JUAN CARLOS VILORIA, EL CORREO – 18/11/14
· Estuve el otro día en el cine Callao de Madrid. Se estrenaba ‘1980’, una película documental de Iñaki Arteta en la que acota en 105 minutos, un año, cien asesinatos, miles de tragedias familiares, orfandad y duelo. El cine lleno, expectante. El director rememoró en la presentación el aniversario, esa misma noche, del asesinato de un servidor del Estado 34 años atrás. El minuto de silencio se prolongó hasta los aplausos del final de la proyección.
Porque en ‘1980’ no se oyen los disparos secos de una Parabellum, ni ráfagas de metralleta, ni detonaciones sordas de Goma 2. Ni siquiera llantos desgarrados y oficios fúnebres. Tampoco el goteo moribundo de la sangre resbalando por un mantel de plástico junto a una cabeza rota encima del menú del día. Todo va sucediéndose en sepia, como un cine mudo, igual que se pasan las páginas de un periódico en el silencio de la hemeroteca. Con la mirada de treinta cuatro años después, ese recuento de cadáveres en la calle, en el asiento de un Seat 124 o con medio cuerpo fuera del Land Rover, parece más que nunca teatro del absurdo.
Un municipal de 42 años, tres guardias civiles de tráfico, el enterrador del pueblo, un diputado de UCD, el dueño de un pub en la Margen Izquierda. Y así hasta un centenar de muertos salpicando la geografía del País Vasco en medio de la vida cotidiana sin alteración visible. El absurdo de ver imágenes de terroristas entrenando en el monte y dos minutos de película después, pum, pum, y cae otro. Como figurantes y extras de un guión que otros habían escrito y que la gran mayoría de la sociedad no entendía. Al contrario. Había llegado la democracia incipiente, teníamos Estatuto, empezamos a disfrutar de las libertades después de cuarenta años, el euskera era una prioridad educativa, pero cada vez más asesinatos, de municipales, policías, guardias civiles, chivatos de no se sabe qué. Alguien había decidido que había que matar y matar. Y buscar enemigos. Inventarlos en cada pueblo. Eso sí, todo en silencio. Ese manto de silencio que no es solo miedo, que también, pero que es esencialmente perplejidad e indiferencia y que décadas después ha empapado toda la película de Arteta.
Decía Sebastian Hafner refiriéndose a los años de nazismo: «La cotidianidad seguía funcionando. Mientras uno pueda descansar en sus rutinas no pasa nada, podemos convivir con el horror, con la amenaza y la tortura». Yo, periodista, que viví aquel año en la redacción de un periódico, puedo dar fe de ello. Ahora merece la pena escuchar apoyando las imágenes de ‘1980’ la voz clarividente y sutil de Gaizka Fernández y el estupor que le produjo al repasar aquellos años el vacío informativo sobre las víctimas.
No ha encontrado en las hemerotecas más que notas policiales, despachos de agencia, fríos como el hielo. Ni un perfil, ni un dato de calidez. Solo aquello de: «Era natural de ….deja mujer y dos hijos». Y después , el silencio.
JUAN CARLOS VILORIA, EL CORREO – 18/11/14