Manifiesto por la España llena
No es necesario desplazarse hasta Madrid, Barcelona o Valencia para redactar un manifiesto por la España llena o contra la España vacía (por tomar el título del ensayo de Sergio del Molino).
En el caso de este que escribe, residente en Cádiz, basta con caminar 500 metros en sentido norte para adentrarme en la Segunda Aguada: una barriada que tiene la mayor densidad de población de toda Andalucía, que a su vez es la Comunidad más populosa de España. Sumen a la ecuación que la capital gaditana es el área urbana que concentra más habitantes por kilómetro cuadrado del país.
Más peculiaridades de Cádiz, en este caso de la provincia: es la que cuenta con menos municipios de la España peninsular (44) y tiene el lamentable honor de encabezar con Huelva la lista de la mayor tasa de desempleados.
Verán, la quinta ciudad con más residentes de Cádiz es El Puerto de Santa María, que suma 89.000. ¡Los mismos que toda la provincia de Soria! Si Soria elige dos diputados nacionales, ¿se imaginan que El Puerto contara con un par de representantes en el Congreso o, siguiendo la proporción, Jerez tuviese cinco?
La sobrerrepresentación parlamentaria de la España Vacía es algo de locos.
Pero sigamos por donde íbamos: la Segunda Aguada gaditana.
Todas las estadísticas anteriores señalan este distrito urbano como el lugar idóneo para sentarse a escribir el manifiesto fundacional de la España llena. Se trata de las antípodas de lo que cursis y agropopulistas dan en llamar «la España vaciada»: un matiz terminológico que vació de contenido y rellenó con victimismo y demagogia el término original, La España vacía, del ya citado Sergio del Molino, quien en su último libro escribe lo siguiente:
«La mayoría de las querellas que llevaba al Congreso [Teruel Existe] eran justísimas, elementales y lacerantes: se trataba de exigir servicios e inversiones básicas en transportes, sanidad, educación y comunicaciones, sin las cuales las regiones despobladas están condenadas al subdesarrollo económico. Pero, al formularlas como programas políticos en unas elecciones generales, reventaron la imagen de la despoblación como problema nacional para regresar al juego de suma cero llamado qué ‘hay de lo mío’.
Usaron el Parlamento, que es un ágora donde se debaten los problemas de todos, como un buzón de reclamaciones localistas, imitando los usos y costumbres de los nacionalismos vasco y catalán, que sólo intervienen en la política española para chantajear y obtener beneficios directos en sus territorios.
De hecho, uno de los lugares donde más interés y simpatía despertó la candidatura de Teruel Existe fue en Cataluña, donde parte del independentismo interpretó su exigencia como una nueva pica en Hispania. Los pueblos oprimidos empezaban a alzarse contra el Estado español. Al fin se quitaban la venda de los ojos.
Lo que sucedió fue que transformaron un debate sobre derechos y libertades en un juego clásico de influencia territorial. La España vacía ya no era el germen de una forma de comprenderse unos a otros, sino de extrañarse y despreciarse».
Sí, disculpen: el manifiesto. Vamos allá.
Nos sentamos, un lunes a primera hora, en una cafetería de la Avenida de la Segunda Aguada. Encajada en un bajo de uno de esos bloques de trece pisos y ocho portales monumentales, se diría que soviéticos. El trajín en el bar es importante entre currelas tomando café, padres con niños que apuran el ColaCao antes del cole, jubilados que con parsimonia untan la mantequilla en el mollete y la sempiterna banda sonora de la máquina tragaperras.
Pero antes de escribir nada, pregunto. Por la España Vaciada (sic). Por la España abarrotá y sus preocupaciones. Por qué les parece que su voto valga cinco veces menos que el de un ciudadano de La Iglesuela del Cid (Teruel) o Villaconejos de Trabaque (Cuenca).
La indiferencia y la guasa, incluso la ignorancia, ante el movimiento de la España Vaciada es la tónica general. «A mí lo que me quita el sueño es no poder llenar la olla del puchero», dice María tras la barra. «¿España vacía?», habla Rosario, vecina y ama de casa: «Que se vengan a mi piso, que somos siete en 60 metros cuadrados; y allí no caben ni los mosquitos». Carlos, parroquiano y desempleado, apura un vasillo de anís y suelta, jocoso: «Pa’España vacía, mi cartera, pisha». «Bueno, será vaciada», replica otro habitual de la barra, «que el Sánchez y to’esta gente nos han metío bien la mano en el bolsillo».
