Miquel Giménez-Vozpópuli
Domingo por la mañana en Barcelona. Un charco de sangre en el suelo. Una persona apedreada por el simple hecho de no ser separatista. A un anciano le dan de patadas. A un paseante le arrebatan su bandera de España. A una señora le propinan un puñetazo en la cabeza. Y Ada Colau se limita a llamar rancios a VOX.
Las turbas han conseguido sus fines: agredir físicamente al que piensa diferente y enviar al hospital a un ciudadano que portaba una camiseta en favor de la custodia compartida. Ante tamaño ejercicio de violencia, al más puro estilo de las SA hitlerianas, la alcaldesa de Barcelona no ha condenado tales sucesos. Mientras conciudadanos de Colau ingresaban en el hospital o se mordían los puños de rabia, la ex actriz bailaba junto a sus comadres, feliz y contenta. Sus declaraciones solo iban dirigidas contra VOX, que celebraba un acto en la Avenida María Cristina. Que si la Barcelona resistente, que si la extrema derecha, que si son unos rancios, todo envuelto en musiquitas y banalidad, un espectáculo hecho a la medida de una pésima interprete que, para conseguir pisar un escenario, ha tenido que ser alcaldesa.
Pretender que alguien de su nivel intelectual y moral entienda que, cuando se llega a la sangre en las calles, hay que salir al paso y estar siempre con quien sangra, es exigirle algo para lo que no está capacitada. La munícipe empatiza más con la piedra que con el apedreado, con el agresor antes que con el agredido. ¿Era esta la nueva izquierda? ¿Es esto lo que hemos de esperar los barceloneses? La respuesta a ambas cosas es que sí, que el mal existe, que la estupidez y el horror suelen ir de la mano, que la sangre nunca puede dejar indiferente, que Colau debería haber condenado enérgicamente los hechos e ir a ver al herido.
Cuando le gritas a alguien que se vaya a su casa, que foti el camp, que no queremos españoles, estás diciéndole lo mismo que los nazis a los judíos o los bolivarianos a la gente de Guaidó»
Sangre que no se vio cuando los separatistas fueron a Madrid a provocar, sin éxito, las iras de esos españolazos a los que pintan tan cavernarios y criminales. Sangre que, en cambio, hemos visto este domingo en mi ciudad, a la que gustábamos de calificar como archivo de la cortesía. Sangre que brota de una herida abierta por Colau al dejar a los pies de los caballos a un partido político, VOX, prevaricando, impidiéndole utilizar un espacio público para celebrar un acto tal y como habían acordado. Colau, sí, esa Colau es la responsable de las heridas, de la sangre, de la violencia, del crecimiento de esos grupúsculos que tienen no poca acogida en las casas ocupadas o los ateneos y asociaciones que protege y mima su administración municipal. Colau, la que coquetea con el separatismo y todo lo que huela a radical, a violento, a anti constitución y a anti España. Colau, a la que los socialistas daban coba hasta que ella decidió sacárselos de encima para poder mejor así consolidar su imagen de madre coraje de cartón piedra.
¿A nadie le horroriza ver el abismo hacia el que nos están precipitando? «
Porque Colau no sería nada sin el PSC y sus estupideces, sin el concurso de sus dirigentes, que ya se frotan las manos pensando en un tripartito municipal y quien sabe si otro en la Generalitat. ¿Nadie entre todos ellos tiene escrúpulos? ¿A nadie le horroriza ver el abismo hacia el que nos están precipitando? ¿No les salpica la sangre de los heridos ni les quema como metal fundido en sus conciencias?
Hace años escuché decir a un socialista “Llegará un día en el que la sangre correrá por las calles”. Ya la tienen. Ahora, a ver quien detiene la hemorragia. Y no seran ni Iceta, ni Colau, ni Torra, de eso pueden estar ustedes seguros.