Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La Comisión Europea le pide al Gobierno español que retire las ayudas establecidas para atajar los efectos de la invasión rusa de Ucrania y que utilice ese dinero para reducir el déficit. No quiere que se reduzca la inversión pública, en especial la dedicada a la transición energética y a la digital, pues consideran ambas prioritarias. Pero sí quiere que la consolidación fiscal, un objetivo que fue fundamental y que primero la epidemia del covid y después la guerra arrumbaron al baúl de los trastos inútiles, se saque de nuevo a la luz, se limpie y abrillante y se recupere.
Bruselas dice también que España va a ser uno de los pocos países que no va a presentar desequilibrios macroeconómicos, una vez que el Gobierno se ha comprometido a encorsetar al déficit dentro del 3% acordado en el Pato de Estabilidad y hacerlo ya a partir de los presupuestos del 2024.
Ojalá sea así, pero me da la impresión de que ni Ursula Von der Leyen ni siquiera Nadia Calviño, que vive ahora más cerca, siguen de cerca la interesantísima campaña electoral que nos anega como si fuese una DANA. No me refiero a los temas más mediáticos, como han sido la presencia de asesinos en las listas de Bildu al principio o las compras de votos ahora al final. No, me refiero a los mítines dominicales del presidente. Porque si lo hubieran hecho –y se hubiesen tomado la molestia de sumar el coste de las innumerables promesas efectuadas en esos actos por el presidente Sánchez, que luego lleva al consejo de ministros donde ni sus miembros, ni mucho menos sus aliados, se habían enterado, no ya debatido, sobre su contenido concreto– sabrían que llevamos ya 13.600 millones de euros más de gasto. 13.600 millones que no estaban previstos en los presupuestos generales aprobados a finales de 2022.
A la vista de tan enorme cantidad de dinero nos queda una duda: o bien se trata de promesas que nadie piensa cumplir y entonces no hay problema, o si se cumplen impedirán alcanzar el compromiso aceptado con Bruselas de embridar el déficit en ese angosto sendero que conduce de vuelta a la ortodoxia presupuestaria.
Aquí hay muchos políticos que han perdido el respeto por la palabra dada en campaña. Lo malo es que ahora han perdido el respeto por la simple aritmética. Y eso ya me parece más grave. Oyendo el griterío electoral me da la impresión de que nos llaman tontos todos los días a los votantes. Lo malo es que igual tienen razón.