Consuelo Ordoñez-El Correo

  • Los que siempre han dirigido, amparado y defendido el terrorismo no condenan su pasado de complicidad con el crimen ni se avergüenzan de él

Tal día como hoy hace veintinueve años ETA consiguió cambiar el rumbo de la historia de nuestro país asesinando a Gregorio Ordóñez. Sé que puede sonar un tanto exagerada esta afirmación, pero estoy convencida de ello. Gregorio entró en política en el lugar y en el momento más difíciles para hacerlo; nunca ha habido un tiempo más arriesgado y complejo para hacer política que en la Euskadi en la que ETA mataba todas las semanas. El compromiso que tenía Gregorio con la libertad y la democracia estuvieron por encima de su propia vida. Se sacrificó, de manera consciente, no por la sociedad en la que vivía, sino por la sociedad en la que aspiraba a vivir.

Su forma de hacer política fue toda una revolución. Hoy también lo sería. Repasando sus intervenciones parlamentarias y sus debates con sus adversarios políticos -a los que nunca consideró enemigos- se percibe el enorme respeto con que los trataba. Cuando tenía que criticar una cuestión, siempre empezaba por alabar el trabajo y la gestión de su adversario, y después criticaba lo que tuviera que criticar. Nunca entendió la política como un instrumento para conseguir poder, sino para servir y ayudar a sus conciudadanos. Llegaba todos los días a las 7 de la mañana al Ayuntamiento y volvía a casa a altas horas de la noche. Los vecinos de San Sebastián percibían perfectamente su vocación de servicio y su cercanía; era imposible andar con él por la calle sin que los ciudadanos le pararan.

Me entristece comprobar que la política de hoy en día carece por completo del espíritu y del talante de mi hermano Gregorio. Él probablemente jamás habría imaginado que se iba a poner de moda un lema electoral con el nombre de su asesino. Ni que, por pedir respeto para las víctimas a las que les resulta doloroso ese eslogan -yo entre ellas-, como hicimos desde Covite y la Fundación Fernando Buesa, íbamos a sufrir una tremenda campaña de acoso y de odio por redes sociales. Tampoco habría imaginado que miembros del Gobierno de su país iban a calificar de partido intachablemente «progresista» a quienes ordenaron su asesinato y todavía hoy no lo condenan. Estas son las tristes consecuencias de la política de trincheras y de bandos que vivimos hoy en día, en la que las necesidades y los problemas de los ciudadanos son la última prioridad de nuestros representantes públicos. Una política que jamás practicó Gregorio Ordóñez y de la que seguramente hoy se avergonzaría.

ETA asesinó a Gregorio Ordóñez para evitar que él acabase con ETA. Gregorio confiaba mucho en la sociedad civil para romper las «cadenas del miedo», como él las llamaba, y luchaba para que los ciudadanos pudieran recuperar su libertad y expresar lo que pensaban sin miedo a que los mataran. Tarea dificilísima en una sociedad asfixiada por el terrorismo como era la vasca, pero con su arrojo y su firmeza para expresar sus convicciones lo estaba consiguiendo.

La cobardía es contagiosa, pero la valentía también lo es. Y Gregorio estaba transmitiendo su coraje a miles de personas, que habrían querido votarle para que se convirtiera en su alcalde. Pero ETA les arrebató su derecho a hacerlo. Los pistoleros y sus defensores no podían permitir que quien estaba liderando la transformación de la sociedad vasca hacia un rotundo rechazo al terrorismo ganase la Alcaldía de San Sebastián.

Hay quien asegura que es un éxito de la democracia que quienes antes pegaban tiros y jaleaban los asesinatos hoy defiendan sus ideas desde las instituciones. Se podría considerar así si no siguiesen legitimando el terrorismo etarra y mostrando su adoración en público por estos crueles asesinos, a los que llaman ‘presos políticos’. Los que siempre han dirigido, amparado y defendido el terrorismo no condenan su pasado de complicidad con el crimen ni se avergüenzan de él. Todo lo contrario, ni siquiera son capaces de contestar a esta simple pregunta: «¿Matar estuvo mal? ¿Sí o no?».

Es cierto que ETA ya no nos mata, lo cual siempre será una gran noticia, pero ha dejado de hacerlo a cambio de un precio: la legalización de sus brazos políticos, la impunidad para muchos de sus asesinos y la escenificación de su ansiado final sin vencedores ni vencidos. Y quienes hemos pagado ese precio por la paz hemos sido las víctimas.

Mientras muchos viven lo que llaman ‘un nuevo tiempo’, un verdadero año cero sin ETA, yo quiero reivindicar la rebeldía de Gregorio Ordóñez. Mientras los ideólogos del terror hacen política con alfombra roja, yo quiero reclamar el aislamiento de los violentos y sus cómplices, aunque no sea una prioridad para nuestros gobernantes. Quiero animar a todos los que lean estas palabras en memoria de mi hermano a rebelarse ante la tiranía de la legitimación del terror como instrumento político. Perderemos mucho si permitimos que el sacrificio de Gregorio Ordóñez se diluya en un inmerecido olvido.