MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 14/04/13
· El mal uso que se ha hecho de la Constitución vigente sirve de catalizador a una pulsión de rebeldía.
Hoy se cumplen ochenta y dos años desde la proclamación de la II República, una de las muchas ocasiones perdidas por los españoles en su larga y siempre convulsa peripecia histórica. Vista en su conjunto y en sus resultados, fue una calamidad política, una catástrofe económica y la materialización de una ruptura social que, para nuestra desgracia, no se ha recompuesto todavía. A pesar de ello, esa República tiene sus nostálgicos. Buena parte de ellos fueron fabricados durante el franquismo. Cuarenta años de negación irracional y sañuda, según la ley del péndulo, tenían que provocar una afirmación de parecidas características y, aprovechando que la crisis pasa por el Estado como el Pisuerga por Valladolid, son muchos los republicanos sobrevenidos, quienes piensan que una figura constitucional puede enmendar el PIB, aliviar la Deuda, reducir el paro y sosegar el ardor de estómago. Holanda es una monarquía y Corea del Norte, una república. ¿Monarquía o república? A contrario sensu, Alemania es una república y Qatar, una monarquía. ¿República o monarquía?
La clave puede encontrarse en el diagnóstico, para algo es médico, de Jordi Pujol: «En España no funciona nada». Hace falta una cierta dosis de cinismo para, siendo pieza fundamental en el fracaso funcional del Estado y en la quiebra de la Nación, convertirse en pregonero de tan dramática frustración colectiva, pero acordémonos del porquero de Agamenón. En España, según el catálogo del veterano nacionalista revirado al separatismo, no funcionan el Tribunal Constitucional, los partidos políticos, las Cortes, el Banco de España, el Tribunal Supremo ni las Autonomías. Eso es desgraciadamente cierto y todos, menos Pujol y cuanto él significa y aglutina, debiéramos lamentarlo. Si uno solo de los epígrafes de su lista funcionara adecuadamente hace ya tiempo que el aquelarre catalán hubiera sido desbaratado por la ley y los acontecimientos.
Ahora, ochenta y dos años después de la República y «tras la guerra, la posguerra y la pertinaz sequía», como le gustaba decir a Francisco Franco, el republicanismo emergente, ¿añora un pasado lamentable o condena un presente decepcionante? El mal uso que se ha hecho de la Constitución vigente y el desvarío imperante en muchas de las instituciones del Estado —demasiadas y costosas— sirven de catalizador a una pulsión de rebeldía que invita a buscar lo contrario de lo que se tiene y, por bueno que fuere —que no lo es tanto—, a rechazar la realidad presente. Esos juegos de salón político, lejanos de la demanda social y meramente endogámicos y ombliguistas, resultan indignantes cuando son millones los ciudadanos que, en el marco de la pobreza, carecen de lo fundamental. Verdaderamente, en España no funciona nada. Ni la protesta cívica.
MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 14/04/13