In aritculo mortis

Editorial, ABC, 14/9/12

La imagen de Bolinaga no es la de un hombre que se vaya a morir pasado mañana. Aún parece más entero que Ortega Lara

los muchos que ya tenía, el Gobierno acaba de añadir otro problema de imagen. En este caso en sentido literal porque se trata de que la imagen de Bolinaga no es la de un hombre que se vaya a morir pasado mañana. Tal vez el cáncer y su agresiva terapia lo estén pudriendo por dentro; es lo que dicen los médicos que lo tratan y lo que ha dado por bueno la justicia. Pero aunque pese 47 kilos su rostro no tiene la mirada cóncava, vacía, perdida, de los enfermos absolutamente terminales que esperan como espectros vivientes en las salas de quimioterapia, y esa apariencia relativamente entera confronta a la opinión pública contra la versión oficial que lo declara moribundo inmediato. Dicho de un modo antipático, el asesino etarra parece menos perjudicado que Ortega Lara cuando salió del zulo en que él lo había metido; sin duda está más grave pero en la cárcel ha recibido mejores cuidados.Todas las consideraciones jurídicas de su expediente de excarcelación se estrellan ante la percepción colectiva de un hombre al que aún le quedan tal vez meses de vida. La mayoría de los españoles aceptaría o al menos entendería, por humanitarismo o compasión, que el preso se fuese a morir a su casa; pero inarticulomor

tis en el sentido estricto de la expresión, en el trance previo a la agonía, en el último e irreversible tramo de su diagnosticado final. Lo que deja un profundo sinsabor, una amargura de injusticia, una sospecha de trato favorable, es la posibilidad —apuntada por el fiscal y la forense de la Audiencia— de que la enfermedad evolucione aún hacia mejorías relativas que el odioso criminal pueda disfrutar en una libertad que no merece. Y ahí es donde el Gobierno se enfrenta a un veredicto social tan adverso como inapelable; por muchas razones legales que le asistan, por muy atado de manos que se sintiese el ministro del Interior en el momento en que le llegó el oficio judicial instando el tercer grado en aplicación del artículo 104 del reglamento penitenciario, nadie va a disipar la suspicacia ciudadana de una liberación discrecional y prematura. Sin arrepentimiento y sin pronóstico de reinserción.

Como de costumbre, el Gabinete ha manejado mal los tiempos y el relato de la situación. Se ha atenido a la letra del procedimiento con espíritu funcionarial sin medir su alcance político ni su repercusión de desaliento moral, sin resistirse ni intentar siquiera una vía alternativa o impugnatoria. Sólo a última hora, con la batalla de la opinión perdida, Gallardón diseñó una cierta estrategia: utilizar la Fiscalía para tratar de descargar sobre el juez toda la responsabilidad del caso. Tanto Jorge Fernández como el propio presidente Rajoy se han comportado como el personaje de Alec Guinnes en «El puente sobre el río Kwai»: dispuestos a defender hasta el final su decisión aunque perjudicase su propia causa. Que vaya si la ha perjudicado.


Editorial, ABC, 14/9/12