Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
En el estado actual de frenesí de la política española, dos años son una eternidad
Creo que se equivocan todos aquellos que, basados en la diversidad/fragilidad de los apoyos obtenidos por Pedro Sánchez en su reciente investidura, auguran/desean una legislatura corta. No hay una mayoría alternativa que pueda plantear y ganar una moción de censura para tumbarle. Así, que ‘solo’ necesita la aprobación de unos presupuestos, para garantizarse al menos dos años de vida sobre el colchón de la Moncloa. Y, en el estado actual de frenesí de la política española, dos años son una eternidad en la que caben glaciaciones, movimientos tectónicos de placas y derivas continentales. Por eso acelerará la presión de las cuentas de 2020 y para ello estirará lo posible el ‘entretenimiento’ de la mesa de negociación catalana, que es su única dificultad. Tiene comprados todos los demás apoyos que le son necesarios. Y, para prepararlo todo, ha demorado la fecha de formación de dicha mesa, evitando así que corra el reloj de ERC.
Para estos, la apuesta por la negociación no plantea tantos riesgos como podría parecer, tras la férrea posición que ha adoptado JxCat y que podría dejarles como unos ingenuos ‘botiflers’ ante la opinión pública catalana. Si obtienen algo, se convertirán en los grandes negociadores que han desbloqueado el ‘conflicto’ con el Estado y torcido su cruel y poderoso brazo. Si vuelven de vacío, lo presentarán como la evidencia de que no hay nada que hacer en España. Ni antes en la España de Rajoy ni ahora en la de Sánchez, lo que justificará un incremento de la radicalidad y una afirmación de la vía unilateral.
Así que vamos con la mesa. ¿Se pueden atender las aspiraciones de ERC quienes, que se sepa, no han abandonado sus pretensiones máximas, ni se han convertido en un partido autonomista que se vaya a conformar con una simples mejoras del Estatuto y de su financiación? Pienso que no. Por más que Pedro Sánchez disponga de un estómago capaz de digerir, sin necesidad de bicarbonato, un menú compuesto de sopa de sapo, menestra de sapo, sapo a la plancha y sorbete de sapo hay unos límites que ni siquiera su audacia puede superar. Entre otras razones porque eso de la desjudicialización, aparte de una aberración jurídica, es un imposible metafísico que obliga a Montesquieu a revolverse en su tumba.
El presidente ha demostrado su absoluta capacidad para obviar asuntos graves como las decisiones de los tribunales y el Parlamento europeos y sus consecuencias procesales en España y la propia inhabilitación del president Torra y sus consecuencias en las elecciones catalanas. No ha dicho una sola palabra sobre ellas, como si no existieran o no fueran relevantes, pero no puede conceder nada que obligue a modificar la Constitución pues tampoco existen las mayorías necesarias, ni los deseos suficientes para hacerla viable. No puede prometer una amnistía que la ley no contempla y la opinión pública española no consiente. Todo lo más puede permitir que las autoridades penitenciarias catalanas proporcionen a los políticos presos una estancia tan confortable y liviana como sea posible, en manifiesta desigualdad con el resto de huéspedes de Lledoners. No puede prometer un referéndum solo para Cataluña y, a pesar de sus deseos, tampoco puede impedir la actuación de los jueces que lo harán de motu propio, para eso están, sin que falten actores que les inciten a ello si se mostraran remolones.
La propia composición del Gobierno, con un número exagerado de cargos y títulos no ayudará a la coordinación ni a la toma conjunta de decisiones. ¿Se pueden mezclar las posiciones de respeto al déficit público de Calviño y su aprensión a modificar las normas del mercado laboral o las ideas de contención del gasto en pensiones de Escrivá con el ilimitado apetito social de la mitad podemita del Consejo? No será fácil, y eso que la capacitación profesional del equipo económico del Gobierno es elevada, por más que hayan estado siempre diciendo a otros lo que hay que hacer, en lugar de haciéndolo.
Así que, mientras unos presupuestos le salvan la cara, la realidad le impide solucionar el problema catalán de la manera como desean los independentistas catalanes, lo que nos conduce al peor de los escenarios: una legislatura larga sumida en un conflicto permanente.