Editorial-El País
Por qué no hay Gobierno en Cataluña? No por decisión judicial, sino porque la mayoría parlamentaria independentista ha demostrado que no es capaz de convertirse en mayoría de gobierno. El síndrome de elegir como candidatos a aspirantes imposibles (por fugitivos, presos o inhabilitados) ha conducido al secesionismo a la parálisis.
Ese síndrome ha sido solemnizado por la inequívoca voluntad de la antisistema CUP de no votar a un candidato “autonomista”: no es que Jordi Turull no sea president porque esté entre rejas, sino porque sus aliados radicales le desprecian como epónimo de la era más tramposa y corrupta del pujolismo. Simplemente, carece de mayoría.
Este episodio ilustra hasta qué punto el enquistamiento de la política catalana no se debe, contra lo que vierten sus voceros oficiales (inútilmente esforzados en el debate parlamentario de ayer), a la “represión” del “Estado español”, sino a la incapacidad de los secesionistas de convertir su potencial y eventual mayoría en un programa de Gobierno viable.
El separatismo deja así un vacío infinito, únicamente colmado en el nivel retórico por una falsa épica resistencialista: falsa porque muchos de sus protagonistas acaban optando no por resistir, sino por huir, despavoridos e irresponsables. De ninguna forma son heroicos exiliados.
Este vacío que deja la presunta mayoría secesionista debe ser ocupado de inmediato por una confluencia de responsabilidades transversales suficientes para demostrar que Cataluña dispone de distintas fórmulas para ahuyentar el caos y salir de la parálisis. Para ello se necesita el concurso de las fuerzas defensoras de la Constitución y el Estatut, que deberían abandonar su actitud contemplativa y adoptar modos más interactivos.
Hay, por lo menos, tres. Una es un Govern de concentración trabado entre los nacionalistas menos intransigentes y el grueso de los estatutarios. No es fácil, porque les separa el golpe parlamentario de otoño, la aplicación del artículo 155 y su actitud ante el imperio de la ley, desdeñosa o respetuosa. Pero es lo que resultaría exigible en cualquier país europeo.
Otra fórmula es un Ejecutivo de minoría, tolerado por los rivales, dispuesto a emprender una actuación administrativa eficaz con ribetes políticos minimalistas. Y otra, un Govern técnico ducho en encapsular los factores generadores de anomalía política, hegemonizado por personajes y expertos de relieve ideológico menos acusado. De forma que sobre el papel hay solución al actual callejón sin aparente salida (más que hacia el conflicto o la parálisis). Depende solo de la voluntad de una dirigencia comprensiblemente agitada.
Todo depende de si queda espacio para el pensamiento constructivo en el área independentista. Pero también de la actitud de los constitucionalistas. De si Ciudadanos es tan capaz de desplegar flexibilidad inclusiva como de su acreditada firmeza. De si el PSC puede acreditar tanto anclaje en los principios como en su voluntad conciliadora. De si los Comunes deciden o no abandonar la equidistancia. Y de si el PP se decide a sustituir a un dirigente fracasado y rechazado como Xavier García Albiol.