El problema trans en las prisiones de mujeres
Cristian Campos-El Español
Hay un editor en España que camina por la vida a portagayola. Se llama Roger Domingo y en septiembre publicará la traducción al español del libro de Abigail Shrier Irreversible Damage. The Transgender Craze Seducing our Daughters (algo así como Daño irreversible. El furor transgénero que está seduciendo a nuestras hijas).
[Irreversible Damage es, junto con La masa enfurecida de Douglas Murray, el libro que más daño ha hecho en ese magma de prejuicios ideológicos y creencias seudocientíficas que embarran el debate del sexo y el género. The Economist y el Times de Londres, entre muchos otros medios, lo incluyeron en sus listas de los mejores libros de 2020].
Lo que no tiene traducción prevista al español es el término rapid onset gender dysphoria. Su creadora fue la profesora Lisa Littman, de la Escuela de Salud Pública de la universidad estadounidense de Brown, tras estudiar en 2018 el súbito aumento de menores (el 83% de ellas, niñas) que se identifican como transgénero al mismo tiempo que lo hacen muchas de sus amigas.
La teoría de Littman es que autopercibirse como transgénero podría ser, en muchos casos, un mecanismo social de imitación que le permite a menores afectadas por trastornos de conducta de todo tipo (anorexia, bulimia, ansiedad, dificultades de socialización, tendencias suicidas) atribuir esos desordenes a una causa concreta y lidiar con ellos contando con la aceptación del grupo y no con su rechazo.
Según Littman, allí donde en 1995 había una adolescente anoréxica hay hoy una adolescente que se percibe como trans a rebufo de muchas de sus amigas. Ese contagio llega a alcanzar en algunos casos a más del 50% de los miembros de un mismo grupo. Un dato que parece demostrar que en el auge de niñas que se definen como trans hay más elementos en juego que la estricta discordancia de género.
[Los interesados en el tema pueden acudir, para una visión no-ideológica del debate, a este artículo de la revista Quillette: Cuando tus hijos se convierten en hijas. Los padres de niños ‘en transición’ hablan de su angustia].
El hecho además de que ese aumento de niños que se perciben como trans parezca ser todavía mayor en ambientes de clase alta blanca ideológicamente progresistas (por ejemplo, entre actrices de Hollywood: Charlize Theron, Annette Bening, Angelina Jolie, Cynthia Nixon) sugiere que ese mecanismo social de imitación podría estar convirtiéndose en un símbolo de estatus para algunos padres.
De estatus moral, no económico. Porque el lujo no está hoy donde solía, es decir en el dinero financiero, sino en ese pack de creencias progresistas que sólo podría permitirse un rico. Es decir, en el dinero ideológico. Son esas creencias que el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz bautizó como opiniones lujosas.
Habla Abigail Shrier en su último artículo en el Wall Street Journal de la ley californiana SB 132, que permite a cualquier preso de sexo masculino ser transferido a una prisión de mujeres con el único requisito de declararse mujer y sin necesidad de haber pasado por un tratamiento hormonal, por un proceso quirúrgico o por un tiempo prudencial de vida como miembro del sexo opuesto. Hasta el momento, ya son 264 los presos californianos que han solicitado su transferencia a prisiones femeninas.
Shrier ha hablado con varias presas y expresas del sistema de prisiones californianas para averiguar cuál ha sido su experiencia al respecto.
Ninguna de ellas demostró la menor animadversión contra los trans. Todas ellas reconocieron que los casos de trans que han sido víctimas de violencia en las cárceles masculinas son reales. También afirmaron todas ellas que no tendrían problema alguno en compartir celda con presos trans que hubieran pasado por un proceso quirúrgico de reasignación de sexo.
Pero también le dijeron que muchos de los hombres transferidos ni siquiera han pasado por un leve tratamiento hormonal. «Tienen erecciones completas. Y te obligan a convivir en la misma celda con ellos. Y si dices que tienes miedo, o que no quieres compartir celda con un hombre, te castigan. Literalmente, te castigan por tener miedo».
Un segundo problema. Dado que las mujeres son, por término general, menos violentas que los hombres, las prisiones femeninas no suelen separar a las presas en función de la violencia de sus crímenes, como sí ocurre en las masculinas. En una prisión femenina, la mujer que ha asesinado a sus hijos comparte módulo con «la que ha robado unos calzoncillos en Walmart».
¿Consecuencias? En el estado de Washington, que cuenta con una ley similar a la de California, se transfirió a una prisión femenina a un asesino en serie de mujeres que se identificó como mujer. Con la ley en la mano, nadie podía impedírselo. Estaba en su derecho.
A la vista de su indefensión, las presas han empezado a fabricar cuchillos y otras armas para defenderse de sus compañeros de prisión, aunque reconocen que poco pueden hacer frente a un individuo violento, 30 centímetros más alto que ellas y que les dobla el peso, por mucho que diga autopercibirse como mujer.
El miedo alcanza también a las funcionarias de la prisión, que saben que bien poco pueden hacer si un preso ataca o viola a otra presa (o a ellas mismas). «Sólo se les permite llevar un spray de pimienta y una porra. Tienen acceso a pistolas, pero deberían recorrer todo el camino hasta la armería. Si pasa algo, siempre van a llegar tarde».
Otro problema. Las inspecciones personales, también llamadas de cavidades. La ley permite a los presos que se identifican como mujeres que esas inspecciones íntimas sean llevadas a cabo por mujeres y no por hombres. «Es otra oportunidad para que violen a una mujer. A cualquier mujer de la prisión» dice una presa.
Cuando se pregunta a esas presas sobre la ley, responden: «No sé por qué se ha promulgado una ley tan cruel. Da la sensación de que odian a las mujeres«.
El progresismo avanza hacia un problema de imposible resolución. Y no porque ese problema no tenga solución, sino porque esta pasa por aceptar unas realidades biológicas que el progresismo no puede digerir sin poner en solfa muchos de los dogmas ideológicos que sostienen sus tesis.
¿Pesará más el dogma o la protección de las mujeres? A la vista de la evolución del pensamiento de izquierdas tras la caída del Muro de Berlín, la respuesta es evidente. Entre las mujeres y el dogma, la izquierda escogerá el dogma… y la propaganda que oculta la realidad que se esconde tras él.