¿Serán cuáqueros?

ABC 08/06/17
LUIS VENTOSO

· Dice el alcalde de Londres que el atentado nada tiene que ver con el Islam

SADIQ Khan, de 46 años, alcalde de Londres desde hace uno, laborista, musulmán e hijo de un conductor de autobús paquistaní, es por lo general un tipo cabal. Hombre hecho a sí mismo, creció en un piso social de un barrio duro del Sur de la capital, donde sus padres y sus siete hermanos se apiñaban en tres habitaciones, y logró convertirse en abogado. Muchos lo ven como el líder a medio plazo de su partido. Pero en pleno luto en Londres algo llama la atención. Khan ha condenado enérgicamente la matanza y el ideario que late tras ella. Sin embargo el alcalde habla de una «ideología demoníaca», «perversa» o «enfermiza». Jamás le pone su auténtico apellido: islámica, yihadista o islamista. Khan sostiene incluso que el atentado «nada tiene que ver con el islam». Entonces, ¿qué clase de extremismo fue el que emponzoñó las mentes de los terroristas del Borough Market? ¿Serán radicales cuáqueros? ¿Los abdujo la fe de los indios sioux que veneran a Ptehincalasanwi, la mujer búfalo? ¿Se tratará de cátaros gnósticos, o budistas tibetanos de la rama Nyingma?

Maajid Nawaz, de 38 años, es otro británico de padres paquistaníes. Estudió en el SOAS de la Universidad de Londres, vivero de rencor anti occidental, y en la famosa –y tal vez sobrevalorada– London School of Economics. Se enroló en un grupo radical y a los 24 años fue detenido en Egipto y condenado a un lustro de cárcel. En prisión, a golpe de lecturas y privaciones, se apeó del error y hoy es un destacado activista contra el extremismo islámico.

Nawaz discrepa por completo de la corrección política a lo Khan: «Cualquier político que es incapaz de llamar a la amenaza por su nombre no merece ser tomado en serio. El islamismo es la ideología política que busca imponer su interpretación del islam a la sociedad. El yihadismo es su retoño violento. El terrorismo busca aterrorizar». Su conclusión es preclara: «Si estamos tan aterrorizados que ni siquiera podemos llamar por su nombre al mal que nos persigue, no tendremos oportunidad de galvanizar una coalición social para derrotarlo». Nawaz señala también que los políticos bien pensantes que no denominan al extremismo islámico por su nombre dejan vendidos a los musulmanes moderados, «que necesitan un léxico para el fiero debate interno que se libra en las comunidades sobre la necesidad de derrotar al islamismo y reformar el islam».

En Birmingham, Bradford, Mánchester, Rotherham o el Este de Londres algunas calles suburbiales son guetos musulmanes, donde las prédicas radicales continúan, operan tribunales de la sharia y se conciertan matrimonios. La pobreza y la alienación dan lugar hoy a una nueva forma de rebeldía: el extremismo islámico, espoleado por la aversión a los valores occidentales que emana de ciertas mezquitas y por la inconcebible barra libre en Google y Facebook. Mientras no se encare eso –y la financiación del odio por parte de los reinos petroleros–, seguiremos llorando.

(PD: No le haremos el honor de citarla, pero qué perversión moral y qué rampante estupidez la de esa conocida periodista de la televisión pro-Podemos que llamó asesinos a los policías que detuvieron la masacre del Borough Market. Y ahí sigue todavía).