Los resultados del 22-M parecen haber dejado un poso considerable de insatisfacción en una parte tanto de quienes ejercieron su derecho al voto como de quienes optaron por abstenerse.
Deben de haber provocado una cierta dosis de arrepentimiento para que, a la vista de los resultados, 147.000 personas asuman, nada más celebradas las elecciones, que cambiarían de decisión, incluyendo tanto quienes modificarían el sentido de su papeleta -o no acudirían esta vez a los colegios- como aquellos que se abstuvieron y ahora no lo harían. La cifra, que supone el 13,4% de los casi 1,1 millones de votantes del día 22, resulta más que suficiente para modificar, de forma quizá sustancial, el veredicto de las urnas.
Así lo indica un sondeo del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno, hecho público ayer y cuyo trabajo de campo se realizó del 23 a 25 de mayo. El estudio se basa en 1.620 entrevistas telefónicas.
Ese cambio tan acelerado de opinión se reparte del siguiente modo. El 6% de quienes votaron dice ahora que, vistos los resultados, preferiría haberse abstenido (1%), haber votado a otro partido (2%) o no sabe o no contestas (3%). Ese porcentaje supone 65.000 sufragios, precisó el responsable del gabinete, Víctor Urrutia al presentar los resultados. Mayor aún (un 13%) es el porcentaje de los abstencionistas que habrían acudido a las urnas de haber sabido cuál iba a ser el resultado final. Ello se traduce en que 82.000 personas más votarían hoy a alguno de los partidos que se presentaron.En la valoración global de los resultados, estos solo han satisfecho a la mitad de los encuestados. Dos de cada diez se muestran abiertamente descontentos y tres prefieren no pronunciarse. La valoración resulta especialmente baja en Álava, donde únicamente el 28% se muestra satisfecho. El sondeo no preguntó en concreto a quién votarían ahora esas personas para corregir un resultado que no les ha gustado. Por tanto, no puede realizarse ninguna deducción con base científica, pero sí se podría aventurar la que se extraería del hecho de que el PSE parece haber sido el partido más perjudicado por la abstención.
Esa convicción figura en el discurso de todos sus dirigentes: sus votantes se han quedado en casa como castigo a las políticas contra la crisis que les han perjudicado.
Si se da por buena esa hipótesis, la lectura que se sigue es que al menos parte de esos 82.000 sufragios habrían ido a las candidaturas socialistas. Tiene sentido que sea, además, ese tipo de electorado el que ahora se duela, tanto del tamaño de la derrota de los suyos, como se sorprenda y se culpe de la dimensión del éxito de Bildu.
El sondeo muestra algunas curiosidades. Por ejemplo, solo un 17% dice que se abstuvo, pero es obvio que parte de quienes sostienen que acudieron a las urnas miente. La participación el 22-M se quedó en el 63,6%.
De igual modo, el estudio dejar ver que persiste la ocultación del voto al PSE y al PP. Apenas un cinco de cada 100 personas censadas admiten que apoyaron a los socialistas, cuando en realidad lo hicieron diez. Ocurre otro tanto con el PP: lo admiten tres, pero les votaron ocho. Sin embargo, ocurre al revés con el PNV y, sobre todo, con Bildu, a quien dicen ahora haber votado muchos más ciudadanos de los que lo hicieron.Entre los otros datos significativos que arroja el sondeo figura que un 62% ve positivo que Bildu haya podido concurrir a los comicios y solo el 18% apunta lo contrario. O que un 22% ni siquiera sabe quién ganó en el territorio donde vive.
Cuando se pregunta por los pactos preferidos tanto en las Diputaciones como en los Ayuntamientos, el dato más llamativo es que el 37% prefiere ocultar su preferencia y no contesta. Entre quienes sí lo hacen se dividen, casi a partes iguales, entre tres opciones: el 23% se inclina por acuerdos exclusivos entre partidos nacionalistas; el 20% se pronuncia a favor de pactos transversales y otro 17% prefiere que no haya acuerdos, sino gobiernos minoritarios.
EL PAÍS, 4/6/2011