Estajanovismo

Ignacio Camacho-ABC

  • Trabajar mucho no significa trabajar bien pero en todo caso es un mérito inusual entre los ministros de Podemos

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha tenido que pedir esta semana una breve baja por sobrecarga de ídem. Estrés laboral, ‘burnout’, agotamiento, una punta de fatiga de la que por fortuna se repuso en poco tiempo. La gestión de la crisis -ERTE, reuniones en cascada con los agentes sociales, etcétera- le ha pasado una de esas facturas que sólo se pueden pagar con horas de sueño, por más que Marcos de Quinto, el exdiputado de Cs, haya comentado con crueldad vitriólica que se trataba de mera falta de entrenamiento. Burlas aparte, Díaz tiene reputación de lo que su correligionario italiano Enrico Berlinguer llamaba «culo di ferro»: capacidad para no levantarse de una negociación hasta alcanzar un acuerdo. Y hay

que admitir que aunque trabajar mucho no significa de por sí trabajar bien, eso es un mérito que no abunda entre sus compañeros de Podemos, cuyo escaso apego al esfuerzo ha cobrado fama dentro del propio Gobierno. Hay miembros del Gabinete que al cabo de un año y medio siguen sin dejar huella de su paso por los ministerios.

De momento, doña Yolanda ya le lleva bastante ventaja a Pablo Iglesias en ese sentido. Entre las concomitancias estalinistas del exvicepresidente no figuraba su propensión al estajanovismo. Cuando no estaba viendo una serie o leyendo un libro -actividades de las que daba cumplida cuenta en sus redes sociales- andaba en algún tejemaneje conspirativo; los asuntos sociales de su cartera nunca le merecieron mayor compromiso y la Agenda 2030 era un dietario vacío. Estas cosas debían de parecerle expedientes burocráticos poco dignos de un líder de su rango político. Casi mejor no reprochárselo porque las veces en que Sánchez le dejó poner las manos sobre el cuadro de mandos dejó la impronta de su criterio sectario. La vocación por la vida muelle amortiguó el daño que un extremista de su clase podía causar al Estado; hasta para tomar el poder por asalto le faltaba voluntad de trabajo. Aun así, el presidente le concedió demasiado acceso a su despacho y le escuchó más de lo que habría gustado a los ministros más sensatos. Lo necesitaba para que le engrasara su entente parlamentaria con separatistas, filoetarras y demás gente de confianza.

Díaz, su sucesora, al menos se toma en serio su tarea. Hija de sindicalista, combina el pragmatismo de la escuela de Comisiones Obreras con una orientación dogmática férrea que espanta a los empresarios cuando se sientan a la mesa. Sus némesis en el Ejecutivo, Calviño y Escrivá, porfían a brazo partido con ella para adaptar sus rígidos esquemas al marco de las exigencias de Bruselas. Pero ése es el problema de gobernar con radicales de izquierdas: que luego no se les puede pedir la renuncia a sus ideas. Y al final queda la duda de si el absentismo de Iglesias resulta más conveniente para el país que la brega de una ministra dispuesta a meterse en faena hasta caer enferma.