Antonio Rivera-El Correo
- La propuesta alternativa al 8 de marzo como festivo recuerda un hecho nada democrático y ni siquiera fue la primera ocasión en que votaron las vascas
Anda agitado el patio feminista vasco buscando fecha festiva para su movimiento. Por estos pagos, la coincidencia en nuevas celebraciones ciudadanas es siempre polémica, consecuencia de nuestra condición social más confrontada que plural; por no tener, no tenemos ni día nacional de la comunidad toda. Propuso la vicelehendakari socialista Idoia Mendia la fecha universal del 8 de marzo, pero se ha tomado por distorsión toda vez que el movimiento se reclama todavía en construcción y al convertir la jornada en festivo parecería que todo está logrado o que se desactiva su capacidad de conquista. Lo mismo le pasaría al Primero de Mayo; pero, en fin, esto es lo que tiene vivir en un país en marcha que, por definición, no encuentra su dichoso final.
La cosa es que la entidad especializada en el tema, Emakunde, ha consensuado y analizado una alternativa, y nos lleva así al 5 de noviembre, recordatorio de aquel día de 1933 en que las vascas se sumaron a los vascos en el derecho al voto por vez primera en su historia. Lo habrían hecho así dos semanas antes que el resto de españolas porque lo que aquí se votó ese 5 fue el proyecto de Estatuto Vasco, y quince días después, ya todas y todos juntos, las elecciones a Cortes de ese año.
Conscientes del valor supremo del hecho diferencial vasco, la efeméride parecía la apropiada: lo hacíamos antes que las demás (las españolas) y, además, por un tema nuestro (el Estatuto). Perfecto si no fuera por la buena memoria de los historiadores. Aquel día, además de votar las mujeres vascas, se procedió a un pucherazo histórico. La República era desconfiada con la novedad de las autonomías regionales, así que exigía demostración de entusiasmo popular y de capacidad gestora. El entusiasmo popular se fijó en dos tercios del cuerpo electoral de apoyo al proyecto de Estatuto. Mucho era, y no hubo otra que falsificar los resultados allí donde se pudo. El Gobierno español del republicano radical Lerroux no puso pegas porque andaba entonces de coyunda con los nacionalistas vascos para fastidiar a republicanos de izquierdas y socialistas. De manera que se evitaron los ojos escrutadores de los compromisarios de los partidos y todo se arregló a conveniencia. Puede entrar el lector en la página del Gobierno vasco que recuerda la fecha y hacer la prueba con muchos municipios vizcaínos y guipuzcoanos donde votaron casi el cien por cien de los censados y censadas. Al final salió un 91,1% de votantes en Gipuzkoa y un 90,3% en Bizkaia; por supuesto, abrumadoramente a favor, a la búlgara (casi el 90%). Prueba superada
Visto lo acontecido, celebrar ese 5 de noviembre sería un monumento a los derechos de la mujer coincidiendo con otro a la manipulación de su voluntad, justo el día de su estreno. Estaríamos ciscándonos en la democracia a la vez que celebrábamos nuestra condición de adelantadas. La Constitución española de 1931 nos había dado la oportunidad y la habíamos usado a nuestra manera, todo por la patria, no como los catalanes, entonces gobernados por la Esquerra de Macià, que, desconfiados, prefirieron plebiscitar un año antes, en 1932, su proyecto de Estatuto escamoteando ese mismo derecho a sus mujeres. Todo por la patria, también aquí.
Podría Emakunde sacar fuerzas de flaqueza ante el argumento que expongo y afirmar aquello de Galileo de «y, sin embargo, se mueve»; vamos, que me importa una higa lo que diga el historiador. Se puede atrincherar en su elección. Si es así, le regalo otra píldora para que desista. En realidad, las primeras vascas que votaron lo hicieron el mismo día que el resto de españolas. No fueron muchas, pero sí en las suficientes localidades (2.653 en España, unas 130 en el País Vasco y unas pocas más en Navarra). Lo hicieron un 23 de abril de 1933 en los pueblos donde no hubo elecciones municipales aquel 12 de abril de 1931 porque se aplicó el artículo 29 de Maura (si había tantos candidatos como puestos, la designación era directa, sin votación); eran los llamados burgos podridos del anterior régimen monárquico.
El resultado anticipó medio año antes lo que iba a suceder el 19 de noviembre: que las izquierdas perderían el Gobierno, aunque no fuera atribuible el caso al sufragio femenino, como querían los malpensados (con el mismo censo, ganaron las izquierdas en 1936, porque ni las mujeres ni los hombres son siempre de una sola y misma opinión).
En resumen: que lo del 5 de noviembre no vale. Es un recordatorio tramposo, escasamente democrático, nada épico y, además, ni siquiera es cierto que fuera la primera ocasión en que votaron las mujeres, ni aquí ni fuera de aquí. Posiblemente habrá que darle otra pensada y buscar una fecha menos lugareña que esta, menos de casa. Hay motivos e hitos en esta historia tan justa y universal como es la del pleno derecho de la mujer como para conformarnos con celebraciones de campanario. Pues eso.