José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El heterogéneo respaldo a las cuentas públicas de este ejercicio convertiría a la «coalición de rechazo» de la moción de censura en un pacto de legislatura con Sánchez a la cabeza
Como en la teatralización bíblica de los fariseos, determinada izquierda se está rasgando las vestiduras por el pacto entre el PP y Vox que permitirá en Andalucía un Gobierno de los populares y Ciudadanos con el apoyo de los doce escaños de Abascal. Se produce tal sinfonía de admoniciones apocalípticas cuando el presidente del Gobierno comienza este sábado en Barcelona una gira para recabar apoyos a los Presupuestos Generales del Estado que el viernes remitió el Consejo de Ministros al Congreso de los Diputados.
No es una casualidad, sino todo lo contrario, que el secretario general del PSOE inicie la búsqueda de apoyos, con estimulantes alicientes financieros, allí donde se instalan los partidos que le dieron la presidencia del Gobierno el pasado mes de junio: Cataluña. Los grupos independentistas catalanes —a los que pertenecen los doce procesados por presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación— con el PNV, los ‘abertzales’ de Otegi y otros entronizaron a Sánchez en la Moncloa sin que los que hoy objetan el pacto de Andalucía sucumbiesen a las jeremíacas lamentaciones de estos días.
El heterogéneo respaldo a la cuentas públicas de este ejercicio, de producirse, convertirían a la «coalición de rechazo» de la moción de censura en un pacto de legislatura bajo la presidencia de Sánchez. De tal manera que sus cuentas y sus cuentos —remedando el título del libro contra el independentismo de Josep Borrell— transformarían un episodio coyuntural en un acuerdo estructural entre el PSOE, ERC y PDeCat. ¿La réplica del tripartito andaluz? Bien podría calificarse así.
El mejor escenario de todos los posibles para la consolidación de Vox consiste en ese, en el que la izquierda se crea libre de cualquier responsabilidad en lo que acaba de ocurrir en la comunidad andaluza. El PSOE se descalabró el 2-D y lo mismo le ocurrió a la marca local de Podemos en coalición con Izquierda Unida. Y hasta un 5% de un posible electorado de Díaz se refugió en la abstención. Las razones de este fracaso de la izquierda, que propiciaron la emergencia de Vox, debieran ser objeto de análisis y reflexión por los prescriptores de opinión que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Sánchez rompió ese pacto tácito de no sobrepasar las líneas rojas y la consecuencia ha sido que la derecha se ha encontrado libre de ataduras
La moción de censura, primero, y la política de relación del Gobierno con los independentistas y radicales varios (entre ellos Podemos), después, supuso y supone una ruptura de las reglas de compromiso democrático que se venían observando por el PSOE (y por el PP) desde hacía décadas. Sánchez rompió ese pacto tácito de no sobrepasar las líneas rojas y la consecuencia ha sido que la derecha se ha encontrado libre de ataduras y ha seguido la senda que, machete en mano, despejó de espesuras el hoy presidente del Gobierno.
Vox es radical y ultra, pero los independentistas catalanes (al margen los presuntos hechos delictivos) lo son igualmente; mucho más los abertzales de Otegi y algunos sectores montaraces de Podemos. Eso de que ahora el socialismo de Sánchez va a ocupar el centro político es una fabulación bien traída pero poco creíble en una ciudadanía a la que es difícil dar gato por liebre.
También hay sectores —tanto en la derecha como en la izquierda— que echan de menos la «moderación» del PP de Rajoy. El sentimiento de pérdida por el marianismo es un auténtico sarcasmo. El anterior presidente del Gobierno y su equipo fueron responsables de dejar pudrir la crisis catalana sobre la que debió actuar con la aplicación del 155 al menos en 2014 para evitar la judicialización penal por los hechos de septiembre y octubre de 2017 en Cataluña.
Y, además de vaciar ideológicamente al partido y eludir cortar de raíz los casos de corrupción con medidas ejemplarizantes y disuasorias, el Ejecutivo anterior se dedicó a la burocracia funcionarial y a la gestión neutra de los asuntos públicos. Rajoy y sus equipos —en el Gobierno y en el partido— dejaron en chasis a la derecha democrática. Las consecuencias son obvias: Soraya Sáenz de Santamaría perdió el XIX Congreso del PP y Pablo Casado lo ganó volcando su discurso a la derecha.
A la gestión de Rajoy se debe la ruptura de la unidad de ese sector que traía causa de 1989 cuando el PP comenzó a comportarse como un partido de gobierno. En las europeas de 2014, no solo le salió al PSOE el divieso de Podemos. También al PP el de Ciudadanos y ahora el de Vox. Estamos en puertas de que los errores del bipartidismo conviertan el Congreso tras las próximas elecciones generales en una Cámara multitudinariamente fragmentada que se alinearía en bloques. Sobre todo, si el independentismo y el socialismo transforman la moción de censura en una relación de cooperación a través del respaldo común a los Presupuestos que, además, no resolvería el problema de fondo que plantea la crisis catalana. Y proporcionaría una letal munición dialéctica y electoral a la derecha, especialmente a la de Vox. Cuidado.