FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • La filosofía no enseña a pensar autónomamente sino que quienes piensan con autonomía suelen acabar haciendo eso que llamamos filosofar

Supongo que en la vida de cualquier hombre, sea célebre o irrelevante para el público, se condensa la totalidad del destino humano. Todos transitamos de la ignorancia a unos pocos saberes, todos tenemos ocasión de llorar y reír, todos experimentamos apegos y aversiones, todos sufrimos, todos conocemos el deleite, todos llegamos precipitadamente a la sorpresa de la muerte. Algunos casos, sin embargo, parecen más conscientes de esa aventura común: eligen el destino de reflexionar sobre nuestro destino. Quizá la palabra “elegir” no sea apropiada, quizá se trate más bien de una necesidad o una obsesión. Es tradicional en la cultura grecolatina llamarles filósofos y soportar su parloteo (suelen ser inquisitivos y discurseadores) con una mezcla de ironía, soterrado menosprecio y a veces exasperada veneración. En contra de lo que dicen los ingenuos, la filosofía no enseña a pensar autónomamente sino que quienes piensan con autonomía suelen acabar haciendo eso que llamamos filosofar. Es una conducta difícil de ajustar a los planes de estudio y al mercado laboral.