Santiago González, EL MUNDO, 23/6/12
El rector magnífico, qué gran oxímoron, de la Universidad del País Vasco ha elaborado un documento con «pautas y criterios que regulan el uso de las dos lenguas oficiales fuera de las clases», para marcar al personal euskaldun en sus dominios.
No estoy de acuerdo con algún sindicalista que le imputa el intento de marcar con la estrella de seis puntas a parte de su rebaño. Lo que él persigue es poner la calavera de las SS en los uniformes de los elegidos.
Uno de los inventos del rector y su tropa para el personal no euskaldun es colocar junto a él un propio susurrante, que le coma la oreja traduciéndole al erdera lo que se dice en euskara en los actos académicos. Acojonante. Max Thaler, el Susurro, era un matón cualificado en Personville, la ciudad que Dashiell Hammett imaginó para desarrollar Cosecha roja. Susurros sería un apodo ideal para cualquiera de los personajes del Savoy de mi querido José Luis Alvite en sus Almas del 9 largo. El Padrino está llena de gente que susurra al don y el mismo don Vito es puro susurro. Luego, ya fuera de la UPV, en la Gipuzkoa que gobiernan, está su fijación con las basuras, el gran asunto de la gestión de Tony Soprano.
El rector tiene como prioridad contratar a docentes y científicos bilingües. Es la manera más segura de huir de la excelencia, a nadie se le puede ocultar el disparate. Para una mejor Universidad debería considerar prioritarios dos idiomas que le permitirían elegir profesores e investigadores en una comunidad mucho más amplia: castellano (Hispanoamérica) e inglés (todo el mundo universitario).
Pese a los esfuerzos del rector Goirizelaia y la mayor parte de quienes le precedieron, la causa no tira. En el curso 1996/97 se leyeron en la UPV 231 tesis; 21 de ellas en euskara (el 9.09%) y una en inglés. De las de 328 leídas en 2010/11, lo fueron en euskara 27 (el 8,84%). En inglés, 60. No se le pueden poner ateak (puertas) al zelaia (campo).
Hace seis años tuve acceso al baremo de méritos de la categoría de médico para Osakidetza, Era impresionante. Ramón y Cajal, con su premio Nobel, no podría competir por una plaza en Osakidetza con un chico de Ondarroa, recién licenciado y con perfil lingüístico. Tomen nota: asistencia como ponente a un congreso internacional de Medicina: 0,2 puntos; PL1: 8 puntos; PL2: 16 puntos. Un licenciado con 30 matrículas de honor en la carrera tendría 6 puntos, dos menos que un estudiante euskaldun mediocre con perfil 1.
Si me llegara el trance de tener que dar a los cirujanos «mi árbol carnal, generoso y cautivo», como escribió Miguel Hernández, desearé fervientemente que el anestesista y el cirujano sean estrictos monolingües españoles. Compréndanme. No tengo fobia alguna al euskara, pero si tendido ya en el quirófano e inerme, les oyera expresarse estrictamente en la lengua extraña de Cervantes, no podría evitar un pensamiento tranquilizador: Bueno, al menos éstos han tenido que compensar con méritos académicos su falta de capacitación en nuestra lengua materna. Me perdonarán mi falta de sensibilidad, pero me estoy explicando en legítima defensa.
Santiago González, EL MUNDO, 23/6/12