Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La vicepresidenta Díaz se ha lanzado a tumba abierta con el objetivo de reponerse del estropicio que le infringieron sus excompañeros de Podemos con el revolcón parlamentario proporcionado a su decreto-ley. Ha debido pensar que una taza era una dosis homeopática para marcar su perfil más progresista y que taza y media resultaba más adecuada. Por eso, además de recuperar su idea de rebajar el número de horas semanales de trabajo, pretende imponer una reforma del despido que lo hará más difícil en sus trámites y más costoso en su pago.

Este tema del horario sin reducción del salario no es un gran avance una vez que en la actualidad el número de horas efectivamente trabajadas se sitúa en las 35,5. Lo que resulta molesto es esa insistencia en regularlo todo ‘a lo bruto’ sin considerar, no ya la opinión de quienes deben soportar esa reducción del tiempo trabajado, sino también hacerlo desde las alturas del ministerio sin discriminar por sectores de actividad ni por tamaño de empresa. Eso de pretender saberlo todo sin haberlo intentado nunca y de querer imponerlo todo contra viento y marea es, cuando menos, un pecado de soberbia, un abuso de autoridad y una exceso de temeridad. Y la insistencia en mantener la semana como unidad de medida de cálculo es desconocer como funcionan hoy en día las cadenas de suministro y la gestión de los circulantes. Es decir, las exigencias de los clientes.

La vicepresidenta nos lo presenta como un gran avance social, un mayor ‘derecho a vivir’, un incremento del ‘tiempo de vida’ y un mejor uso del que podrá dedicarse al ocio, a la formación y a la participación ciudadana. Visto así, ¿quién puede oponerse a ello sin resultar un asqueroso reaccionario y aparecer como un despiadado ultraneoliberal? Para este Gobierno trabajar no es vivir, solo holgar lo es, así que ya está todo dicho. El lema elegido es algo así como ‘Trabaje y esfuércese usted, que yo no tengo tiempo, vivir me lo absorbe todo’.

Lo del despido es algo más importante y sensible. La protección al trabajador es algo siempre encomiable, pero el desánimo del emprendedor es letal. ¿Nadie se ha dado cuenta todavía en ese ministerio de que toda traba que se añada al despido se convierte de inmediato en una nueva traba a la contratación? En todo su discurso no hay una sola palabra de ánimo y estímulo para quienes se ocupan de eso tan pasado de moda como es crear trabajo y riqueza. Para ellos solo hay desconfianza, dudas y castigos, cuando no ataques e insultos.

Díaz se arriesga, pero lo hace con red personal de seguridad. Si su política laboral acaba en fracaso estrepitoso siempre encontrará un refugio en la OIT, por ejemplo, y entonces la ‘tumba’ se llenará con el cuerpo lacerado de la economía española