José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Lo importante de su ascenso en las expectativas electorales es que Cs se ha convertido en un partido aspiracional, sin importar si tiene experiencia o no, o, precisamente, porque no la tiene
Todas las encuestas consagran la posibilidad de que el partido de Albert Rivera gane, además de unas eventuales y aún lejanas elecciones generales, las municipales, autonómicas y europeas de 2019. En el «pulso mensual» de Metroscopia correspondiente al mes de abril, el partido naranja se sitúa en el 27,9% del voto estimado, mientras que las otras tres formaciones reptan entre el 18% y el 19%. Suma y sigue. Es tan abrumadora la coincidencia de los sondeos en la escalada de Ciudadanos que los demás partidos están haciendo piña, superando, incluso, las contradicciones que ese frente común comporta. La consigna general consiste en un «todos contra Ciudadanos», aunque cada organización aplique un guion distinto en ese empeño.
A este comportamiento reactivo se han unido también los sindicatos y, especialmente, la UGT de José Luis Álvarez y, de manera más sutil, las CCOO de Unai Sordo. El secretario general ugetista dedicó a Cs algunas perlas el 1º de mayo: «no es de fiar», dijo, y «no saben negociar porque el PNV les ha pasado la mano por la cara». Sordo se queja de que aún no se ha visto con Rivera en lo que juzga un aplazamiento intencionado.
Ciertamente, el más descarado ariete contra Ciudadanos —su victoria el 21-D en Cataluña es indigerible en Euskadi— ha sido y está siendo el PNV. Su presidente, Andoni Ortuzar, está vendiendo —lo hizo el pasado domingo en una entrevista publicada en ‘El Correo’— que su partido «ha hecho a Ciudadanos una jugada de judo» e instó a la «izquierda española» a que «espabile», porque su apoyo a los Presupuestos no es solo para que Rajoy aguante, sino para que el PSOE y Podemos «rentabilicen» el tiempo que los peneuvistas han ganado a la legislatura y se sobrepongan al tsunami naranja.
La hostilidad de los nacionalistas vascos hacia Cs —que reconocen «no haber influido nunca antes tanto en la política española»— es desaforada y se ha coaligado con la más taimada del PP y del Gobierno que en la negociación de los Presupuestos han jugado sucio con Rivera a propósito de las pensiones, no sin antes haberle regalado Rajoy —recuérdese la convención de Sevilla— todo un florilegio de descalificaciones a él y a los demás dirigentes de su partido.
El más descarado ariete contra Ciudadanos ha sido y está siendo el PNV. Ortuzar está vendiendo que su partido «ha hecho a Cs una jugada de judo»
Por su parte, Pedro Sánchez ha interpretado un papel poco airoso en la entrevista que concedió al diario ‘El Mundo’ el pasado domingo. También impactado por la incidencia de Cs en su propio electorado, reivindicó la resistencia del PP y la suya propia, mostrando cómo los partidos del turno de 1978, cuando sienten amenazada su tradicional alternancia, se socorren mutuamente. Y Podemos se une a la ofensiva con obviedades dialécticas que desmienten los hechos: Cs es la «muleta» del PP. Lo será o no, pero ya le ha descabalgado tres presidentes autonómicos (Rioja, Murcia y Madrid). Los morados no están en su momento más imaginativo.
En Cataluña —epicentro del éxito de Ciudadanos— la posible candidatura de Manuel Valls, ex ‘premier’ francés, al consistorio de Barcelona, ha provocado una auténtica convulsión. No tanto por sus posibilidades de éxito electoral como por la ruptura de convenciones del partido de Rivera en el planteamiento de su estrategia.
Y es que este es el meollo de la cuestión que los partidos tradicionales y Podemos no terminan de comprender: Ciudadanos tiene una vocación «macronista», mucho más de movimiento político que de partido orgánico; también más atento a conectar con las corrientes subterráneas de la sociedad que a hacerlo con las más oficiales y tradicionales, sean mediáticas, culturales e, incluso, económicas.
Lo que ha comprendido Ciudadanos es que el modelo político institucional no es ineficaz por su configuración constitucional, sino por la pésima gestión con la que se ha manejado durante los dos mandatos de Zapatero y los otros dos de Rajoy y por la actual ley electoral. La floración de la corrupción, de una parte, y la labor de piqueta destructiva de los nacionalismos, por otra, han delimitado un discurso político que conecta con las aspiraciones de una ciudadanía a la que se ha sometido por el PP, el PSOE y los nacionalistas a un solapado y constante despotismo.
Ciudadanos tiene una vocación «macronista», mucho más de movimiento político que de partido
Queda tiempo para comprobar si Ciudadanos mantiene la velocidad de crucero, no yerra y sus adversarios no le quiebran. Lo importante de su ascenso en las expectativas electorales es que se ha convertido en un partido aspiracional, sin importar si tiene experiencia o no en la gestión, o, precisamente porque no la tiene. Lo importante es, también, que ha superado el temor reverencial a lo políticamente correcto y, sobre todo, que se ha enfrentado a los peores depredadores de la política española desde hace demasiados años: los nacionalistas.
El nacionalismo catalán nos ha llevado a la peor crisis constitucional de todas las posibles y el vasco, todavía ayer, con su presencia en la ceremonia de la «disolución» etarra reavivó la memoria de su deslealtad bien rentabilizada con una Constitución que no votó, cosechando las nueces que caían del árbol agitado violentamente por los que ayer dijeron que su «ciclo histórico» ha terminado.
¿Tan difícil es comprender entonces el porqué del giro copernicano que se avecina en la política española? Ahora que recordamos el Mayo del 68 francés, bastaría posar la mirada en el país vecino y tomar nota de lo que allí sucedió hace un año con el arrasamiento de los partidos de la V República a manos de Emmanuel Macron.