JORGE DEL PALACIO-EL MUNDO

La forma en la que cada grupo humano rememora los hitos de la historia dice mucho sobre la manera en la que jerarquiza los valores políticos. Por eso genera cierta inquietud, ahora que vamos a cerrar 2019, observar la manera frívola en la que se han recordado en España la caída del muro de Berlín y el nacimiento de la República de Weimar. La primera, obviando hablar del comunismo y de la URSS para terminar en una oposición cursi contra todos los muros del mundo. Una oposición que, obviamente, ha terminado en un queja contra Trump. La segunda, dominada necesariamente por la figura de Hitler y su papel en la quiebra de la democracia en la Alemania de entreguerras. Pero corriendo un tupido velo sobre las graves consecuencias para la estabilidad del sistema de Weimar que tuvieron los ataques de los grupos revolucionarios de izquierda contra el régimen. Grupos que rechazaban la democracia y el parlamentarismo bajo el influjo del modelo de la Revolución de Octubre.

Lo que más llama la atención es la escasa resonancia que ambas fechas han tenido para el PSOE. Más aún cuando ambas celebraciones dicen tanto sobre el desarrollo de la socialdemocracia occidental, sobre su historia y sus principios. No por causalidad, el muro de Berlín, considerado como protección antifascista, fue construido por la RDA siendo alcalde el histórico dirigente socialista Willy Brandt. Más aún, cuando el primer presidente de la República de Weimar fue el socialista Friedrich Ebert. Quien se parecía poco a Kerenski y no dudó en utilizar el ejército y los Freikorps para reprimir la intentona bolchevique del KDP. Acción que aquilató la condición socialfascista de la socialdemocracia europea.

El PSOE también parece que va a pasar por alto la celebración del 60 aniversario del congreso Bad Godesberg del SPD en 1959. Momento culminante de la evolución ideológica de la socialdemocracia europea en la que el SPD no solo abandonó el marxismo, sino que consiguió algo más importante: fundir de forma inequívoca socialismo y democracia liberal en un mundo de posguerra marcado por el final de la ideología. Un modelo de renovación ideológica impulsado por el amigo alemán Willy Brandt, cuya influencia sería crucial de la renovación programática de los partidos socialdemócratas del sur de Europa. Y que resultaría fundamental para la refundación del PSOE en las postrimerías del franquismo. Quizás por eso el PSOE tampoco ha celebrado la memoria y el significado histórico de su propio Bad Godesberg, el congreso extraordinario de 1979, de cuya celebración se cumple este año el 40 aniversario. Que no solo definía la renuncia al marxismo y a la retórica maximalista por parte del socialismo español, sino que ponía las bases para la construcción de un partido moderno y occidental homologable con el resto de los partidos socialdemócratas europeos siguiendo la senda del SPD.

¿Por qué un partido que se dice tan sensible a la memoria histórica renuncia de manera tan llamativa a la celebración del pasado en el que participa como miembro pleno de la socialdemocracia europea? Quizás es que es un pasado que ya no se considera propio o que debe ser escondido para que no chirríe con las ideas de sus nuevas amistades políticas. Las cuales representan todos los valores contra los que la socialdemocracia europea afirmó su personalidad ideológica en el siglo XX. Pero Sánchez no debería descuidarse porque seguro que Pablo Iglesias, aunque haya secularizado su comunismo de origen, no es tan despegado con su tradición y recuerda el llamado de Antonio Gramsci a «derrotar no solo al fascismo y Farinacci, sino también al semifascismo de Amendola, Sturzo y Turati». Es decir, al semifascismo de liberales, democristianos y socialdemócratas. Tiempo al tiempo.