Tomo prestado el periódico de la casa, el Diario de Cádiz, y al pasar las páginas, tal como esperaba, no hay referencia alguna al movimiento de la España Vaciada. En la portada, bien destacado por un cerco de aceite, se lee el titular alusivo al cierre de la factoría de Airbus Puerto Real por mor del reforzamiento de la planta de Getafe.
Destaca también el Diario que los trabajadores del metal volverán a ir mañana a la huelga. Este sector quiere mejorar su convenio colectivo que, paradójicamente, es el segundo más alto de España tras el de Navarra. Para ello, no dudaran en volver a cortar las tres salidas de la ciudad. En fin, chantajistas hay en todas partes.
Caminando por el barrio, cuya bandera es la ropa tendía, entre bloques de edificios que semejan colmenas (sin reinas: sólo obreras y zánganos), se topa uno con el CEIP Juan Carlos Aragón tras dejar atrás el IES Rafael Alberti. Entre poetas y comunistas anda la cosa. Curiosamente, el bardo del carnaval, poco antes de morir dejó escritos unos versos rotundos y elocuentes para el asunto aquí tratado que, en relación con la política nacional en Andalucía y en Cádiz, decían lo siguiente: «Me pregunto si pa’que te echen cuenta / y no seguir siendo el culo de España / basta sólo con hablar otra lengua / ¿o hay que usar pasamontañas?».
Tomo asiento de nuevo, esta vez en una terraza, y le pido a Jesús, que es camarero y también filósofo, que me traiga, por favor, un zumo de naranja natural. Los muchos pensionistas de este hormiguero humano pasan, entrando y saliendo en los innumerables comercios del barrio. Le pido también al barman, por su madre, que me saque del bloqueo (estoy ante la libreta en blanco firmando compulsivamente).
«A ver», se sienta a explicarme, «¿tú cómo ves esto: medio lleno o medio vacío?», dice señalándome el vaso de sidra con naranjada servido hasta la mitad. «Cádiz, por muy optimista que seas y por mucho cruce de datos anecdóticos que hagas, no te engañes, se está vaciando. ¡Si ya los perros doblan en número a los críos!«.
Me aconseja Jesús que si quiero escribir un manifiesto por la España llena no lo escriba de nuestra ciudad. Que hable con los de Madrid, con los de Málaga si acaso. «Y si lo haces, hazlo con guasa. ¿Tú no tenías colegas del oficio allí? Habla con ellos».
Dicho y hecho. Tras wasapearme con los Jesús Nieto Jurado, Chapu Apaolaza, José F. Peláez, Marcos Ondarra y compañía; llego (llegamos) a la conclusión de que lo mejor es poner a los cantonalistas (esos Roque Barcia con cuenta en Twitter) ante los espejos deformantes del Callejón del Gato. Y si ellos juegan la carta del victimismo, envidar con más de lo mismo.
Por tanto, sirvan estos 15 puntos en los que se reflejan problemas exclusivos de la España llena como la primera piedra de un manifiesto en proceso de construcción:
1. Los precios prohibitivos de alquiler y compra de vivienda.
2. La falta de aparcamiento.
3. La contaminación en todas sus variantes.
4. Tener que reservar en un restaurante del montón tres días antes.
5. Los pisos turísticos y la parquetematización de los cascos históricos.
6. Los patinetes eléctricos y sus atropellos diarios.
7. Las despedidas de solteros.
8. El tiempo que se pierde en el transporte.
9. El estrés y la ansiedad por el ritmo de vida.
10. Tener que aguantar a los errejones y el resto de peronistas urbanitas.
11. La proliferación de los boxes de crossfit como iglesias laicas de culto al cuerpo.
12. Los galgos atados a dueño hípster sin una liebre delante y con fachalequito.
13. La precarización de los riders.
14. Comprar un tomate y que sepa a pepino y viceversa.
15. Aguantar las llanteras de los agraviaditos de pueblo.
Escrito esto, animo a quien se interese y se atreva a continuar el manifiesto coral por la España llena. Eso sí, les pido que no se lo tomen en serio.