Francesc de Carreras-El Confidencial
- De momento, tratan como héroes a sus excarcelados y no colaboran en aclarar los 300 asesinatos que la Justicia aún no ha resuelto
Las palabras de Arnaldo Otegi en vísperas del décimo aniversario de la disolución de ETA han sido objeto de controversia desde el mismo momento en que se pronunciaron. Unos las interpretaron de una forma, otros de otra.
Para el Gobierno de Sánchez, y los medios de comunicación afines, dichas palabras suponían un gran paso adelante que justificaba aceptar sin complejos el apoyo de Bildu en el Congreso: Otegi expresaba su «pesar y dolor por el sufrimiento padecido por las víctimas de ETA, que nunca debiera haberse producido». La música sonaba bien. Pero ¿era un paso adelante en la normalización democrática del País Vasco? ¿O estábamos donde siempre? Es decir, ETA disuelta, pero los condenados como etarras recibidos como héroes al salir de la cárcel. ¿Es que una parte de los vascos está todavía abducida por la violencia en favor de unos supuestos derechos del pueblo vasco?
No sabía responder a estas preguntas. Acudí a quien mejor conoce los más oscuros entresijos, antes de la banda terrorista, ahora de la izquierda ‘abertzale’, el periodista Florencio Domínguez, en la actualidad director del Centro Memorial para las Víctimas del Terrorismo. Precisamente ayer declaraba en El Confidencial que las afirmaciones del líder de Sortu y de Bildu no ofrecen novedad alguna: «No es ningún avance que 10 años después del cese del terrorismo de ETA, Sortu solo sea capaz de repetir lo que la propia banda escribió en 2018». Por tanto, estamos donde estábamos.
Ayer tuvimos la prueba de que Domínguez sigue siendo una referencia segura en esta materia. El mismo Otegi lo confirmó: «Tenemos 200 presos. Y tienen que salir de la cárcel. Y si para eso hay que votar los Presupuestos, los votaremos sin ningún problema. Así de alto y claro os lo decimos». ¡Ah!, se trataba de eso, como en los viejos tiempos. La decepción en el Gobierno fue colosal: su gozo en un pozo. Las armas han callado, pero las mismas ideas siguen. Están dispuestos a mentir, a simular, para alcanzar sus fines. ¿Lo volverán a hacer?, ¿estamos ante una mera táctica?, ¿hay detrás de todo ello una estrategia? Por último, ¿se han prometido también esta vez los famosos indultos?
Me surgen interrogantes y ninguna respuesta. Solo una cuestión me preocupa, porque de ella no se habla y es capital. Todo se centra en el arrepentimiento y el perdón a las víctimas individuales olvidando otra víctima, de naturaleza distinta, que lo explica todo y está en la raíz de todo: la democracia, la legalidad, los derechos fundamentales que garantizan la libertad y la igualdad de las personas. Pudiendo alcanzar sus objetivos confesados —la independencia— por las vías constitucionales, el movimiento ‘abertzale’ optó por una vía distinta: la delincuencia criminal. ¿Con qué fin? Crear miedo al objeto de impedir la libertad.
En la novela ‘ Patria ‘, de Fernando Aramburu —la más realista de la literatura española reciente—, este miedo en la sociedad, este temor a la denuncia del vecino, a la violencia contra las personas y los bienes, está perfectamente explicado. Durante varios decenios, en el País Vasco se logró alcanzar la más perfecta espiral del silencio: todos callados, todos al suelo, ¿recuerdan? No se pretendía conquistar el poder a través de elecciones libres, siguiendo los pacíficos cauces de la democracia, sino a través del miedo con la finalidad de crear un sistema político en el que este miedo se instalara en el poder.
No pretendían la libertad, sino la opresión: serían vascos aquellos que los violentos determinaran que eran vascos y solo estos tendrían legitimidad para mandar. A esto, en el siglo XX, se lo ha denominado totalitarismo, y en la base del mismo ha estado siempre un cierta concepción de algo muy elemental pero también muy contagioso: el nacionalismo, la apelación a la tribu, a los ‘nuestros’, buscando siempre el enemigo en los ‘otros’. Hasta Stalin apeló al alma rusa para construir su nación. No bastaba con el comunismo, tuvo que recurrir también al nacionalismo.
Porque las personas que resultaron víctimas, muchas más que las 860 asesinadas, también los malheridos de por vida, sus familias y amigos, los extorsionados económicamente, no eran el objetivo político de la banda terrorista, eran solo el medio para alcanzar este objetivo: imponer una dictadura en esta entelequia denominada Euskal Herria. La lengua como pegamento de esa nación históricamente inexistente, inventada a fines del siglo XIX por Sabino Arana tras sus estudios en Barcelona y que tanto lamentó al final de su corta vida.
Otegi y los suyos dicen que se han arrepentido de sus crímenes, han pedido perdón a las víctimas. Eso está bien, otra cosa es que nos lo creamos o no. De momento, tratan como héroes a sus excarcelados, no colaboran en aclarar los 300 asesinatos que la Justicia aún no ha resuelto y dicen que apoyarán los Presupuestos que propone el Gobierno a cambio de que no quede ninguno de sus condenados en las cárceles. Son muchos los motivos para dudar de su sinceridad.
Pero no dicen algo fundamental: que renuncian a sus ideas. No las legítimas ideas y cauces de participación que nuestra democracia no militante permite: ahí está la ley de partidos para constatarlo y aún más la propia actividad electoral y de todo tipo que desarrolla Bildu. Se trata de que renuncien a sus ideas de raíz nacional-identitaria que les llevaron a intentar someter una sociedad mediante el miedo que infunde la violencia física.
A ese pecado democrático debe renunciar públicamente Otegi. Si no es así, nunca creeremos que se arrepiente de los asesinatos pasados, de la violencia que ha ejercido sobre víctimas individuales, porque todo ello lo llevaba a cabo la banda terrorista a la que pertenecía con el propósito de impedir, por la fuerza, no por el derecho, la libertad de los ciudadanos vascos. Hasta que no lleguemos a este punto, no habrá novedad en el frente ‘abertzale’. Las palabras de Otegi son falsas e interesadas.