Miquel Escudero- El Imparcial

Sábado 26 de noviembre de 202218:07h

Es el tiempo que duró la vigencia de la 18ª enmienda a la Constitución estadounidense, por la que se prohibía la fabricación, venta o transporte de ‘licores embriagadores’, y no se permitía importar ni exportar alcohol como bebida. Era la ley seca. Aquella prohibición, efectiva en enero de 1920 (al año de ser ratificada), quedó derogada en 1933, mediante una nueva enmienda; la 21ª.

A la historia de esa ley, que ha quedado muy reflejada en el cine norteamericano, Daniel Okrent ha dedicado el libro El último trago (Ático de los libros). Así, gracias al cine guardamos memoria de la matanza de San Valentín, ocurrida en 1929 -con siete personas tendidas en el suelo de un garaje de Chicago, tres semanas antes de la investidura del presidente Herbert Hoover-, y situada en el contexto del contrabando y la venta ilegal de alcohol; disputas entre bandas de gánsteres y un sindicato del crimen. Ya en 1934, recién anulada la ley seca, la película La cena de los acusados -basada en una novela de Dashell Hammet- testimoniaba un afán generalizado por resarcirse de la época de la prohibición; se ha contabilizado que los protagonistas William Powell y Myrna Loy llegaban a tomarse 33 tragos entre los dos; más de uno por cada tres minutos de la cinta. Mientras rigió la 18ª enmienda Hollywood no podía mostrar a nadie tomando copas.

Desde siempre, los estadounidenses bebían grandes cantidades de alcohol. Lincoln no era partidario de prohibirlo, y estableció un impuesto sobre él en 1862, en plena guerra de Secesión. Un gravamen que se doblaría con McKinley para costear la guerra de Cuba, al acabar el siglo XIX.

En torno al asunto del consumo de alcohol se llegaron a mezclar otras cuestiones muy importantes que nada tenían que ver. Así, el movimiento sufragista femenino creció oponiéndose a la ingesta de alcohol. El Partido Prohibición, por ejemplo, apoyaba en 1872 el sufragio universal, la educación pública, la conservación de los bosques; todo junto. Dos años después, se fundaba la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (UCMT). La Prohibición, como sería conocida la ley seca, se brindaba como: “Algo excelente para las clases trabajadoras. Impide que malgasten el dinero y que mengüe su productividad”. Acabó produciéndose un verdadero delirio contra el alcohol, llegándose a hablar de un ‘heroico asalto’ contra la bebida. Todo acabaría girando en estas dos categorías: secos y húmedos. Y, sin importar la coherencia, como es frecuente en la historia, hubo combinaciones de todo género: húmedos en la vida privada y secos en la expresión pública. Y se sucedieron distintos cambios de bando.

En medio de un odio intenso a los emigrantes judíos y católicos, los irlandeses no tardaron en ser señalados con una fórmula hostil, xenófoba y sectaria: ‘Ron, Roma y Rebelión’. Contra ‘la chusma europea’, el Ku Klux Klan formó en Detroit una organización de auxilio exclusivo SYNWA Club (acrónimo de Spend Your Money With Americans; gastate tu dinero con estadounidenses).

Los Estados sudistas apoyaron mayoritariamente la ley seca, y hasta se llegó a hablar de los esclavos blancos que producía el alcohol. El fundador del segundo KKK, en 1915, William J. Simmons, acabaría siendo expulsado de la organización por ser alcohólico; era además un camorrista bebedor.

En todo caso, los secos tendrían su ley, pero los húmedos tendrían su licor. Se impusieron la hipocresía y los eufemismos. Los ‘speakeasies’ (de ‘hablar bajo’) eran tugurios donde se expendía alcohol a escondidas. En aquellos casi 14 años se bebió menos, en términos absolutos, pero crecieron enormemente la corrupción y los sobornos, y violencia y la criminalidad alcanzaron una fuerza inusitada. Los tres años que duró la guerra abierta en las calles de Chicago, entre diferentes bandas mafiosas, se saldaron con más de doscientos asesinatos.

La industria turística de las Bahamas se desarrolló para eludir la ley, y se produjeron incautaciones de barcos y cargamentos. También prosperó el negocio de los refrescos carbonatos. Coca-Cola era ‘la bebida que alegra, pero no embriaga’. Al acabar la prohibición esa empresa sopesó producir Cerveza Coca-Cola (tanto rubia como negra), pero lo desestimaron.

Consciente de la importancia de la prensa y del provecho que obtendría sobornándola, Al Capone alcanzó un prestigio impresionante financiando obras de caridad y dando unas 5.000 comidas al día en sus propios comedores sociales.

La obsesión por el alcohol acabaría remitiendo a partir de 1933, acaso nunca lo suficiente. Pero la condición humana ansía siempre la libertad, a pesar de los riesgos que comporte.