LIBERTAD DIGITAL 09/07/13
MIKEL BUESA
El Libro Negro de ETA, ese libro en el que se ha de establecer la verdad histórica de esta organización terrorista, con lo que se recuperará la memoria de sus víctimas y el balance de su ominosa trayectoria de devastación material y moral, no ha sido aún escrito. Y tal vez no lo sea en el futuro inmediato, mientras subsista la cobardía política para enfrentarse a los albaceas del MLNV y se busque el cambalache para no hacer ruido, para poner en sordina lo que queda por descubrir, para seguir actuando como si nada hubiera pasado mientras la violencia física siga en suspenso y la violencia simbólica no sobrepase la elevada cota de su definición penal. Sin embargo, ese libro es imprescindible para que, como dijo una vez el sacerdote jesuita e historiador francés Michel de Certeau, podamos «mortajar a los muertos y que regresen menos tristes a sus tumbas»; para, en definitiva, cerrar el ciclo terrorista que, durante más de medio siglo, ha atenazado a la sociedad vasca y española.
En ese Libro Negro habrá, sin duda, muchos capítulos; y entre ellos estarán los tres a los que, después de haberlo hecho la última semana en los cursos de verano de El Escorial, me refiero a continuación. El primero alude a las víctimas de ETA. El lector poco avisado puede pensar que este es un capítulo bien establecido. Se equivoca. Por no saber, en España no sabemos aún cuántas víctimas ha ocasionado ETA. Sólo con respecto a los muertos, el Ministerio del Interior las cifra, en este momento, en 829, mientras que si se atiende al libro de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García, Vidas rotas, seguramente el mejor documentado al respecto, se elevan a 858 –y una más posterior a su edición–. Pero si se hace caso al diccionario de Terrorismo de José María Benegas, habría 934 hasta el 30 de mayo de 2003 –y desde entonces, otras 12–. Añadamos que Baltasar Garzón las calculó en 836 dentro del auto por el que suspendió las actividades de Batasuna –era agosto de 2002, con lo que habría que añadir otras 19 para completar el recuento–. O sea que, en resumen, los asesinatos de ETA se mueven en un rango que va desde un mínimo de 829 hasta un máximo de 946.
Pero lo mismo podría decirse de los heridos en atentados de ETA o en actos de terrorismo callejero. Garzón, en el citado auto, los estimó en 2.367, aunque si se atiende a otras fuentes, como los expedientes abiertos en el Ministerio del Interior o en el Consorcio de Compensación de Seguros para indemnizar a esos heridos, esa cifra habría que elevarla hasta unos 4.800. De éstos, alrededor del 40 por ciento serían los que han soportado lesiones permanentes. Y de igual forma deben considerarse todos los damnificados por las destrucciones materiales de ETA, cuyo número, atendiendo a las dos fuentes que acabo de mencionar, no sería inferior a los 31.900.
Es tarea del Gobierno clarificar definitivamente todo esto, aunque sólo sea para cumplir con el mínimo deber de justicia que la sociedad debe a las víctimas de ETA recordando su nombre. En total, el Libro Negro de ETA tendría que contener un apéndice con la nómina de las más de 37.650 víctimas directas de esta organización terrorista. Unas víctimas que, sólo en el País Vasco, según revela la investigación sociológica del equipo del Euskobarómetro que lidera Francisco Llera, estuvieron rodeadas de unos 130.000 familiares y amigos, además de otros 250.000 conocidos dentro de un círculo menos íntimo. Añadamos a los anteriores los que han vivido amenazados y los que, para soslayar esa intimidación, se exiliaron, y llegaremos a cuantificar lo que Antonio Beristain conceptualizó como macrovíctimas del terrorismo en no menos de 583.000 personas.
En el Libro Negro de ETA deberá dedicarse también un capítulo a la depredación de recursos de la que se han alimentado tanto ETA como el entramado de entidades adheridas a ella dentro del MLNV. Una depredación que comprende múltiples fuentes de dinero, como el saqueo, la extorsión, los tráficos ilícitos, los rendimientos mercantiles en negocios de apariencia legal y, de manera notoria, la obtención de subvenciones a través de la representación política y del poder de negociación y gestión que ésta ha proporcionado a los partidos de ETA.
Disponemos de diferentes fuentes para establecer el balance negro de esta depredación de recursos. Y los datos parten del año 1978 para llegar hasta nuestros días, aunque son muy incompletos con anterioridad a la década de 1990, con lo que deberían mejorarse para afinar mejor en lo que atañe a la cuantificación de este fenómeno. De momento, lo que puede decirse con fundamento es que, en euros actuales, esos recursos ascienden a unos 390 millones a lo largo de la historia conocida de ETA. Si se pone en relación esta cuantía con la victimación provocada por las actividades terroristas, el rendimiento de estos recursos puede establecerse señalando que cada víctima directa –cada muerto, herido, secuestrado o damnificado– ha venido a costar 10.358 euros; una cifra ésta más bien modesta si se confronta con el valor de la vida humana.
Ese rendimiento también se puede estimar viendo el valor de los daños derivados del terrorismo. En el capítulo correspondiente, el Libro Negro de ETA tendrá que aludir a los costes que, bajo la forma de indemnizaciones, pensiones y responsabilidad civil, ha tenido que asumir la sociedad española para compensar a las víctimas. Unos costes que suman 1.781 millones de euros desde los años setenta hasta ahora y que son inferiores a los que aluden a los daños materiales derivados del terrorismo, cuya cuantificación incompleta los valora en 8.320 millones. Y a ello habrá que añadir los gastos en los que tanto el Estado como el Gobierno vasco han incurrido para prevenir y combatir la violencia etarra; unos gastos que, sólo en las dos décadas que van desde 1993 hasta 2011, han alcanzado los 11.113 millones de euros. En total, los daños del terrorismo han podido valorarse en al menos 21.214 millones de euros actuales, lo que significa que ETA ha conseguido transformar cada uno de los euros que ha empleado en desarrollar su actividad terrorista en 54,4 euros de muerte y destrucción.
Puede ser que estas cifras no impresionen a casi nadie, o que se consideren como una rareza sin mayor alcance, como el resultado de la manía de los economistas en valorarlo todo en términos monetarios. Sin embargo, como señaló en una ocasión Américo Castro, el futuro «depende menos de esperanzas y mesiánicos anhelos que de las sumas y las restas realizadas sobre los haberes del pasado». Por ello, si hemos de afrontar la construcción de un futuro sin terrorismo, más nos vale tener en cuenta estos haberes. Tal es el papel que se reserva al Libro Negro de ETA.