KIgnacio Varela-El Confidencial

Desde que decidió descartar la concertación constitucional, Pedro Sánchez no puede ganar la investidura sin la ayuda de la formación independentista, y no puede perderla si cuenta con ella

Los números de la investidura se ven más claros si se cuentan a partir del no. Tras el acuerdo entre Iglesias y Sánchez, hay ya 163 votos negativos asegurados: 89 del Partido Popular, 52 de Vox, 10 de Ciudadanos, 8 de ‘Puigdetorra’, 2 de la CUP y 2 de Navarra Suma. No se adivina el menor motivo por el que cualquiera de esos grupos pudiera hacer algo distinto que rechazar la coalición PSOE-Podemos.

Si a los 163 noes garantizados se sumaran los 13 de ERC, sumarían 176 y la investidura fracasaría por mayoría absoluta. El voto negativo de Junqueras condenaría irremisiblemente a Sánchez. Su voto afirmativo le garantizaría la victoria, probablemente en la primera votación. Y la abstención también sería suficiente en la segunda ronda (incluso sin Otegi), siempre que el frente del sí consiga amalgamar a PSOE, Podemos, Más País/Compromís, PNV, BNG, Coalición Canaria, PRC y Teruel Existe (170).

 Desde que decidió descartar la concertación constitucional y adentrarse una vez más en el ‘Frankenstein’ intensificado, Pedro Sánchez no puede ganar la investidura sin la ayuda de Esquerra Republicana de Cataluña y no puede perderla si cuenta con ella. Oriol Junqueras, organizador de la insurrección de octubre del 17, enemigo jurado de la Constitución española y judicialmente condenado por sedición y malversación, tiene en sus manos el futuro Gobierno de España y el futuro personal de Pedro Sánchez. Y no porque le haya caído del cielo, sino porque el propio Sánchez se lo ha entregado. Esa es una soga que el jefe del PSOE se ha puesto al cuello (y al de su partido narcotizado) y no se librará de ella en toda la legislatura.

No es de extrañar, pues, que el PSOE haya cambiado su actitud negociadora ante quien hoy es dueño de su destino. En la moción de censura, el trato con los independentistas fue subterráneo y Pablo Iglesias actuó como celestina casamentera. Ello permitió a Sánchez sostener que había llegado a la Moncloa sin ningún pacto (expreso) con los independentistas. Era un embuste, pero a este político las mentiras se le suponen.

Ahora prescinde del intermediario y da trato de honor al partido secesionista: reunión pública y formal de los portavoces parlamentarios (Lastra y Rufián, curiosa coincidencia de los apellidos con la realidad), ya sin embozos y con el ritual de las grandes ocasiones. Seguirán muchas más. Por encima de ellos, Calvo y Aragonès en conversación perpetua. Lo único que impide invitar a Junqueras a la fuente de Guiomar en la Moncloa es el pequeño detalle de que se trata de un presidiario.

Hay muchas cosas que el dúo PSOE-PSC puede negociar con sus antiguos compañeros de tripartito. Hablarán, sin duda, de la investidura de Sánchez, pero también de la que Aragonès espera conseguir tras las próximas elecciones catalanas. Si es preciso un trueque de abstención por abstención, todo puede arreglarse tratándose de viejos conocidos y estando Iceta en el negocio.

Además, puede ponerse sobre la mesa un combo de presupuestos: el de Sánchez en Madrid, el de Aragonès en Cataluña y el de Colau en Barcelona. Probablemente, Calvo ya tendrá a su equipo cocinando los decretos leyes destinados a burlar aquella sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto a la que se atribuye el origen de todos los males (hay que ver con qué pasión reivindicó ayer Aragonès, en el programa de Alsina, un Estatuto al que ERC votó en contra por considerarlo un apaño vergonzante y anticatalán de Zapatero y Mas).

Se hablará, claro, de los presos: ninguna objeción gubernamental a los beneficios penitenciarios y a la calle cuanto antes. Si puede hacerse sin necesidad de indulto, tanto mejor: Junqueras no tendría que pasar el trago de pedirlo ni Sánchez el de concederlo.

Se contemplará la parte ornamental, imprescindible antes de las elecciones catalanas: visible trato preferencial a ERC sobre el partido de Puigdemont y Torra, toda clase de facilidades a sus consejerías y pasta a raudales para que el propio Aragonès engrase su campaña presidencial. Si por el camino conviene escenificar alguna bronca para que los forofos no se desorienten, se pacta también.

En cuanto a la calle: tú ayudas a contener a los cafres de los CDR para que no ocurra una desgracia y yo hago la vista gorda ante la violencia de baja intensidad. El difícil ejercicio de mantener la caldera a punto de hervir, ni un grado más ni uno menos.

Lo más delicado: cómo montar un paripé que parezca una mesa negociadora en la que uno pueda decir que se habla de todo sin limitaciones y el otro que todo se dialoga dentro de la Constitución. Por supuesto, ningún protagonismo para Iglesias, bastante tuvo con el maldito abrazo. Todo esto será estrictamente bilateral o no será.

Irán a la papelera los compromisos de Sánchez en la campaña electoral: restablecer como delito la convocatoria ilegal de un referéndum, frenar la intoxicación sectaria en TV3, impedir el adoctrinamiento nacionalista en las escuelas, acabar con la república digital. No hay problema para ello, Pedro fue baloncestista y la encesta todas.

Cuando Sánchez esté ya asentado como presidente electo en la Moncloa y Aragonès en Sant Jaume -se dirán-, todo será más fácil. Pero mientras tanto hay que pasar la investidura y Torra, Puigdemont y la CUP harán todo lo posible por reventarla, agitando a los comandos violentos que dirigen para provocar una respuesta represiva del Gobierno en funciones y ponérselo imposible a Esquerra. Las próximas semanas no serán precisamente pacíficas en Cataluña. ¿Será eso suficiente? Depende. Porque aquí está la lista de lo que Sánchez no puede negociar con Esquerra ni con nadie:

No puede negociar ningún referéndum, consulta o votación de cualquier especie que contemple la hipótesis de que Cataluña sea algo distinto a una comunidad autónoma de España, porque la probabilidad de que el Tribunal Constitucional autorice semejante cosa es nula.

No puede ofrecer una reforma de la Constitución, porque carece de los votos para aprobarla. Tampoco un nuevo Estatuto, salvo que quiera meterse en el quilombo gigantesco que organizó Zapatero en 2006, olvidando que estas cosas o se pactan con la derecha o saltan por los aires.

No puede concebir una vía legal y pacífica hacia la independencia de Cataluña, cualquiera que sea el apoyo social que llegue a tener (la ‘vía Iceta’, 60% en 12 años), porque esa vía sencillamente no existe: no sería legal, no sería pacífica o –mayormente- no sería ninguna de las dos cosas.

Y no puede conceder una amnistía porque no está en su mano: esa figura no existe en nuestro ordenamiento jurídico y establecerla exigiría una ley aprobada por el Parlamento y admitida por el Tribunal Constitucional.

Nadie, ni siquiera ellos, puede saber lo que hará ERC, un partido con trastorno bipolar desde que nació. Pero no hay que olvidar que, en esto y en casi todo, lo que hace imbatible a Pedro Sánchez es que juega sin reglas.