El Correo- JAVIER TAJADURA TEJADA

Las elecciones del próximo 26 mayo –municipales, autonómicas (en todas las Comunidades salvo Andalucía, Cataluña, Galicia y País Vasco) y europeas– ocupan un lugar central en la agenda política de 2019. Si a ello añadimos que no cabe descartar un adelanto de las elecciones a Cortes Generales –inicialmente previstas para 2020– este 2019 podríamos asistir a la renovación de la mayor parte de los cargos públicos representativos de nuestro país, en todas las instancias territoriales de poder (local, regional, nacional y europeo). 2019 va a ser, por tanto, un año electoral decisivo a nivel nacional y europeo. Los comicios se van a caracterizar, por un lado, por una extremada fragmentación del voto y, por otro, por el auge de fuerzas políticas nacional-populistas. Ambos factores pueden poner en grave riesgo la gobernabilidad de las instituciones. La estabilidad dependerá de la capacidad de las fuerzas políticas para forjar acuerdos y aglutinar mayorías.

A nivel europeo, la gran batalla electoral la librarán los partidos europeístas (socialistas, conservadores, liberales y verdes) frente a nacionalpopulistas. Diferentes encuestas vaticinan un auge sin precedentes de estos últimos. Hasta el punto de que un tercio de los escaños del Parlamento europeo podrían ocuparlo partidos antieuropeos. Estos partidos y sus programas –por su oposición no solo a la Unión Europea, sino al Estado de Derecho y a los fundamentos de la democracia liberal– son una grave amenaza para la libertad que no conviene minusvalorar. Nostálgicos de la ‘soberanía nacional’ y enemigos del libre comercio, postulan un repliegue nacionalista, el cierre de fronteras y la expulsión de los inmigrantes. De hecho, han convertido al inmigrante en el chivo expiatorio de la crisis económica y social. Bajo el lema ‘somos el pueblo’, y apelando al viejo mito de la identidad colectiva (nacional y religiosa cristiana), combaten una supuesta «islamización» de Europa y la «dictadura del género» (como denominan al avance de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales). Lo que les caracteriza es, sobre todo, su oposición a la ‘sociedad abierta’ y al pluralismo inherente a la democracia constitucional.

Para combatir con éxito contra esa marea nacional-populista será preciso que socialistas y conservadores (democratacristianos), con el concurso de liberales y verdes, sean capaces de forjar un amplio acuerdo programático para profundizar en la integración europea y desarrollar su dimensión social. En la gran batalla electoral europea que se avecina, el enfrentamiento entre europeístas y nacionalpopulistas obligará a dejar en un segundo plano la clásica contraposición entre izquierda y derecha.

A nivel nacional, el sectarismo y la demagogia de los dirigentes de los principales partidos (PP, PSOE y C’s) beneficia peligrosamente a las fuerzas políticas nacionalpopulistas. De hecho, dos partidos nacionalpopulistas condicionan por completo nuestra vida política: PDeCAT y Vox. El partido que gobierna en Cataluña es un partido nacionalista supremacista que, al amparo de la defensa de una supuesta «identidad nacional», es incapaz de aceptar el pluralismo inherente a la sociedad catalana. Los discursos racistas e hispanófobos de muchos independentistas catalanes son la mejor prueba de ello. Por otro lado, Vox, como reverso del anterior, se configura como un genuino partido nacionalista español, con muchos elementos de integrismo religioso, y con un discurso de tono claramente xenófobo y machista.

Resulta muy grave y peligroso para el futuro de la libertad en España que esos dos partidos sean los que condicionen hoy nuestra vida parlamentaria. Y que lo condicionen gracias al PSOE, al PP y a Ciudadanos. La incapacidad de estos últimos partidos para alumbrar mayorías de gobierno y forjar acuerdos, ha otorgado a los partidos nacionalpopulistas la llave de la gobernabilidad. Así ocurrió el año pasado cuando el PSOE logró sacar adelante la moción de censura gracias a los votos –entre otros– de los separatistas catalanes y así va a ocurrir en Andalucía donde el PP y C’s va a desalojar a los socialistas de la Junta gracias a los votos de Vox.

El PSOE niega haber hecho un pacto con los separatistas pero lo cierto es que sin sus votos, Pedro Sánchez no sería presidente del Gobierno. El PP y C’s también niegan haber pactado con Vox, pero la verdad es que sin los votos ultras no podrían acceder al Gobierno de Andalucía. Y lo que es tanto o más grave, sin los votos de unos y otros, resultará imposible aprobar leyes y presupuestos.

Se está configurando así un escenario político que, con la vista puesta en los comicios de 2019, podría desembocar en una espiral de radicalización política sumamente peligrosa. La emergencia de fuerzas políticas cuyo programa se sitúa extramuros de la Constitución, solo puede combatirse eficazmente si el resto de partidos establecen un cordón sanitario en torno a ellos, que les impida condicionar la acción de los gobiernos. Y en España está ocurriendo justo lo contrario. El año pasado el PSOE fue incapaz de sustraerse a la tentación de alcanzar el poder a cualquier precio. Estos días, PP y C’s le responden con la misma moneda en Andalucía. Con esa estrategia cortoplacista, unos y otros están dilapidando el patrimonio político de la Transición y alimentando a un monstruo que podría acabar por devorarlos.