ABC 25/07/17
IGNACIO CAMACHO
· El Parlamento balear ha inventado el jardín sin flores, la playa sin olas, la ópera en voz baja, el balón cuadrado
AL fútbol se juega con los pies y un balón, como indica su propio nombre; si el juego tiene porterías y pelota pero se juega con las manos se llama balonmano y es otro deporte. Del mismo modo un prado requiere que existan en él flores o pasto; si no los hay se trata de un baldío, un barbecho o un páramo. Así funciona el lenguaje, preciso invento de comunicación que delimita las cosas nombrándolas con signos lingüísticos arbitrarios.
No, no me ha dado una insolación. Eso han pensado muchos españoles sobre los diputados baleares de izquierda que, acaso a falta de materias sobre las que legislar, han aprobado una ley de corridas de toros en la que se llama corrida de toros a una ¿fiesta? que no es una corrida de toros. Un ¿espectáculo? en el que sólo está permitido dar lances textiles a un animal con cuernos, no necesariamente un toro de lidia, que no podrá ser banderilleado ni picado ni muerto. Sólo tres animales por festejo y sólo durante un máximo de diez minutos por faena, al final de los cuales se les practicará al torero —que ya no matador— y a la res… ¡¡un control antidopaje!! Prueba clínica que quizá debió haberse efectuado a los ufanos legisladores que han votado este engendro sin sonrojarse.
Porque no es que se trate de un desatino inconstitucional, como afirma la oposición, sino de una majadería monumental, una memez solemne, un ciclópeo desvarío. Qué más dará si el Parlamento balear tiene o no competencias reguladoras; la cuestión es la de si sus miembros conservan algo de buen sentido. Coraje no tienen, desde luego, porque de poseerlo no hubiesen alumbrado este remedo de tauromaquia: con competencias o sin ellas, como sus colegas catalanes, la habrían prohibido. La postura abolicionista es autoritaria y dogmática pero respetable y legítima; tiene larga tradición histórica y en algunos territorios y segmentos sociales goza de amplio respaldo político. En todo caso refleja un criterio entendible del que carece esta charlotada de Disney, este esperpento pseudotaurino. Existe —en Portugal, por ejemplo— la lidia sin muerte, con su raíz antropológica y su rito más o menos brillante y en todo caso digno; sin embargo esta mamarrachada sucedánea, esta derogación parabólica, este prohibicionismo oblicuo, es una parodia que recuerda la del Bombero Torero en la versión deconstruida, blandita y políticamente edulcorada del ecoprogresismo.
Lo que las señorías de Baleares –incluidas las de un PSOE que en cada región parece un partido distinto– han parido, con toda su prosopopeya de descubridores del Mediterráneo, es un grotesco simulacro. Una ridícula tauromaquia light despojada de su esencial sentido dramático. Algo así como el jardín sin flores, la playa sin olas, el libro sin letras, el fútbol con las manos. La sopa con tenedor, la caballería sin caballos, la guillotina sin filo, la ópera en voz baja, el balón cuadrado.