por retratar a uno de esos jóvenes barbudos de boina calada y puro en boca. Puede incluso que andar por ahí vestido con uniformes andrajosos despertara la libido a alguna jovencita contestataria, pero hoy en día sueltas por ahí a una chica que eres guerrillero y te toma por un pringado, por un tonto del haba, por un vago, vaya.

Desde que llegaron las discotecas, los conciertos masivos y la liberación sexual, las cosas no hicieron sino empeorar para las Farc. Luego cayó el muro de Berlín y el sustento ideológico se fue al garete aunque le pese a Chávez. El cambio de siglo trajo Internet, los móviles y Facebook, adelantos de los que no pueden disfrutar los pobres guerrilleros hartos de levantarse y no poderse dar una ducha calentita. Y encima en las selvas no hay tele por cable ni posibilidad de ver partidos de fútbol. Un tostón. Lógico que los ordenadores del «Mono Jojoy» tengan 11 veces más datos que los de Raúl Reyes, pues no hay otra cosa que hacer en la selva salvo escribir informes. Y, para más inri, con tantos «gadgets» en poder del enemigo y tanto GPS todo dios sabe dónde andas a cualquier hora por mucho que te empeñes en ocultarte. Ni un poquito de privacidad tienen ya los pobrecitos. Vaya, que ni para un retiro espiritual sirven las guerrillas.

Los jóvenes colombianos ya no quieren alistarse porque, además, el terrorismo está mal visto y, al fin, eso es a lo que se dedican las Farc. Los chavales prefieren prosperar trabajando duro en lo que salga o hincando codos en la Universidad en lugar de pasarse el día calados, huyendo sin rumbo alguno. No hay futuro en la guerrilla, amigos bandoleros.

Así que olvídense de plantear negociaciones que ya no cuelan y dedíquense al espectáculo. Háganme caso, lo suyo son los «realities». «¿Quién quiere ser guerrillero?: perdidos en la selva», es su única salida.

Humberto Montero, El Colombiano.com, 28/9/2010